Casas reales

Inglaterra nombra al Duque de Edimburgo rey de la elegancia

En un principio los cortesanos le consideraban un intruso. Logró ganarse su respeto y ahora ld escriben como el pilar fundamental de la soberana.

La Razón
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En un principio, los cortesanos le consideraban un intruso. Logró ganarse su respeto y ahora le describen como el pilar fundamental para la soberana

Ser consorte «royal» es tarea difícil. Pero estar casado con la reina Isabel II se considera ya doble salto mortal. La monarca, la más longeva del mundo a sus 89 años, se rige por el más estricto protocolo de palacio. Es una de las mujeres más famosas del mundo y, a la vez, una auténtica desconocida, incluso para su propio pueblo, que en contadas ocasiones puede escuchar su voz. Marca autoridad tan sólo con la mirada y jamás se desprende de sus guantes para un pasa manos.

Un hombre misterioso

Pero, con todo, su marido, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, ha sabido hacerse su propio hueco en Buckingham convirtiéndose, además, en el primer miembro de la familia real en aparecer en un ránking de los hombres más elegantes del país. A sus 94 años, acaba de ser nombrado por la revista GQ en el puesto número 12, una posición muy por encima de la de su propio nieto Enrique. La noticia ha causado furor en los rotativos. Pero tan sólo es la anécdota que revela lo misterioso que puede llegar a ser el esposo de la monarca que más años lleva reinando el Reino Unido.

Los británicos conocen al consorte real por los comentarios sin desperdicio que realiza. Dicen que cuando vio a su hijo Carlos recién nacido exclamó que parecía un pudin de ciruela. Podría pensarse que es un invento más de los tabloides, pero a lo largo de los años, ha demostrado que es capaz de eso y mucho más.

No en vano, con motivo de su último cumpleaños, el periódico «Daily Telegraph» le quiso homenajear recopilando sus frases más señaladas. En un encuentro con el presidente de Nigeria en el 2003, le dijo al político africano, vestido con el atuendo nacional de toga y chilaba: «Parece que estés listo para irte a dormir». Y el año pasado, durante una visita al Hospital Dunstable, saludó al personal médico y, delante de una enfermera filipina, le espetó: «Filipinas debe de estar medio vacío porque estáis todos aquí trabajando».

Después de graduarse en 1939, Felipe asistió a la Real Academia Naval de Darmouth. A los 19 años era un apuesto cadete y fue entonces cuando vio por primera vez a Isabel. Ella tenía 13 años y todavía la llamaban Lilibet. Los reyes llegaron al puerto en el yate real Victoria & Albert, y Felipe fue el encargado de escoltar a las dos princesas. Tras años estando en contacto por carta, en el verano de 1946, Felipe le pidió al rey Jorge la mano de su hija. Éste estuvo de acuerdo, siempre y cuando se comprometieran de manera oficial una vez que Isabel cumpliera 21 años. Para poder hacerlo como se debe, Felipe tuvo que renunciar a sus títulos reales griegos y daneses y adoptó el apellido Mountbatten de la familia de su madre. Se convirtió en súbdito británico. La pareja se casó el 20 de noviembre del mismo año en la Abadía de Westminster. Aquel día, se convirtió en el duque de Edimburgo, el conde de Merioneth y el barón de Greenwich.

«El germano»

Pero los cortesanos de Buckingham le apodaron «el germano». En un principio, no le vieron con buenos ojos por considerarlo un intruso y trepa sin dinero. La polémica acerca del nombre de la familia es un buen ejemplo de cómo el príncipe se sentía ninguneado. En aquella época, no es difícil comprender el deseo de un hombre de dar su apellido a sus hijos. A Felipe le dolió especialmente que su amada, presionada por la corte y por Churchill, se negara a renunciar al Windsor que había exhibido su familia desde 1917 en favor del Mountbatten. Aquello le llevó a decir que se sentía como una «condenada ameba». Tal vez fue ése el comienzo de una crisis matrimonial que alcanzó su punto culminante entre octubre de 1956 y febrero de 1957, cuando el duque de Edimburgo emprendió un largo viaje en solitario y empezaron a proliferar los rumores sobre sus supuestas infidelidades. Pero los rumores nunca fueron a más.

Con el tiempo, el consorte se ha ganado su sitio y respeto y ahora las biografías le describen como el pilar fundamental para la soberana, un soplo de aire fresco que logra sacarle una sonrisa con sus comentarios.