La Razón del Domingo
Miguel Ángel, el hereje
Recientes documentos de los archivos del Santo Oficio dejan de manifiesto que el creador de la Capilla Sixtina mantuvo un enfrentamiento con la Santa Sede
La anécdota es ampliamente conocida. Un cardenal, blanco de ira, llega hasta la presencia del Papa protestando porque Miguel Ángel acaba de pintarlo de manera fácilmente reconocible entre los condenados al infierno. El pontífice, captando lo humorístico de la situación, responde fingiendo solemnidad: «Hijo mío, si estuvieras en el purgatorio te podría sacar, pero carezco de potestad en el infierno». El episodio, totalmente cierto, deja de manifiesto que Miguel Ángel no sentía precisamente simpatía por algunos de los príncipes de la Iglesia católica y que, de manera no del todo oculta, lo manifestaba. Y es que el episodio no fue una excepción.
De hecho, el que estudia los frescos de la Capilla Sixtina con atención no deja de percatarse de su carácter escandalosamente heterodoxo. En la misma entrada –distinta de aquélla por la que ahora pasan los turistas– dos personajes colocados sobre el dintel dibujan la «higa» –un equivalente al corte de mangas– destinado al Papa y a los prelados que pudieran acompañarlo a oficiar en el recinto. Se trata sólo del comienzo. Donde se habría esperado una sucesión de escenas de la Biblia relacionadas con Cristo y las pretensiones papales, se suman episodios del Antiguo Testamento especialmente agresivos. Por ejemplo, se relata la Historia de Esther, la reina que salvó a los judíos de ser exterminados por el malvado Amán, un dignatario del rey persa Asuero. Pero Amán es colgado del cadalso vistiendo nada más y nada menos que los colores del Papa. Es decir, el Pontífice no es el representante de Dios en la tierra, si no un enemigo del pueblo de Dios. Así se irán sucediendo escenas hasta llegar a un Juicio Final en el que los prelados son arrojados al infierno por un Cristo que sólo puede contemplarlos con justiciera cólera.
Documentos de la Inquisición publicados por el historiador italiano Antonio Forcellino, uno de los mayores especialistas en el Renacimiento y restaurador de algunas obras de Miguel Ángel, proporcionan la clave para entender esa animadversión. Aunque el artista sería convertido en icono del catolicismo de la Contrarreforma, lo cierto es que las pruebas exhumadas lo muestran como un protestante secreto que creía en la justificación por la fe sola, que abominaba el sistema jerárquico de la Iglesia católica y que sufría por la clandestinidad de sus creencias. De hecho, la orden para pintar la Capilla Sixtina le sorprendió cuando pensaba exiliarse al Imperio otomano donde, como los judíos sefardíes y otros herejes italianos, hubiera podido apartarse sin riesgo de la Iglesia católica. Miguel Ángel pertenecía a uno de los círculos secretos creados por el protestante español Juan de Valdés en Nápoles tras exiliarse huyendo de la Inquisición. La suerte fue terrible para los hermanos espirituales de Miguel Ángel. Sólo la muerte salvó a Julia Gonzaga de ser juzgada por la Inquisición. Pietro Carnesecchi, por el contrario, murió en la hoguera. El fallecimiento libró a Miguel Ángel de ese destino, pero no sucedió lo mismo con su obra principal. Concebida como un alegato antipapal, a día de hoy es timbre de honor del Vaticano.
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