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Alegría por el final del plomo
Quizá lo que voy a escribir no resulte para algunos muy políticamente correcto, pero para mí sentir que ETA confirma su final y entrega las armas es una alegría inmensa. El adiós a esta banda terrorista ratificado el jueves en presencia de varios testigos de diferente procedencia y nacionalidad es un tremendo alivio. Sí, ya sé que no han tenido la humildad de pedir suficiente perdón y aluden al daño causado muy por encima y todo lo que ustedes quieran, pero lo importante es que desaparecen, que en San Sebastián, mi ciudad, por fin hace años que se puede vivir tranquilo, incluso hablar sin miedo después del horror pasado desde finales de los setenta, cuando despertar cada mañana con un muerto o secuestrado era la pesadilla diaria. Al amanecer, recuerdo en el silencio de la ciudad escuchar el ruido del plomo y ver un muerto delante de tu edificio, o pasear un apacible domingo por La Concha y sentir pasar a tu lado a alguien corriendo y, al segundo, caer muerto un hombre que caminaba delante de nosotros; gritos, dolor inmenso, desconcierto y su mujer presa de un ataque de nervios. Era el Comandante de Marina de San Sebastián. Estupenda persona y hombre de bien. También podría contarles el día que mataron a Gregorio Ordóñez queridísimo amigo, o a El Tigre Santamaría, uno de los propietarios de la discoteca Ku de Ibiza el día de San Sebastián en plena tamborrada. Cenábamos en una hermandad (ese día podíamos entrar las mujeres) cuando de pronto lo vimos caído encima de la mesa. No entendíamos nada. El ruido de los tambores opacó el sonido seco y cruel del disparo propiciado por un canalla asesino que, vestido de cocinero, pasó totalmente desapercibido y desapareció en la noche de fiesta.
Ese momento no lo olvidaré mientras viva, como nunca olvidaré la noche que nuestro padre nos reunió para leernos la carta que había recibido con el siniestro sello de ETA, la serpiente, y la frase final: «Te ejecutaremos». Fue estremecedor. Amenazaron a mi padre, hombre bueno y justo que lo único que hizo toda su vida fue trabajar y ayudar a los demás, procurando puestos de trabajo a todo el que acudía a él. Me cuesta mucho escribir de estas cosas por el dolor de las imágenes que vienen a mi memoria, pero tengo que hacerlo porque perdonar no significa olvidar tanto sufrimiento, pero sí tener una generosidad enorme por ambas partes para pasar página y quedarnos con lo que de verdad importa, la paz.
Impuesto revolucionario
No se imaginan la felicidad de pasear por las ciudades y pueblos de Euskadi sin miedo, sin mirar atrás de reojo por si alguien te seguía, sin poder expresar tus opiniones. También era muy fuerte pasear por San Juan de Luz un sábado por la tarde y cruzarte con miembros de ETA que solían estar reunidos en un bar muy conocido a donde se iba a pagar el impuesto revolucionario. Y muchas otras actividades de la banda para financiarse que mejor me las callo porque creer en la libertad de expresión es una utopía y el miedo a estos fanáticos queda inscrito en mi ADN ya para siempre. Por todo esto entenderán mi enorme alegría y felicidad por la ratificación del final de ETA. Ahora sí podemos decir: «Viva Euskadi libre». Esa frase tantas veces repetida por ellos: «Gora Euskadi askatuta», pero entonces lo único que no teníamos era eso, libertad.
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