Premios Goya

Las pinturas negras de los Goya

De un lado claman contra la «piratería» y, del otro, se dejan patrocinar por una firma zaragozana especializada en falsificar perfumes.

La alfombra roja de los Goya; al fondo, María León se prepara para posar
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De un lado claman contra la «piratería» y, del otro, se dejan patrocinar por una firma zaragozana especializada en falsificar perfumes.

La denunciable situación es surrealista y encantaría a Luis García Berlanga, inventor de esta Academia que hace un doble juego farisaico. Lo mismo da que clame Ángeles González-Sinde o, el año pasado, el campanudo Antonio Resines, que ocupaba el cargo de presidente que ahora ostenta Yvonne Blake, oscarizada por su ropa en «Nicolás y Alejandra». No sabe dónde se ha metido. Venden, apoyan y sostienen la misma contradicción: de un lado claman contra la «piratería» fílmica y, del otro, se dejan patrocinar por una firma zaragozana especializada en falsificar perfumes. ¿Lo entienden? Lola Flores diría: «¿Cómo me las maravillaría yo?». Los defraudadores entraban a saco en grandes marcas como Carolina Herrera, Paco Rabanne, Valentino y Gaultier –último fichaje de los Puig–. Obraban con total libertad. Sin poder calcar la «tendencia olfativa», copiaban los frascos y las etiquetas remarcadoras del fraude. En diciembre de 2016 el Tribunal Supremo los condenó «sin posibilidad de recurso alguno contra la sentencia». En su tercer párrafo remarca que «el uso de las marcas de reputadas fragancias Puig como Carolina Herrera, Rabanne y Nina Ricci es constitutivo de competencia desleal por publicidad ilícita y aprovechamiento de la reputación ajena debido a la explotación desleal». Se confirma la sentencia contra el grupo Saphir y advierte que «en el futuro debe cesar de llevar a cabo esa comercialización o promoción de marcas de Puig, incluido internet, destruir y dejar de suministrar cualquier tipo de medio identificatorio que contengan dichas marcas, absteniéndose de explotarlas por cualquier medio escrito u oral, así como indemnizar a Puig». «A nosotros nunca nos propusieron patrocinarlos», me dice la jefa de comunicación de la empresa. Algo huele mal en Dinamarca.

Estos timadores recién condenados mantienen su impunidad y, para regocijo berlanguiano, patrocinan los Premios Goya, alfombra roja a la que debieron subirle los colores ante la juzgada tropelía que sin duda ignoran los señores académicos. Aunque tengo mis dudas: da para malpensar el comunicado que como aviso previo mandaron a los medios a la hora de acreditarse en una gala «financiada en su mayor parte gracias a sus patrocinadores, siendo su celebración posible gracias a sus aportaciones y a la participación de RTVE», que sostenemos todos los españolitos que venimos al mundo.

Daría para una película de Buster Keaton, genio de la inexpresión, mientras los académicos del cine viven en las nubes. No tienen desperdicio las últimas líneas mandadas para acreditarse (cuidado con lo que hacen sin que los de Cultura impidan tal ataque a la libertad de expresión). Berlanguiano: «Se compromete a no realizar manipulación, modificación o alteración de las fotos, imágenes y grabaciones hechas durante el evento por lo que respecta a lugares y localizaciones así como, muy especialmente, a los nombres de empresas, productos, marcas o logotipos distintivos de los patrocinadores». Ignoran que semejante potestad la ejerce el criterio de cada medio. Por eso alertan, temen que desaparezca como fondo la publicidad que ya muchos borran. Cine, a fin de cuentas; pobre Francisco de Goya. Esto sí es claroscuro y no sus pinturas negras.

El regreso de Coto

Pero «ainda mais», que diría Carlota Corredera, cada día más guapa y realmente incomparable con Paz Padilla, que pasea su cabeza como si la hubieran degollado en «¡Sálvame!», que ha revivido con la vuelta de Jorge Javier Vázquez con contrato renovado con Mediaset. Por allí me adelantaron la parece que inminente resurrección de Coto Matamoros, el lúcido gemelo; y las comparaciones, en este caso imposibles salvo en lo facial, son odiosas. Coto cumplió, pagó y purgó desatinos como la Pantoja, hoy recrecida y viviendo, inexplicablemente –o quizá buscando hacerse notar–, en un primer piso sin vistas al parque en Menéndez Pelayo esquina a Retiro. Como para no pasar desapercibida. Ya es el cotilleo, molestia y hasta juerga del vecindario. Me sueltan que el acomodo puede ser de «la piloto», una de sus íntimas.

Mientras, Jorge Javier destapó lo aún callado en un «Deluxe» que hará historia. Le dije que no entendía su enfado conociendo cómo ya se portó con una Encarna Sánchez también resucitada –de ahí mi teoría de los muertos vivientes– o con Julián Muñoz, al que estafó sentimentalmente mientras él vaciaba las arcas municipales de Marbella. Aún cumple condena mientras su ex, Maite Zaldívar, ya anima Marbella con su sonrisa. Otra engañada por la folclórica que no las tiene todas consigo ante su reaparición madrileña del sábado próximo, donde la vestirá su sobrina Anabel que, cual esfinge, no se conmueve ante nada. Soporta insultos y descalificaciones sin rechistar. Impasibilidad admirable.