Fallece la Duquesa de Alba
El verso libre de la aristocracia
La muerte de la Duquesa cierra un capítulo de las grandes personalidades del siglo XX. Asumió la tarea de mantener un gran legado y tuvo debilidad por la cultura popular.► Historia: La Casa de Alba, una de las mayores fortunas de España ► Legado: El reparto de la herencia ► Genealogía: La historia de la Casa de Alba ► Autobiografía: «Soy Cayetana, Cayetana de Alba ► Matrimonio: Las tres bodas de Cayetana ► La última entrevista con LA RAZÓN
Ha muerto la Duquesa de Alba. No hace falta decir nada más para explicar que con el fallecimiento de María del Rosario Fitz-James Stuart y Silva se cierra de un golpe lo que quedaba de aquel mundo nobiliario que sobrevivió como pudo al siglo XX. Cayetana se ha ido bajo el signo de Machado, «Oh, fin de una aristocracia», acabando a los 88 años con una vida repleta de momentos irrepetibles en un mundo que ya nunca volverá. Cayetana, como la conoce la mayoría de los españoles, ya que era el apelativo que prefería en las distancias cortas, se convirtió en los últimos años en uno de los personajes imprescindibles de la Prensa rosa. Generadora de noticias por sus decisiones y de titulares por sus respuestas a los periodistas cuando le preguntaban por su familia o por su vida íntima, había abandonado su papel de primera aristócrata del reino, quizás por la desmemoria o ignorancia de quienes hablaban y opinaban sobre ella, para ser carne de cañón de los programas de sobremesa. En realidad, estaba muy por encima de todo eso y por herencia y derecho propio, ya hacía bastante tiempo que era una personalidad internacional que se celebra con lo más granado de la sociedad y la política del pasado siglo.
Hija del Duque Jacobo, de una interesantísima y desconocida biografía, había nacido en el Palacio de Liria de Madrid el 28 de marzo de 1926 mientras su padre estaba reunido con José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón, quien se encargó de atender a ella y a su madre. Hay culturas que aseguran que nacer bajo uno u otro signo es determinante para la suerte o desgracia posterior, pero la presencia de éstos anticipa claramente por dónde irían sus caminos e intereses vitales. La niña Cayetana pintada por Zuloaga, veraneante en los lugares más exquisitos del Cantábrico, habitual en la corte de Alfonso XIII (era su padrino y la reina Victoria Eugenia su madrina), tuvo que enfrentarse desde muy temprana edad a la dolorosa decisión de vivir separada de su madre, que padecía tuberculosis. La Marquesa de San Vicente del Barco se convirtió para la Duquesa un personaje alejado, que estaba casi siempre en la cama por lo que su educación dependía de las institutrices extranjeras que la cuidaron en sus primeros años. La ausencia materna se desvaneció en 1934 convirtiéndose para siempre su padre en el principal referente y modelo a seguir en la gestión de la Casa de Alba. En diversas ocasiones, especialmente durante la reconstrucción del Palacio de Liria, que fue destruido por las tropas franquistas durante la Guerra Civil, aseguró que insistió en recuperar el esplendor de este inmueble y que no cedió jamás en la venta del solar de la calle Princesa de Madrid porque se lo juró a su padre, que falleció en 1953 cuando los trabajos estaban en su fase inicial.
Durante la Segunda Guerra Mundial residió en Londres, donde fue testigo de los ataques de la aviación alemana mientras recibía en su residencia la visita de un pariente lejano, tripón y aficionado a los puros. Se llamaba sir Winston Churchill y era el primer ministro de Reino Unido, sin embargo, ella con la naturalidad que la caracterizaba siempre, se refería a él como «mi primo». El Duque Jacobo, además de representar al Gobierno de Franco como embajador, trataba de hacer lo posible por el regreso de la monarquía a España, y su último intento fue el «Manifiesto de Lausana», un documento que fue rechazado por el dictador y que instaba a los monárquicos a abandonar cualquier colaboración con el régimen. El primero en hacerlo fue el Duque, que por cierto falleció en esa localidad Suiza.
