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Darín se aupó a Michelle con tacón cubano
Los actores protagonizarán el anuncio Freixenet de este año, marcado por el aire desangelado de la marca de cava, pendiente de su próxima venta
Los actores protagonizarán el anuncio Freixenet de este año, marcado por el aire desangelado de la marca de cava, pendiente de su próxima venta.
ebió de ser una simple impresión, quizá solo eso. Ojalá, pero el siempre chispeante estreno del «spot» de Freixenet pareció algo melancólico, un aire acentuado por la gris frialdad del enorme cenador del antaño Palacio de los Duques de Pastrana, hoy alquilado para bodas y banquetes. Es desangelado. Al siempre animoso Pedro Bonet muchos le animaban a escribir sus memorias revelando cuánto sufrió soportando años a las estrellas contratadas por el grupo que propone vender la firma de cava que abastece a medio mundo. Las preguntas darían para un programa del corazón. Ricardo Darín parecía sorprenderse del colegueo. Lo hizo enterándose de que Shirley MacLaine aterrizó con quince maletas; que Kim Basinger protagonizó en Chicago la rueda de prensa más larga de la historia, mientras que la de Andie MacDowell solo duró veinte minutos porque la hoy apagada estrella no dio para más. Le contaron lo desabrido que estuvo en Palm Beach Pierce Brosnan negándose a abrir el baile con la anfitriona, fiestón que me recordaron y al que acudí muy enfadado, porque alojados en Miami, a las cuatro de la tarde y con 40 grados, nos hicieron vestir esmoquin para desplazarnos durante dos horas hasta el feudo de Donald Trump, el alquilado Mar-a-Lago, hoy tan difundido. Se nos mustió hasta la pajarita. Nos pasmamos con la abundancia de dorados que contenía. Era y supongo que ahora más, de una opulencia hortera.
Antonio Banderas se mostró tan encantador como siempre –España es diferente– y Montserrat Caballé no dejó de sonreír muy atenta a las indicaciones. «La tele no es lo mío», evocaron que reconoció fiel a su humildad, que, sin embargo, y entonces lo conté, se enfrentó a John Williams, el compositor de «La guerra de las galaxias». La dirigía en el Radio City neoyorquino para un concierto compartido con Pavarotti, Sinatra y Diana Ross. Organizaba Bárbara, entonces esposa de «la voz». Cuando los irrepetibles divos iniciaban el «Mi chiamano Mimi» de La Bohème, la barcelonesa interrumpió para advertir al director de orquesta: «Maestro, que los cantantes también respiramos y esto no es «La guerra de las galaxias», protesta que remarcó cuando algo la incomodaba y se apoyaba fuertemente en su talón izquierdo. Además de ser un gesto cómodo, era batallador. Le salió la «prima donna».
«Los vendedores» se enfrentan al fundador, Josep Ferrer –aseguraban que con 81 años increíbles bajo un cuidado y risueño aspecto–, que se opone a lo que ya parece pactado. Incluso hablaron del puesto que le darán al que con lógica firmeza y no sé si también enfado defiende lo que aupó de la nada. «Esperamos que mantengan lo prometido», dudaban. Entre los comensales, apenas había famoseo, algo también reseñable, salvo Michelle Jenner y Ricardo Darín, estrellón muy simpático y atractivo, agrandado por zapatos con taconazo de altura más que cubano. Por encima de la cigalas a la sal, en revoltillo con cremoso de coliflor y almendras con toques yodados, y solomillo de corte reposado sobre tierra de vegetales aromáticos, el monotema bullía en todas las mesas y daban hasta fecha. «El límite es el día 21». Está cercano y tiene influencia política. O tal aseguraban.
Los presuntos compradores no decidirán nada hasta ver el desenlace de las elecciones independentistas. Todo dependerá de su resultado, resumían pasando el previsible mal trago con Freixenet Cuvée D.S y la Reserva Real de la marca.
Saraos precedentes recordaban los invitados ante un cautivador Darín, cuya esposa vistió españolizada con un traje negro de lunares blancos realzando el casi pelo rubio recogido en una trenza trasera parecida a la usada por la prota de «El mentalista». Distinto tono, sin chinchineo pero de altura, tuvo el lanzamiento de «Carmen», futuro «best-seller» navideño, que apadrinó una espléndida Carmen Martínez-Bordiú supliendo la nunca esperada presencia de la duquesa de Franco. Nieves Herrero se luce en este libro, como en su día exhumó el escandaloso romance de Sonsoles Llanzol, madre de Carmen Díaz de Rivera y Serrano Súñer, «el cuñadísimo». Aquí recupera o casi aporta más de lo que hubo en la controlada infancia y juventud de Nenuca, luego Carmina, ahora admirable y respetada doña Carmen, hija única del Caudillo invicto. «Siempre estuve de unas manos a otras: primero, en las de mi madre y la corte de El Pardo, luego con mi marido, ahora soy realmente libre», relata un pasaje del libro, momento en el que la duquesa de Franco pensaría especialmente en la metomentodo marquesa de Huétor de Santillán, una lianta a la que conocí aún mocito. En Coruña pasaban agosto y don Francisco conocía todas las marisquerías de la zona, que les servían en Meirás, donde siendo flecha hice guardia de boina roja y camisa azul. «Solo he leído lo que cuentan de mí y me ha parecido bien, incluso la recreación que Nieves hace de ambientes y gente», opinó Martínez-Bordiú.
Carmen aprovechó también para poner de largo al treinteañero australiano Timothy McKeague, que reemplaza con apostura lo que no tenía Luismi, «El chatarrero». Las íntimas comentaron ante Coral Bistuer, de rojo vivo, que «nunca entendimos esa relación, pero Carmen es así cuando se encapricha». La vi con ojos luminosos bajo atigrado en lanilla. El de turno intentó alejarse del grupo, pero acabó posando sonriente sin que se notasen mucho los 34 años que los separan. Con razón produce envidia. «Ni mi madre, que pensaba ir hoy al teatro, pero se encontró mal, ni mi hija lo conocen aún», me dijo sonriente, añadiendo zumbona y experimentada: «Y que dure lo que dure».
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