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Esperanza Aguirre aún no usó sus bolas chinas

Bromeó con los periodistas sobre la estupefacción que podría producir aquel regalo cuando registren su domicilio

La ex presidenta madrileña almorzó con la peña «Cuarto Poder»
La ex presidenta madrileña almorzó con la peña «Cuarto Poder»larazon

Fue una divertida y jaleada revelación, que subraya la socarronería de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid que se autocesó del PP madrileño. Destiló ironía, mantuvo el sentido del humor, «que precisamente es lo que le falta a Manuela Carmena», espetó. «Bueno, entre otras cosas. Muy educada, eso sí, pero sin sentido del humor». Esperanza Aguirre no estuvo reservada como en otra invitación de los periodistas de la Peña Cuarto Poder, siempre reunida en Casa Lucio. Su presencia fue atractivo en un almuerzo donde se tocaron todos los temas: desde que prefiere al Papa Benedicto a Francisco. «Comparto con Nati Mistral lo de que es un montonero y bien se vio al recibir al nuevo presidente argentino. Siempre se opuso a él», exhumó, muy al estilo de política sin retirada posible. No canten anticipada victoria aunque se huele un próximo, acaso la siguiente semana, registro de su domicilio madrileño: «Ya veréis, ya veréis...», pronosticó cachazuda pidiendo repetir los boquerones en vinagre. «Está comiendo como no suele», hizo notar su leal jefa de prensa, y Aguirre remachó un supuesto que le divierte: «Mira que si cuando vengan a registrarme encuentran las bolas chinas...».

Pasmo, estupefacción, ¿habíamos oído bien o eran consecuencias del Cune tinto que nos servían? Bolas chinas como suculento plato a desmenuzar. «Pero, ¿qué es eso, presidenta?», coreamos perplejos. Es lo que menos podíamos imaginar en ella, ya con un hijo de 40 años. «Bueno, aún 39», precisó, como la pertenencia del artilugio que da placer. «Fue un regalo de una peña de mujeres periodistas. Y está sin usar, mantiene el plástico y viene acompañado de un frasquito de lubricante. ¿Qué pensarán si en pleno registro –que lo harán pronto, ya veréis– topan con el lote?». Parecía feliz sólo de imaginarlo. Reía del asombro que produciría semejante «tesoro» en esa casa-palacio de la calle Jesús, ya sin guardia civil protegiendo la entrada.

Los platos eran tan variopintos como lo hablado o la mezcolanza que hizo echando sobre el «pan am tomaquet» la salsa de los boquerones. Los catalanes lo llaman «barretxa» (mezcla). Hablamos desde prohibir la apertura de nuevos bares en los Austrias –«con los empleos y ganancias que generan, ¡qué barbaridad!»– a comentar de pasada sobre el pequeño Nicolás: «Es nuestro Juan de Austria», aseguró, tirando a dar y subrayando que «de cara es igualito a su padre. Gracias a él tuvo acceso a personalidades relevantes. No es ningún mierda, es un hijo de papá». Y se dieron pelos y señales, remarcando sus ojos azul intenso tan retratadores.

Tras los callos algo picantes, la merluza y la carne a la piedra prologadas por los huevos de Lucio –«el que más tiene en este país», bromeó– desveló que llamó «a Patricia Vargas cuando el divorcio» para decirle que lo sentía, pero que también es muy amiga de Isabel y Mario y se alegra de que sean felices: «Me parecen un ejemplo».

«Tras el cáncer se me quedó, y se mantiene, la piel seca y rígida. Ahora se cumplen cinco años y sólo tengo que hacerme revisiones anuales. Lloré dos veces durante la enfermedad. Nunca perdí la esperanza», dijo. Habló también de Villar Mir y López Madrid, «cuya madre es íntima de la mía, ya de 90 años». Fue una Esperanza sin su característico ordeno y mando endurecedor, constantemente saludada y hasta felicitada por quienes entraban en el restaurante. Loor de multitudes acrecentado con la que está cayendo. «Confío en que no haya que repetir las elecciones», y se apresuró para no perder ni un minuto del debate de investidura. Nos dejó buen sabor con regusto a huevos.