Aquella niña que había recorrido las calles de El Cairo vestida de mendiga y pidiendo limosna por el mero hecho de conocer cómo era la vida fuera de los suelos de mármol, pero a la que esperaba para enseñarle los secretos del Antiguo Egipto nada menos que Howard Carter, tenía que hacer frente a la reconstrucción y mantenimiento de un inmenso legado cultural e histórico en el que se encontraban, además de una amplia colección de palacios, castillos y fincas, obras de Velázquez, Goya, Canaletto, Rubens o Picasso. No está claro si es leyenda o realidad, pero hay quien asegura que en devolver el esplendor a la Casa de Alba Cayetana agotó la mitad de su inmensa fortuna. Antes, en 1947, su padre se había gastado 20 millones de la época en su enlace con Luis Martínez de Irujo. «Le Monde», «The New York Times», «The Daily Mail», «Telegraph» y «The Angeles Times» la calificaron como la boda más cara jamás celebrada hasta entonces. Las malas relaciones con Franco hicieron que la Prensa del momento silenciara este hecho y que sólo «Arriba» publicara un editorial recalcando el lujo utilizado frente al «hambre del pueblo español», que aplaudía en Sevilla el coche de mulas en el que llegaron a la Catedral. Tampoco reflejaron que se ordenó que se ofrecieran comidas por el mismo importe a los sevillanos más necesitados.
Desde que se hizo cargo de la Casa de Alba en 1953, supo alternar su posición histórica con las más peregrinas y populares iniciativas. La tercera Duquesa de Alba en la historia, al contrario que las otras dos representantes de las Casa de Medina Sidonia y Medinaceli contemporáneas de ella, tuvo debilidad por todo lo que oliera a folclore, fiesta y, en especial, a Andalucía. A su primer marido le sorprendía verla aprender los pasos flamencos de la mano de Enrique «El Cojo» y nunca dejó de ocultar su pasión por el mundo de los toros y el flamenco. Durante décadas nunca faltó a la Semana Santa de Sevilla y era habitual verla en los distintos saraos, generalmente benéficos, o en la Feria de Abril. Pese a ello, tampoco descuidó sus aficiones culturales y dedicó largas horas de trabajo a la pintura. Es más, en una finca en la localidad sevillana de El Carpio instaló un estudio donde pasaba largas temporadas pintando.
En 1978, seis años después de enviudar de su primer marido, decidió unir su vida, al ex jesuita Jesús Aguirre, que era un intelectual impregnado de filosofía alemana, muy conocido en los cenáculos culturales de la Transición. Años después, uno de sus compañeros de conciliábulos, el escritor y periodista Manuel Vicent, le dedicó una biografía que no gustó nada a la Duquesa. Cayetana no tuvo reparos en recordar los méritos de su marido, muerto en 2001. Era marzo de 2011 y pese a contar con una edad avanzada no permitió que nadie manchara la memoria de quien fuera Duque de Alba consorte. Para entonces ya estaba comprometida con su actual viudo, el funcionario Alfonso Díez, con quien se casaría en octubre de ese año en Sevilla.
Ha muerto la Duquesa de Alba. Pese a que era la mujer con más títulos nobiliarios del mundo, llegó a ser 18 veces grande de España, a protagonizar portadas de la revista «Time», a jugar con la futura reina de Inglaterra siendo niñas, a donar grandes cantidades de dinero a la beneficencia, a mantener un legado cultural sin precedentes y a elegir vivir su vida por encima de cualquier cosa; en el fondo, Cayetana no era más que una mujer sencilla que disfrutaba de los aspectos más importantes de la vida de un ser humano: el amor y la libertad. Algo que está por encima de cualquier blasón.
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