Casa Real
El Borbón que murió en una residencia por amor
El hombre que nació plebeyo y murió hijo de rey mantuvo una relación con la Familia Real hasta que pidió que se le reconociese la filiación. LA RAZÓN reconstruye cómo pasó el último tramo de su vida en una residencia de Aravaca.
El hombre que nació plebeyo y murió hijo de rey mantuvo una relación con la Familia Real hasta que pidió que se le reconociese la filiación. LA RAZÓN reconstruye cómo pasó el último tramo de su vida en una residencia de Aravaca.
El hombre que nació como el plebeyo Ruiz Moragas muere como hijo de rey de la dinastía Borbón al reconocerse que fue un bastardo de Alfonso XIII. Recibirá funerales en el lugar más regio de Madrid, en la iglesia de los Jerónimos, el 6 de julio a las 20h. Se rezará por Leandro de Borbón Moragas una hora más tarde de la que él acostumbraba a tomarse su whisky con Coca-Cola. No se espera la presencia de ninguno de los cuatro monarcas, ni de ninguna de las seis infantas.
Leandro de Borbón fue hijo de rey siempre, aunque no lo supiera, y mantuvo relación con la Familia Real hasta que pidió que se le reconociese la filiación. En 1990 los tribunales le reconocieron como tal, pero no se le dio ninguna distinción, aunque él la reclamara a su sobrino Juan Carlos I. Todo lo que obtuvo desde entonces fue la ruptura de relaciones y, cinco años más tarde, en 1995, el acceso a una parte mínima de la herencia de Alfonso XIII. Con esos millones de pesetas de la época, Leandro montó dos empresas que se fueron a pique. Su lema fue «orden y disciplina», producto de su formación militar, y su color favorito, el azul borbón. Era, por encima de los desplantes familiares, un monárquico convencido. Leandro, mucho tiempo antes de la abdicación de Juan Carlos, se pronunciaba a favor de la sucesión porque Felipe y Letizia Ortiz le gustaban. LA RAZÓN reconstruye cómo pasó sus últimos años en una residencia de Aravaca (Madrid).
La esposa de Leandro, Conchita de Mora, a consecuencia de un ictus que sufrió en 2008 y del que quedó hemipléjica, requiere ser ingresada en una residencia de mayores asistidos, Ecoplar, con 14.000 metros cuadrados de espacio, spa, huerto y 139 residentes. El hijo de Alfonso XIII, por amor, decide acompañarla aún teniendo la opción de seguir en su casa, donde su hijo, también llamado Leandro, le garantiza que seguirá atendido con su servicio doméstico. Conchita entra en la residencia el 23 de diciembre y Leandro, el 24. La Nochebuena la celebra el matrimonio con su hijo Leandro y su nuera en el apartamento de 40 metros cuadrados que es su nuevo hogar. La pareja se conoce en 1963 y desde entonces han sido inseparables. Ellos vivían independientes en su apartamento con cocina americana, terraza y aparcamiento para su jeep. En la residencia le llamaban Leandro. «Era una persona muy sencilla, sólo los aduladores le decían Alteza», nos comentan. A partir de 2007, dejó de lado su «lucha» borbónica, se relajó y disfrutó la vida.
Gemelos con escudo
Sobre las diez de la mañana le llevaban al saloncito el desayuno en bandeja: tostadas y café con leche. Desayunaba viendo las noticias. Sobre las once llegaba una auxiliar y, como si fuera un ayudante de cámara, le metía en la ducha. Era su mejor momento del día. Como buen Borbón dejaba que la señorita le lavase y le gustaba ver cómo se maquillaba su mujer con la mano izquierda y escucharla reír. Luego se vestía como un príncipe, perfectamente conjuntado; tenía buena facha y gusto. La corbata a juego con los calcetines y sus gemelos con escudo. Fue un par de veces al sastre de su sobrino, Don Juan Carlos, pero decidió tener el suyo propio. Luego hacía sus quinielas, compraba la lotería, porque le encantaba jugar a todo lo que hubiese. Nunca le tocó nada. Siempre buscaba las terminaciones 7 y 5. «A los Borbones les gusta el juego», dicen los que le conocían. «Ha sido un gran jugador de cartas», rematan. De hecho, los lunes y jueves tenía partida de mus con su grupo. Con la infanta Margarita es posible que hace años jugase algunas partidas de cartas... y algún taco soltaban. Bajaban a comer al comedor de la residencia donde tenían su mesa y después de echarse una siesta de dos horas jugaban a las cartas con los amigos en el salón comunitario, especialmente con la familia del actor Pedro Osinaga, con los que también solían tomar el aperitivo en el bar de enfrente de la residencia. Si estaban ellos dos solos, preferían el dominó, modalidad en la que su mujer es una campeona. Para merendar se tomaba lo que le subían en bandeja, más sus lonchas de jamón ibérico y su whisky con Coca-Cola en copa de balón con una corona monárquica grabada en el cristal. Todos los días a las siete de la tarde, seguía el mismo ritual desde hacía 50 años. Sus amigos, cuando le invitaban, ya sabían que tenían que tener una copa balón para Don Leandro. Sobre las siete y media se retiraban a su apartamento porque a las ocho les llevaban la cena. Generalmente, verduras y pescado. Cenaba en pijama, con zapatillas marrones y batín azul. Luego, cada uno se ponía en su televisión. Concha, en la habitación con sus programas de entretenimiento, y Leandro, en el saloncito, con debates y tertulias políticas. Se enfadaba con los de La Sexta porque los encontraba partidistas, pero con los de 13TV estaba más de acuerdo. Él tenía miedo a Podemos. En las últimas elecciones, las del 20-N, no pudo votar por estar en el hospital. Para las de mañana, tenía ilusión por ir de la mano de su mujer para que no se perdiese ningún voto.
Solía ir los jueves a la Gran Peña a comer y a escuchar un coloquio. Le gustaba hacerse la manicura y cortarse el pelo y la barba en una peluquería de Majadahonda. Le encantaba el fútbol por las quinielas y su equipo era el Real Madrid. Nunca vio jugar a La Roja, él la llamaba la Selección Española de Fútbol. Le gustaba el buen marisco, la morcilla, los guisos y el arroz caldoso con merluza. De los cinco hijos que tuvo con su primera esposa, sólo recuerdan que hayan pisado la residencia Mercedes, una vez al año, y Blanca, dos veces al año. El resto, jamás. Leandro murió por un fallo renal, sin tener un duro en su bolsillo y sin haber dejado más memorias que las del «Bastardo Real». Con ellas rindió cuentas con su historia.
Y poco a poco se apagó
El viernes 17, a las 8.49 de la mañana, Leandro de Borbón Mora estaba en un avión a punto de rodar por la pista cuando recibe la llamada del médico porque su padre ha empeorado. Los pilotos entienden la situación, paran el avión y le abren las puertas. Llega al hospital, a don Leandro le ha dado una parada cardíaca. Durante todo el viernes va apagándose poco a poco, hasta que fallece a las 3.30 de la madrugada. Tres días antes de morir se despidió con gestos de su mujer y de su hijo Leandro. «Adiós, papá», fue lo último que escuchó y él, a duras penas, levantó su mano en una despedida final. Creía en Dios y, aunque no era muy practicante, en sus últimos 20 días de vida recibió diariamente la comunión.
✕
Accede a tu cuenta para comentar