Drew Barrymore
Ellen, reina de la televisión y de la taquilla
La lesbiana más influyente de Hollywood y presentadora del magacín que tritura cualquier competencia ha fumigado los rumores que hablaban de un posible divorcio con su pareja, Portia de Rossi, con la que se casó en 2008
La lesbiana más influyente de Hollywood y presentadora del magacín que tritura cualquier competencia ha fumigado los rumores que hablaban de un posible divorcio con su pareja, Portia de Rossi, con la que se casó en 2008
La duquesa coronada de la televisión, campeona en el retablo de los focos, carece de antagonistas. Ellen Degeneres, de Luisiana y rubia, 58 años, de verbo letal como una cuchilla automática, afectuosa y libre, es la lesbiana más influyente de Hollywood y la presentadora del magacín de televisión que tritura cualquier competencia. Aparecía estos días para celebrar «Buscando a Dory», en la que pone voz al pez azul desmemoriado, la película de animación más taquillera de todos los tiempos. Degeneres, que ha fumigado los rumores que hablaban de un posible divorcio con su pareja, Portia de Rossi, con la que contrajo matrimonio en 2008, puede fardar de una carrera asombrosa. Cuando salió del armario, en 1997, perdió su serie y recibió los canutazos del respetable, que andaba tarasco por la insoportable sinceridad de la diva, a la que preferían amurallada. Muchos pronosticaron su ostracismo. Una muerte social a cámara lenta. La imposibilidad de que el statu quo, los anunciantes y el público aceptaran el bocado de sinceridad. Menudos brujos: veinte años después, Ellen lo mismo presta su voz al pelotazo dirigido por Andrew Stanton («Toy story», «Buscando a Nemo», «Wall-E») que patrocina y cultiva nuevos talentos, anuncia planes para producirle un programa de televisión a Drew Barrymore, entrevista al matrimonio Oba-ma, presenta los Oscars, los Grammys y los Emmys, colecciona galardones y escribe libros.
Imparable, rodeada de un séquito digno de una faraona, pero incapaz de ir por la vida como un gato persa con collar de diamantes y piel de seda, fue criada en la inquietante cienciología, que abandonó con 13 años. Mientras acumulaba experiencia con trabajos basura en las calles de Nueva Orleans perfiló su vocación de humorista. Como maestros, Woody Allen, Steve Martin y la gente del «Saturday night live». Esa socarronería anglosajona, entre la flema británica y la mordacidad judía, que en EE UU alumbra genios desde Groucho Marx y Mel Brooks. Sus primeras oportunidades en la televisión y el cine desembocaron en «Ellen», la serie de mediados de los noventa que escandalizó cuando en uno de los episodios su alter ego, interpretado por ella misma, le confesaba a la terapeuta, Oprah Winfrey, que era lesbiana; meses antes lo había confirmado en directo, aquí sin careta, delante del micrófono de la propia Winfrey. A Ellen primero le marearon el programa y le cortaron la publicidad, y al año la despidieron. Dio igual. Los tiempos eran otros. El público bebía los vientos por la chica del flequillo corto, gamberra, valiente y dura. Desde que en 2003 botó «The Ellen Degeneres Show», un magacín amable, tumultuoso, convencional, no hay luminaria que no pelee por sentarse en sus butacas. No hay mejor trampolín promocional ni existe un podio con más eco en la televisión gringa. Es legendaria la aparición de Ellen en pijama, remolcada hasta el plató en un catre hospitalario, cuando a raíz de una lesión lumbar decidió presentar el show mientras yacía encamada, ciega de pastillas y con los invitados sentados en torno a su cama.
Para comprender hasta dónde alcanza la fama de la doña conviene leer el reportaje que hace un par de semanas le dedicó «Fortune». Allí se explican las novedosas sinergias de un imperio multimedia que aspira a resolver la piedra de rosetta de la era digital. A saber, la monetarización de millones de ubicuos seguidores en Twitter, Facebook, etc., todos orbitando alrededor de la estrella del millón de dólares. Hablamos de alguien que presta el careto a una aplicación de iPhone y ya acumula 24 millones de descargas, a 0,9 dólares la unidad. Dicen los de «Fortune» que, entre otras iniciativas, planea producir una serie de dibujos animados, una competición de baile y un concurso con una niña superdotada. Hay más iniciativas, de lo banal a lo simpático, auspiciadas para engordar un imperio que, anualmente, le reporta ingresos de 65 millones de dólares.
La seductora infalible sabe que la mayoría de las guapas pierden a jirones su belleza en cuanto abren la boca. El sexo y el embrujo habitan en el cerebro. Más allá de la tiranía del 90-60-90 hay una diosa catódica que reúne a toda la familia, del adolescente encendido a la abuela marchosa. Lejos de encuadrarse como activista de batalla combina audacia, sorna y cachondeo. No hay mejor candidata a dar la cara cuando la situación quema y toca cambiar los bustos parlantes por una mujer de rompe y rasga, madurada a base de golpes y con la sonrisa lista para torear.
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