Sao Paulo
¿Existió el milagro brasileño?
El 77% de los que protestan tiene título universitario y el 84% no pertenece a ningún partido político
El 77% de los que protestan tiene título universitario y el 84% no pertenece a ningún partido político
En la avenida Paulista, un cártel de una conocida marca de ropa anuncia a todo color: «Las grandes revoluciones son cosa de la burguesía». No es en absoluto una frase despectiva, sino que compara la revolución francesa con las protestas en Brasil. Y es que hasta las multinacionales parecen adheridas a la causa, a sabiendas de que sus clientes son los mismos que capitalizan las manifestaciones, la nueva y poderosa clase media.
Las protestas generalizadas que continúan en Brasil han permitido a los ciudadanos airear su disconformidad con una serie de problemas estructurales y han acabado siendo el mayor reto al Partido de los Trabajadores desde que asumió el poder en 2003. Son el ejemplo de la desilusión con la izquierda, que llegó al Gobierno gracias al apoyo popular, pero que se desligó de sus orígenes en los años posteriores.
Paradójicamente, los expertos regionales señalan que el crecimiento económico está alimentando el descontento, pues es la clase media en ascenso la que demanda servicios sociales como educación y transporte que el Gobierno no ha podido satisfacer.
Una encuesta entre los manifestantes en Sao Paulo, llevada a cabo por el respetado grupo Datafolha, dice que el 77% de los que protestan tienen un título universitario, el 53% son menores de 25 años y que el 84% no pertenece a ningún partido político.
Esto deja en claro la intensa desconexión que los participantes en las manifestaciones sienten hacia sus gobernantes. Muestra, también, que la clase media baja de Brasil y sus pobres, fervorosos partidarios del Partido de los Trabajadores, no están participando. La situación económica de los más pobres de Brasil mejoró drásticamente durante los mandatos de Silva y Rousseff, en gran parte debido a los aplaudidos programas de transferencias de efectivo del Gobierno que han ayudado a 40 millones de personas a salir de la pobreza e incorporarse a la clase media baja en la última década.
«Pero ahora quieren más. Sí, los ex pobres pudieron pasar a adquirir electrodomésticos, mejorar la vivienda pero la familia sigue sin dentista, atención médica confiable y educación de calidad. Y luego está la clase media de siempre, que ha visto como la vida se encarece reduciendo sus recursos mientras las clases altas siguen aumentando sus riquezas», comenta el politólogo Luis Silva, de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Clases dañadas
Las protestas ponen en entredicho el milagro brasilero. Brasil, uno de los países emergentes con mayores diferencias sociales del mundo, ya no es un país simplemente de ricos y pobres. Sin embargo, y aunque las expectativas han aumentado, no se están cumpliendo. Brasil tiene una de las tasas impositivas más altas del mundo: la carga fiscal supone el 36% del PIB del país, de acuerdo con el informe elaborado por el profesor brasileño de Políticas Públicas en la Kennedy School of Government de Harvard, Filipe Campante. Esa es una tasa tributaria similar a la de Alemania y Reino Unido (la cifra comparable para Estados Unidos es del 25%).
Pero esos elevados impuestos no se traducen en buenos servicios públicos. Los estudiantes brasileños se ubicaron en el puesto 53 de 65 naciones en una evaluación educativa efectuada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). La duración media de un desplazamiento diario en autobús en Sao Paulo es de más de una hora, a menudo en autobuses atestados y sin asientos, explica Campante en su investigación. En algunas zonas de la ciudad, el tiempo de viaje puede ser de tres horas o más.
Quienes encendieron las protestas son jóvenes de clase media -baja, de familias que han ascendido en la escala social, pero que sienten que su renta ya no crece y que el bienestar que alcanzaron es precario, sostiene el sociólogo paulista Aldo Fornazieri.
«Esa clase media no tiene una Seguridad social efectiva, el acceso a los puestos de salud es muy complicado (...), los hospitales públicos que ella frecuenta están bastante dañados y el transporte que usa está deteriorado en las grandes ciudades», agrega.
«Con la ascensión de la clase media baja esa clase media-media perdió su estatus de diferencia», indica. «Para mantener su estándar de vida paga mucho y hay un descontento en ambos sectores sociales».
La población culpa al Gobierno por estos y otros problemas. Para Bruno Herzog, un psicólogo de 26 años residente en la ciudad costera de Joinville, «hay tantas cosas contra las que protestar que muchas personas ni siquiera saben por dónde empezar. Ellos sólo sienten que algo está mal, muy mal».
La gota que colmó el vaso fue el dinero que el Gobierno gastó para albergar la Copa Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Algunas estimaciones calculan que el gobierno está gastando más de 30.000 millones de dólares en estos dos eventos, tres veces la cantidad que destina a su programa de lucha contra la pobreza.
Toda esta frustración quedó plasmada en las calles. Es el de la capacidad de presión de la clase media. Que, sin ser mayoría en Latinoamérica (es sólo el 30% sobre el total), por su crecimiento explosivo ha aumentado su capacidad de exigir resultados del Estado y busca fortalecer su peso en el proceso de toma de decisiones. En Brasil, la clase media ha llegado para quedarse y por qué no, cambiar las cosas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar