Walt Disney

Disney sin congelar

Éste es libreto de la ópera que estrenará el Teatro Real el próximo enero y que acaba con la leyenda de la congelación de Walt Disney

Walt Disney falleció en diciembre de 1966 de un cáncer, tal vez mal tratado
Walt Disney falleció en diciembre de 1966 de un cáncer, tal vez mal tratadolarazon

Los restos mortales de Walt Disney fueron incinerados el viernes 16 de diciembre [de 1966] a las tres horas y treinta minutos de la tarde en el pequeño crematorio del cementerio de Glendale, de estilo toscano. Yo lo presencié tras la puerta semiabierta de la capilla, desde donde oí el sonido del órgano eléctrico que tocaba la melodía de la canción Feed the Birds, de Mary Poppins, que en los últimos años era la pieza musical favorita de Walt. Vi cómo el humo oscuro salía por la chimenea. Y, finalmente, cuando la familia se dirigió hacia la sala en la que se iba a ubicar la urna, les seguí guardando una distancia de unos quince o veinte metros. Yo no era el único que andaba por las inmediaciones, también había visitantes anónimos del cementerio, pero nadie excepto yo sabía quiénes formaban el cortejo fúnebre, que se movía como un pelotón familiar. Allí estaban, exclusivamente, los parientes más cercanos de Walt; conté a los diez, la familia se había guardado, una vez más, todo para sí.

(...)Me volví, dándole la espalda a la familia. Eché a andar, muerto de cansancio, en dirección a mi hotel. El pesado calor de la tarde caía sobre Glendale. «Soy más famoso que Confucio o que la reina de Inglaterra –en mi cabeza seguía resonando la voz de Walt–, mi nombre lo conoce más gente que el de William Shakespeare, Mark Twain o Adolf Hitler».

En los días y semanas que siguieron a su muerte examiné cada periódico y cada revista que pude encontrar en busca de la más mínima noticia que informara sobre el fallecido o que se ocupara de él en detalle. Lo guardé todo: cada obituario, cada artículo, todo lo que caía en las manos relacionado con Walt Disney. No sólo periódicos y revistas estadounidenses, también hacía que me enviarán material de Europa, estudié publicaciones en francés, en italiano, en alemán, y hacía que el ama de llaves de mi padre, una mujer portorriqueña, me tradujera los artículos que aparecían en España y Sudamérica.

En la revista Paris Match me topé con las declaraciones de un médico de renombre que hacía una crítica contundente a su colega el doctor Silverstein. De acuerdo con su opinión, una cadena de decisiones erróneas había favorecido la rápida muerte de Disney, e incluso puede que la hubiera desencadenado. Robert David Calvo, jefe de Cirugía en el hospital parisiense Necker, señalaba que él, con toda seguridad, nunca hubiera operado de manera inmediata a un paciente a causa de un tumor pequeño en el pulmón, sino que primero habría acometido una terapia de radiación. Especialmente irresponsable había sido darle el alta a monsieur Disney dos semanas después de que le hubieran extirpado un lóbulo pulmonar.

(...) Nada más lejos de mi intención que atacar a Silverstein de modo semejante a como lo había hecho Robert David Calvo; sin embargo, no puedo por menos que constatar que el cirujano de Walt no me causó una impresión muy favorable. Roy, Lillian, Diane y Sharon no dejaron que a su hermano, esposo y padre lo trataran los mejores médicos de la nación, sino que se dieron por satisfechos pidiéndole consejo a un cirujano jefe que, casualmente, ejercía enfrente del estudio, y casi a nadie más. A mediados de los años sesenta, las clínicas más avanzadas en el tratamiento del cáncer de todo el país (si no del mundo) se hallaban en Boston y en Chicago. También el instituto Sloane-Kettering de Nueva York podía apuntarse éxitos revolucionarios. ¿Por qué no examinaron a Walt Disney, uno de los hombres más ricos y poderosos de Estados Unidos?

El grupo de casi veinte invitados supo por la declaración de Silverstein que la última voluntad de Walt Disney había sido que lo congelaran cuando falleciera. Esta noticia me sentó como el fundamento artificial de un mito moderno, aunque tanto el cirujano como Hazel George hablaban de los avances de la criobiología y de las posibilidades con tal naturalidad que parecía que conservar los restos mortales de Walt en nitrógeno líquido habría sido una opción absolutamente normal, sin apenas complicaciones, si la familia hubiera estado de acuerdo con el proceso previsto por Walt. Pero en cuanto sobrevino la muerte de Walt Disney, en la mañana del 15 de diciembre, Roy y Lillian pusieron todo en marcha para preparar una incineración inmediata.

–La señora Disney me dijo a la cara que el deseo de Walt era una idea lunática e infantil –les contó Silverstein a los invitados–. Yo le advertí de que su marido me había pedido con insistencia que probáramos con él esta nueva forma de «sepelio». Es más, se lo juré por el Antiguo Testamento, que era como él llamaba a la Torá.

–Yo se lo tuve que jurar por la bandera de Estados Unidos –agregó Hazel.

Cuando oí esto no pude evitar echarme a reír, indiscreción por la que me gané algunas miradas torvas. Ward me pegó un puntapié por debajo de la mesa.

–Cuando Hazel me pidió –siguió diciendo Silverstein– varias veces que hiciera todo lo que estuviera en mi mano para satisfacer el deseo más íntimo de Walt, mantuve, el 15 de diciembre a mediodía, una conversación con Roy. No sirvió de nada: apenas me escuchó, tan sólo meneaba la cabeza sin cesar. La familia había tomado una decisión. Contra eso, claro, Hazel y yo no podíamos hacer nada.

A lo largo de las décadas pasadas desde la muerte de Walt, ha ido circulando el rumor de que su cadáver estaba guardado en un congelador en Disneylandia, en Anaheim, bajo Piratas del Caribe o en algún lugar de ese estilo, para que pudiera ser descongelado más adelante. Tal rumor se ha extendido hasta alcanzar gran aceptación en todo el mundo.

Ficha

Título: «El americano perfecto. Tras la pista de Walt Disney».

Autor: Peter Stephan Jungk.

Edita: Turner.

Sinopsis: No es la biografía del hombre que creó un inmenso mundo de fantasía, sino un relato ficticio que permite reconstruir qué ha supuesto Disney. En enero de 2013, Philip Glass estrena una ópera en el Teatro Real de Madrid basada en esta historia.