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Los abusos sexuales golpean a la música clásica

El prestigioso director de orquesta James Levine ha sido suspendido de la Ópera de Nueva York, a la espera de una investigación, tras ser acusado de mala conducta sexual

James Levine, durante un recital con la Orquesta Sinfónica de Boston
James Levine, durante un recital con la Orquesta Sinfónica de Bostonlarazon

El prestigioso director de orquesta James Levine ha sido suspendido de la Ópera de Nueva York, a la espera de una investigación, tras ser acusado de mala conducta sexual.

James Levine fue el hombre clave de la Metropolitan Opera durante décadas. El artista que debutó en el altar de Manhattan en 1971, discípulo del gran George Szell, habitual del festival de Salzburgo, aclamado y exigente director de la Orquesta Sinfónica de Boston, en la que dejó un recuerdo tan grato como polémico, obsesionado como estaba por renovar el repertorio y exigir a sus músicos que tocaran obras más allá de los clásicos de siempre. Fue también el aclamado director de ciclos tan titánicos como las sinfonías de Mahler, reunidas en una celebradísima edición especial. Su elegante, poética y humilde aproximación a la mente de los compositores y a las intenciones ocultas en los pliegues de la partitura. Pero hoy todo eso, y también sus frecuentes problemas de salud, su imparable capacidad para coleccionar premios, los legendarios lanzamientos en vídeo y las retransmisiones de las óperas, todo, palidece ante los abusos sexuales de las que le acusan al menos tres hombres.

Las tres supuestas víctimas fueron alumnos de Levine. Habrían sido objetos de las agresiones cuando eran menores de edad. Las desgarradoras revelaciones, publicadas por el «New York Times», provocaron la destitución fulminante del músico. En un comunicado del Met, su director, Peter Gelb, ha explicado que «mientras esperamos los resultados de la investigación, el Met ha decidido actuar». «Se trata», añade, «de una tragedia para cualquiera cuya vida haya sido afectada».

Estas líneas de la investigación del Times: «Chris Brown, contrabajo principal en la Orquesta de Cámara de St. Paul, comentó que el señor Levine lo masturbó ese verano, y luego lo persuadió para corresponderle». Brown, alumno, tenía 17 años y era ya «una estrella en ascenso en la facultad del programa de verano». Otro músico, James Lestock, también le habría dicho al Times que «Levine lo masturbó ese verano, cuando tenía 17 años el primero de muchos encuentros sexuales con el señor Levine que lo han atormentado». Por último está el caso de Ashok Pai, «que creció en cerca del Festival Ravinia, donde el señor Levine fue director musical, y que sostiene que fue abusado sexualmente por el director a partir del verano de 1986, cuando tenía 16 años». