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Las traidoras de Cantora
Dos empleadas que trabajaron para Isabel Pantoja durante más de una década han dejado a «la jefa» por su trato fuerte y sus exigencias irracionales, y ahora la cantante teme que lo cuenten todo.
Dos empleadas que trabajaron para Isabel Pantoja durante más de una década han dejado a «la jefa» por su trato fuerte y sus exigencias irracionales, y ahora la cantante teme que lo cuenten todo.
Preocupación máxima en Cantora. En la finca de Isabel Pantoja se respiran aires de traición. Nadie se fía de nadie. Por eso, la tonadillera ha decidido que, a partir de ahora, todo trabajador que entre allí firme un contrato de confidencialidad. No desea que suceda lo de Dulce o Laura Cuevas, la hija del antiguo capataz, que descubrieron todos los «secretos» de la familia, siempre tirando a lo negativo, por los platós de televisión. Podría repetirse la historia, y la cantante tiembla ante la posibilidad de que, a las que ella llama «traidoras» en petit comité, dos ex empleadas suyas, se vayan de la lengua. Dejaron de trabajar en la finca recientemente porque no estaban de acuerdo con las exigencias de Pantoja, entre ellas, sueldos bajos y jornadas kilométricas. Terminaron hartas y se despidieron.
Nada más salir la noticia a la luz, comenzaron a llegar las ofertas televisivas. La más alta, del «Deluxe». Y si las ex empleadas aceptan se puede liar parda, porque no guardan buenos recuerdos de su paso por Cantora. Isabel y, sobre todo, su hermano Agustín manejan con mano férrea y órdenes rotundas al personal de servicio. Y pobre del que se salga del camino trazado por ambos. Las «traidoras» también pueden destapar los amoríos de Agustín, tan ocultos para la opinión pública, la situación de do-
ña Ana, de la que se comenta que no pasa por un buen momento físico y la auténtica relación entre las dos «Isabeles», madre e hija, que interesa más por los desencuentros y los desamoresque por lo contrario. Igualmente, de la naturaleza de esa extraña enfermedad que ha alejado al «hijísimo» Kiko Rivera de los escenarios discotequeros.
Enigmas sin resolver, de los que las dos ex empleadas estarían completamente al tanto. Y seguro que algunas de esas verdades duele y Pantoja preferiría mantenerlas en el baúl del olvido. Pero el miedo impera en el ambiente: esas dos mujeres, que responden a las iniciales A.M. y M., se muestran un tanto remisas a descubrir los misterios de Cantora. Parece ser que han trabajado allí durante los últimos quince años, y otro de los asalariados del lugar, que prefiere mantenerse en el anonimato, dice que «la patrona no puede tener la menor queja de ambas porque son buenas trabajadoras y nunca han dado problemas. Y eso que doña Isabel tiene un carácter muy fuerte y a veces se le suben los humos. Le ocurre lo mismo a Agustín, que, cuando se enfada, es mejor mantenerse lejos de él».
Celeste, la más fiel
De momento, y a la espera de males mayores, si es que finalmente los hay, en Cantora se hace un casting para sustituir a las huidas. Isabel no quiere sorpresas y pone sus estrictas condiciones a las aspirantes, sobre todo, que sean fans incondicionales suyas, que no tengan cargas familiares ni la intención de tener hijos en un futuro cercano. Es la ley del más fuerte: o aceptas o no hay contrato. Serían internas para todo tipo de trabajos domésticos, con 900 euros mensuales de salario, un día libre a la semana y un horario acorde a lo que decida la dueña del cortijo, comenzando con el desayuno y acabando cuando Pantoja se vaya a la cama. Que se sepa, la más fiel admiradora de la cantante y que ayuda, o ayudaba, en las tareas diarias, es Celeste, presidenta de su club de seguidoras con más miembros de España. Se dijo que trabajaba gratis a cambio de estar al lado de su ídolo, del alojamiento y la manutención. Forma parte del núcleo duro de la tonadillera, la más incondicional y la que se pliega a todo con tal de no enfadar a su jefa.
En Cantora ya no entran los de antes, no se ve por allí ni a Raquel Bollo, Luis Rollán, Chelo García Cortés, «Las Mellis» o Falete. La mayoría chocaban con Agustín, quien acabó convenciendo a Isabel para que alejara a todos de su lado. Se acabaron las juergas nocturnas con ellos. Ahora son sus amigas anónimas, Kiko, el mismo Agustín o la mediática sobrina Anabel los que disfrutan del cariño de la artista. Isabel vive encontronazos judiciales con «Las Mellis», y su hija Chabelita no ha conseguido, que se sepa, que su madre se reconcilie con su actual pareja, el superviviente Alberto Isla.
Los lugareños han bautizado a la propiedad como «el Falcon Crest español», en recuerdo de la exitosa serie de televisión. Es difícil esconder los secretos de los Pantoja, son la comidilla de los habitantes de las localidades más cercanas. Pero nadie quiere entrar en detalles, el hermetismo es producto del temor a las consecuencias. Aunque parezca mentira, el poder de los Pantoja sigue intacto a pesar de las adversidades y las condenas carcelarias.
I
sabel apenas sale de casa, allí ha montado su recinto de acero, y nadie entiende que haya abandonado de esta forma su carrera musical. Muchos se preguntan cómo puede sacar adelante tantos gastos si no hay casi ingresos. Son muchas las bocas que dependen de ella, y los ahorros se tendrán que acabar algún día. Qué ocurrirá cuando eso suceda...
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