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Juntos pero no revueltos

La gran noche de Porcelanosa en el castillo de Windsor resultó un escaparate confrontador de tres grandes hombres con sus chicas

Juntos pero no revueltos
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La gran noche de Porcelanosa en el castillo de Windsor resultó un escaparate confrontador de tres grandes hombres con sus chicas

Aún no me repongo de la impresión de verlos juntos, pero no revueltos. Son el no va más y merecen la portada que les dedican como consagración internacional, y merecerían ser calendario como los que antes colgaban en las cocinas. Me cuentan que en el recatado castillo de Windsor impactó bastante, por impropia, la raja hasta medio muslo lucida por Eva González. Tal exhibicionismo no se prodiga en el feudo de Queen Elizabeth, que habrá torcido el morrete ante semejante exceso. Manuel Co- lonques, hacedor de esta insólita visita, ya costumbre del Príncipe Carlos, antes de viajar al Reino «Desunido» debería impartirles lecciones de protocolo. No las necesita la ya obesa y hasta facialmente irreconocible Ira de Fustenberg, durante tantos veranos icónica en la Marbella de los grandes tiempos. Por allí ahora sobresalen sus hijos y sobrinos, uno ya duque de Medinacelli, título al que aporta universalidad y elegancia. Perfectos en el resto de indumentaria palaciega, ahí no precisan consejos como los que nuestra Casa Real hace semanalmente como apertura de su programación recomendando corbata y chaqueta para ponerse ante Sus Majestades. Una casi imposición ahora seguida, pero relajada en tiempos de Don Juan Carlos que veía entrar en el Palacio de Oriente a informadores –gráficos, sobre todo– en mangas de camisa y hasta con camiseta. Y es que ancladas en unas ordenanzas finiseculares, o también por la desgana con la que no transigían Fernando de Almansa, Alberto Aza, ya no digamos el militarísimo Fernández Campos, permiten que lo acostumbrado y exigible origine cierto desorden inexplicable para visitantes en audiencia. No piden traje oscuro, menos aún chaqué. Si hasta en la corte inglesa ya ni imponen el frac, tan de cena, para pasearse por Windsor, que quedará para monarquías más empequeñecidas. Y no tiro a dar. Sólo opino libremente como me permite la Constitución.

Hojeo, ojeo, repaso y procuro pescar más incorrecciones imperdonables incluso cuando no se tienen piernas «a lo Marilyn» como la antigua Miss España hoy señora de Cayetano Rivera Ordóñez. Su etiquetada camisa lucía botones de nácar en la pechera, ¿qué se ha hecho de las botonaduras? Con José Mari Manzanares, pero a mucha distancia, Caye es el más elegante de nuestros matadores. Aunque el alicantino esta temporada prodiga igual estado de gracia que el segundo de Carmen –nunca Carmina– aligerado en traje de luces sin que pierda autenticidad. Una modernización que ya en su día iniciaron desde Luis Miguel con diseño picassiano a Manzanares padre, el mítico Curro Romero y Rafael de Paula. Tiempos en que cosían irisada seda natural y no licras como en el actual caso de El Juli.

Encuentro que en el alarde parejil sólo faltan María Teresa con Bigote y el marqués de Griñón y esa Esther Doña como tras haber hecho un cursillo de elegancia acelerada. El padre de Tamara tiene criterio, innegable buen gusto, aunque resulta clasicorro, menos a la hora de ponerse en manos de Villa Rovira para que le implante un rejuvenecedor pelo.

Los esmóquines son piedra de toque, quizá por falta de hábito en usarlos impecables con solapas estrechas, bien rasadas las del «mataó» frente al desfasado cuello chal, ya en desuso, del empresario que nos alicata hasta el techo. En su imperio reina indestructible por encima de maridos y años, Isabel Preysler, que exhibió apropiado traje salpicado de florec itas lilas y malvas con manguita. Alegre pero discreto, ella siempre sopesándolo todo para no producir infartos como en alarde casi revisteril, o quizá folclórico –la tierra manda–, de Eva González lanzando al aire su larga cola amarilla. Cayetano llevó la pajarita más cuadrada mientras el resto buscó en el fondo de armario. Comparables los lazos del novelista, un tanto mustio, mientras Richard Gere oscilaba entre ayer y presente. Su chaqueta también de solapas unidas al cuello contrario que las más anticuadas y picudas del hispano-peruano prendado de nuestra reina de corazones. Su mechón blanquecino, pero perfectamente estudiado sobre la frente del Nobel. No se pierdan el repaso, generoso y sin acritud, lean entre líneas, que Jaime Peñafiel da a las tres parejas.

No olvido a Alejandra Silva, de melena más abundante que la de Preysler, con pelo finísimo. La gallega tiene raza, lo mamó y pisó alfombras con la misma seguridad que Isabel manteniéndose erguida sin despatarrarse en los sillones. La novia de Gere, al que mejoró después de cómo lo vimos en similar cita comercial cuando la firma inauguró tiendón en Nueva york, llevaba el pelo sin las mechas plata de hace dos meses –dos, insisto– que le puso Mari Ángeles Cáceres recortándole las puntas, ahora ya encima del hombro, en la pelu de Moncho Moreno. No hubo duelo ni enfrentamiento. Quedó en escaparate confrontador de tres grandes hombres y sus chicas: la eternizada Isabel, la desigual alegría de la ex Miss de «Masterchef »y la prudencia de la gallega que, superado el difícil divorcio, pronto se instalará en Hollywood, donde Gere aún está más que vigente, pero sin el físico de «Oficial y Caballero».