Londres
Philby, el espía que pudo matar a Franco
Agente del servicio secreto británico, Philby fue reclutado por la Unión Soviética en 1933 y hasta 1963 no desertó oficialmente. Recibió la orden de matar a Franco en 1938 mientras espiaba en España bajo la tapadera de corresponsal de guerra
En 1940, en medio de las purgas terribles que Stalin había desencadenado sobre el Ejército Rojo, un general soviético llamado Walter Krivitsky desertó a Gran Bretaña. Entre la información que entregó por aquel entonces al MI5 británico estaba la de que un «joven inglés» había recibido la orden de asesinar al general Franco aunque no lo había conseguido. Si el MI5 hubiera atado cabos correctamente en aquel entonces, habría descubierto que el protagonista de la conjura no era otro que Harold Adrian Russell «Kim» Philby, un antiguo estudiante de Cambridge reclutado junto a algunos amigos por el NKVD a inicios de los años treinta. De haber sido así, la Historia, sin duda, habría experimentado un vuelco porque Philby se convertiría con el paso de los años en uno de los mejores agentes al servicio de la Unión Soviética. A principios de 1937, el NKVD –posterior KGB– recibió la orden de asesinar a Franco. Yezhov, mal conocido como el «enano sangriento» por su poco más de medio metro de estatura y su absoluta sumisión a las consignas de Stalin, ordenó a Hardt que para llevar a cabo la misión de matar a Franco reclutara a un inglés, añadiendo en tinta azul «prob.Philby», es decir, «probablemente Philby».
A la sazón, Philby, un convencido antifascista, desempeñaba funciones de espionaje en España bajo la cobertura de corresponsal de guerra. Nacido en la India en 1912 –de ahí su apodo de Kim como el protagonista de la novela de Kipling– originalmente no fue objetivo del NKVD. Por el contrario, los soviéticos deseaban reclutar a su padre, el arabista Saint John Philby, que había desempeñado importantes tareas al lado de Ibn Saud, el origen de la actual dinastía que reina en Arabia saudí.
El objetivo no fue alcanzado, entre otras razones, porque Philby padre se convirtió al islam y no sentía la menor atracción por el internacionalismo proletario. Sin embargo, Kim –que obtuvo una beca para estudiar en el Trinity College de Cambridge y se licenció en Economía e Historia con honores– acabó aceptando trabajar para la Unión Soviética. Philby diría que su reclutador había sido su esposa Litzi Freedman y que el lugar y la ocasión fueron Viena y 1933. Con todo, parece que para aquel entonces ya trabajara para la Unión Soviética. De hecho, había colaborado unos meses antes con la federación mundial de ayuda a las víctimas del fascismo italiano. La organización, lejos de ser una entidad humanitaria, no era sino una de tantas tapaderas creadas por Willi Munzberger para reclutar a la gente más diversa al servicio de la Komintern y es muy posible que en ese contexto un joven e idealista Philby que recuerda un tanto al actual Snowden decidiera apoyar a la Unión Soviética como patria de un proletariado al que no pertenecía y como bastión de la lucha contra un nacional-socialismo que acababa de llegar al poder en Alemania.
En 1934, la pareja contrajo matrimonio, lo que permitió a Litzi, una judía comunista, salir de Austria y ganar un refugio como Gran Bretaña. Aunque no tardaron en romper, permanecieron legalmente casados hasta 1946. En 1937, Philby se desplazó a España donde escribió artículos favorables a Franco. Durante uno de sus viajes, el automóvil de Philby fue bombardeado muriendo tres de sus acompañantes aunque él sólo fue objeto de heridas leves.
Franco, que estaba deseando condecorar a un inglés favorable a su causa, optó por Philby. Mientras le imponía la Cruz del Mérito Militar a inicios de 1938, el espía hubiera podido matar a Franco con facilidad, pero el instinto de conservación prevaleció sobre la lealtad a la causa. A diferencia de lo realizado por Ramón Mercader que, años después, asesinaría a Trotsky arrostrando la detención y la cárcel, Philby se echó atrás en el último momento y no disparó sobre el Generalísimo. Se cumplían así las previsiones que tan sólo unos meses antes había realizado en un informe oficial otro agente del NKVD llamado Maly que había apuntado a que el inglés no tendría la suficiente presencia de ánimo como para llevar la operación hasta el final.
Fe ciega
La misión fracasó, pero, con seguridad, fue mejor para la Unión Soviética que conservó operativo a un extraordinario agente. La Guerra Civil española acentuó la fe comunista de Philby que experimentó, sin embargo, un serio golpe cuando a los pocos meses de su conclusión Stalin suscribió un pacto con Hitler que les permitía repartirse la Europa del Este incluida Polonia. Como tantos fieles comunistas de la época, Philby optó por aferrarse a una fe casi religiosa y decirse que si Moscú actuaba así sólo podía hacerlo por las razones más sólidas.
Sin embargo, sus relaciones con los soviéticos se enfriaron durante el inicio del conflicto y sólo volvieron a reavivarse cuando, a inicios de la Segunda Guerra Mundial, Philby entró en el MI6 y el NKVD le pidió información acerca de los agentes británicos que iban a entrar en el sistema de seguridad soviético. Philby advirtió a Stalin del ataque alemán en el verano de 1941 –una información que fue desoída porque la Unión Soviética preparaba su propia ofensiva contra Hitler –y del ataque japonés contra Estados Unidos que, sin embargo, no iría acompañado de una ofensiva en Siberia. En 1944, el norteamericano James Jesus Angleton entró en contacto con Philby y comenzó a sospechar de él al descubrir que había ocultado información sobre un agente británico que también trabajaba para la Unión Soviética. Nadie escuchó a Angleton, lo que permitió durante las siguientes décadas que fuera, peldaño a peldaño, ascendiendo en el seno de la Inteligencia británica.
