Casas reales
La Corte: Balduino de los belgas y sus tres amores
La reina Fabiola, Dios y Bélgica llenaron el corazón de un monarca ejemplar al que hoy se le dedica una misa en el 25 aniversario de su muerte.
La reina Fabiola, Dios y Bélgica llenaron el corazón de un monarca ejemplar al que hoy se le dedica una misa en el 25 aniversario de su muerte.
Veraneaba en Motril y como todos los años había venido a esa hermosa villa granadina para pasar unos días de descanso. Era el 31 de julio de 1993 cuando el quinto rey de los Belgas fallecía. Su vida no fue fácil. Subió al trono como consecuencia de una crisis política, la llamada «Cuestión Real», que dio al traste con la corona de su impopular padre, Leopoldo III, teniendo que asumir desde muy joven los deberes de rey. Hasta ese momento dos eran los amores de Balduino: Dios y su patria. Responsable, alegre y trabajador, Balduino sabía que algo faltaba en su vida y, con la visión sobrenatural que le era propia, pedía a Dios una compañera para compartir con él el trono. Huérfano de madre desde muy niño, supo encontrar en la Virgen María una madre celestial que le consolara y le ayudara en su vida interior y en su labor política. Pero era imprescindible para él, como hombre y como rey –una de cuyas funciones es perpetuar la sucesión– encontrar una mujer de carne y hueso que fuera su apoyo cotidiano. La encontró en esa España en la que muchos años después moriría. Cuando hablamos de sentimientos oímos las expresiones «almas gemelas» o «media naranja». Eso fue lo que encontró Balduino en Fabiola de Mora y Aragón, hija de los Marqueses de Casa Riera, Condes de Mora. La cuestión del matrimonio del joven rey se había convertido en asunto de Estado. Una religiosa irlandesa, Veronia O’Brien, descubrió que Fabiola podría ser esa «media naranja» que esperaba Balduino. Todo se llevó a cabo con el mayor secreto. Por eso, cuando el primer ministro belga, Gaston Eyskens, anunció en la radio, el 16 de septiembre de 1960, el compromiso del rey, la mayoría no salía de su asombro.
Sin descendencia
Balduino y Fabiola se casaron civilmente en el palacio real de Bruselas y religiosamente en la catedral de San Miguel y Santa Gúdula de esa ciudad. Ahora estamos acostumbrados a que esas ceremonias se retransmitan por televisión, pero en esta ocasión el mundo vio por vez primera una boda real a través de la pequeña pantalla. En junio de 1961 la reina estaba embarazada y así se anunció. Tres semanas después perdía al hijo que gestaba. En febrero siguiente, nuevamente embarazada, dio a luz un niño muerto. Hubo más abortos. Fabiola, muchos años más tarde, lo dio a conocer con gran entereza: «Perdí cinco niños, pero he aprendido a vivir con ello». La falta de descendencia de este matrimonio ejemplar, no hizo más que unirles aún más. Pero no solo eso. Todo el amor que se profesaban y que no podían verter sobre su inexistente descendencia, lo dieron a manos llenas a sus sobrinos y demás familia y a los belgas en general con una dedicación y capacidad de sacrificio verdaderamente notables. El actual rey de los belgas, Felipe, fue para Balduino como un hijo al que dedicó un esfuerzo formativo que hizo de él un príncipe y luego un monarca extraordinariamente bien preparado para la función a desempeñar. Fabiola escribió cuentos para niños, pero no solo se ocupó de éstos sino de los discapacitados, los enfermos mentales y todos aquellos que podían necesitar de la ayuda regia, como los artistas noveles o las mujeres en el tercer mundo.
De blanco en el funeral
Fabiola, que compartía con su marido una fe fuerte en Dios, decidió vestir de blanco en los funerales de Balduino, expresando así no la tristeza del negro luto sino la alegría de saber –a pesar de lo doloroso de la pérdida– que el alma del difunto rey gozaba ya de la visión beatífica. Cuando ella misma falleció, la reina Paola la imitó vistiendo de blanco durante los funerales de uno de los tres amores del rey Balduino: la reina Fabiola, que con Dios y Bélgica llenaron el corazón de un monarca ejemplar.
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