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Carmen Tello: «Todavía podemos llevarnos sorpresas con los hijos de Cayetana»
Durante los últimos meses, desde la muerte de Cayetana, Carmen Tello ha estado acosada, perseguida y convertida en renovado centro de atención. Desde su perspectiva única de amiga incondicional y abnegada, con una entrega no vista en los hijos de la aristócrata, Carmen Tello calló. Incluso ni respondió a la humillación vengativa que supuso verse descolocada en el funeral de la catedral bética. Lo mismo hicieron con otras incondicionales de la extinta. La descendencia impuso un punto y aparte. Carmen ha recibido importantes ofertas económicas de los principales medios para posar, hablar y recordar. Su elegante lealtad la mantuvo muda y hoy, gracias a la amistad que nos une, logro unas opiniones. Son pocas, pero importantes porque «no quiero meterme en líos. Estoy muy bien como estoy y sigo los consejos de Curro». Es una especie de Séneca contemporáneo. Sus palabras son sentencia.
–¿Asombrada ante lo que está pasando entre los enfrentados hijos de Cayetana y las medidas que adoptan con el patrimonio?
–Algo sorprendida. Ella nunca abriría Dueñas al público –que era su auténtica casa– ni vendería esas cartas de Cristóbal Colón que tenía en mayor estima hasta que a los goyas. Le gustaba conservar intacto el patrimonio que, además de lo recibido, aumentó mucho como cuando compró un Renoir que luego regaló a Cayetano, al que le dio demasiado sitio.
–¿Qué diría ella ante el rifirrafe fraternal y lo que está por venir desde que Carlos Huéscar tomó las riendas y echó de Liria y Dueñas a sus hermanos?
–No entendería nada, y aún no sabemos el final de la historia. Podemos llevarnos más sorpresas. Lo aclarará el tiempo. Todos los días me acuerdo de ella, no se me va de la cabeza. Éramos entrañables; reíamos mucho y se desahogaba con nosotras. Le encantaba salir a comer aunque le racionásemos las «cervesitas». Era su bebida favorita.
–¿Te sientes maltratada por los herederos?
–Yo trataba a su madre. No he tenido ningún contacto con los chicos que, ni siquiera por edad, fueron amigos de mis hijos. Carlos es al que conozco un poco.
–Pero usted amadrinó en Dueñas la boda de la Duquesa y Alfonso Díez, allí alternaron juntos...
–Pero no revueltos: cada uno en su sitio. Fui la madrina porque así me lo pidió Cayetana, a la que no podía negarle nada. Cuando me separé del marqués de Valencina, ella se portó de cine. Me arropó ante ciertas incomprensiones sevillanas que no entendían desdeñar semejante posición y vivir en el palacio de la calle Cuna. Cayetana fue muy generosa y hasta valiente defendiéndome y permaneciendo a mi lado.
–¿Los encuentra desagradecidos después de cómo y permanentemente ustedes se portaron con ella, sirviéndole de animación y hasta apoyo físico?
–Lo que hicimos por Cayetana es porque lo sentíamos. No tienen que agradecernos nada, pero deberían hacerlo con los médicos que varias veces le salvaron la vida. Entre ellos, destaca Paco Trujillo, que la levantó de la silla de ruedas que a ella la deprimía en su coquetería. Nos conocíamos desde hace 32 años y, pese a la diferencia de edad, nos entendimos enseguida. Tenía alma de madraza y me acogió. Luego la acompañé en su enorme tristeza con lo de Jesús. Cautivaba por simpática e inteligente. Valoraba a las personas por encima de su rango o estatus. No buscaba el interés y se daba por igual sin reparar en la clase social. Le importaban las personas. Yo le pedía muchos consejos.
–¿Sobre qué le advertía?
–Cuando tenía un enfado o no veía claro algún tema, le preguntaba: «Cayetana, ¿qué hago»? «No te preocupes, boba; la vida es otra cosa», aclaraba. Me animó mucho cuando me enamoré de Curro. «No te ates a nada, ¡vive, vive...!», me decía. Conquistó Sevilla. Me abrió mucho los ojos porque yo era bastante ingenua.
–¿De qué la advertía?
–Sobre nuestro entorno: «Ojo con esa, no te fíes, ten cuidado con lo que dice», me advertía. Y luego nos reíamos mucho. Era única, ay. La añoro.
–¿Cómo va la situación y el desapego hacia Alfonso? Él me parece un ejemplo de dignidad muy de «nobleza obliga».
–Sigue desolado y superentristecido. Pero nada le sorprende. Cayetana nos pidió que, cuando ella faltase, nunca le dejásemos solo «porque se rompía pronto». Hemos hecho piña todos sus amigos sevillanos. Pero nada nos dice en qué situación está, qué recibirá y cómo ven los presuntos acuerdos. Cuando viene se siente muy arropado. Nunca buscó a Cayetana por interés, sino con enorme cariño y admiración. no quiere meterse con nadie.
–Pues le sobran motivos.
–Respetamos su actitud, que nos parece muy digna. Alfonso es así.
Carmen Tello siempre es una gran señora. Exacta, prudente y muy valiente cuando por amor al de Camas renunció al título y posición de marquesa. Pero por encima de todo eso, perenne en su belleza y matinales ejercicios diarios sobre la cinta adelgazadora, una gran amiga. Volvió a demostrarlo. Me entrego a ella como hacía Cayetana. Es un buen punto de apoyo; de lo más hermoso y lleno de gracia. La Duquesa sabía escoger.
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