Fue una tarea que desempeñó meticulosamente hasta 1963 y que permitió, por ejemplo, que la Unión Soviética aniquilara las redes de espionaje occidental en el este de Europa y conociera en profundidad el sistema defensivo de la OTAN. En algún momento, sus resultados eran tan buenos y el MI6 quedó tan expuesto que el KGB llegó a pensar que quizá Philby no era fiel y les estaba tendiendo una trampa. Simplemente, era un espía extraordinario. Tanto, que sólo el cerco sobre sus amigos de Cambridge y también agentes Burgess y MacLean colocó a Philby en una situación delicada. Cuando en 1951 los antiguos compañeros de universidad se vieron obligados a huir al este para escapar de la justicia británica, Philby supo que corría un extraordinario peligro. Para ponerse a salvo, presentó su dimisión en el MI6 e intentó encontrar trabajo en la Prensa.
Deprimido y alcohólico
Tras ser oficialmente exonerado de cualquier sospecha en 1955 por el ministro de Exteriores Harold MacMillan, Philby fue enviado a Oriente Medio donde, una vez más, bajo la cobertura de corresponsal siguió dedicado al espionaje. Aunque continuaba sirviendo en el MI6 y contrajo matrimonio en 1960, no dejó de informar a la Unión Soviética sobre materias tan sensibles como la situación en distintos países de la región.
En 1961, un comandante del primer directorio del KGB llamado Anatoly Golitsyn se pasó a Occidente. La noticia cayó como una bomba en la vida de Philby. Temeroso de ser descubierto, cayó en una profunda depresión y comenzó a emborracharse de manera sistemática. Una de sus amistades describió, por ejemplo, cómo se había encontrado con él y que llevaba una venda en la cabeza ya que, totalmente ebrio, se había caído golpeándose con un radiador. En 1963 voló a Beirut y desde allí pasó a la Unión Soviética, aunque otras versiones afirman que la fuga tuvo lugar a través de Siria.
En Moscú sería condecorado, escribiría un interesantísimo libro titulado «Mi guerra silenciosa» y se vería ascendido a general del KGB. Los británicos nunca perdonaron aquella muestra rampante de su torpeza y de la habilidad soviética. Frederick Forsythe decidió asesinar a Philby en una de sus novelas y John Le Carré inventó un personaje trasunto suyo al que también mató. La realidad fue, sin embargo, muy distinta.
A diferencia de Burgess y MacLean, homosexuales, alcohólicos y melancólicos, no parece que Philby tuviera excesivos problemas para adaptarse a la Nomenklatura. Convertido en héroe nacional, se casó con una rusa llamada Rufa y asesoró al KGB hasta el final de sus días. Algunas fuentes señalarían tras su fallecimiento en 1988 que se había sentido desilusionado porque los ideales del socialismo no se correspondían con la vida corriente. Quizá nunca lleguemos a saber la verdad. En todo caso, Philby no llegó a matar a Franco, pero, sin duda, sirvió a la causa de la URSS en tareas mucho más relevantes.
ESPÍAS DEL PASADO; PIRATAS DEL FUTURO
Pablo González de Castejón
El final de la Guerra Fría supuso la decadencia de una época, y con ella pareció caer también una profesión tan poco respetada como conocida: el espionaje. Pero aunque sus métodos variaron con el tiempo, adaptándose a un nuevo siglo eminentemente teconológico, su esencia permaneció intacta. Las tramas de sus protagonistas, siempre llenas de intrigas, traiciones y mentiras, han inspirado a lo largo de la historia al mundo de la literatura algunos de los relatos más sorprendentes jamás escritos; así ocurrió con la vida de Adrian Russell «Kim» Philby. La novela de John Le Carré «El topo» es un claro ejemplo. Narra la vida de un agente con innumerables semejanzas a Philby, aunque se toma algunas licencias hacia el final de la historia. Pero un mundo tan atractivo como es el del espionaje –en plena actualidad gracias a EE UU– encontró hace tiempo a su mayor aliado en el cine. Desde películas con cierto rigor histórico –como «El buen pastor» de Robert de Niro, donde se cuentan los inicios de la CIA, o «La noche más oscura», basada en el inesperado final del terrorista más buscado del mundo, Osama Bin Laden–, hasta cintas entretenidas o en clave de humor –los mayores referentes son 007 y su versión cómica, Austin Powers–. En la actualidad, tres personas acaparan todos los focos de las centrales de Inteligencia, Bradley Manning, Eduard Snowden y Julian Assange, calificados como «piratas informáticos». Los dos últimos poseen ya sus propias versiones cinematográficas, aunque ninguna de las dos cuenta con su aval. Son analistas, no hombres de acción. Un nuevo tipo de espía que no necesita pasaporte, pues viaja a través de internet. Un modelo rejuvenecido para un nuevo milenio en el que una sola persona, desde su casa, puede poner en jaque a un Gobierno.
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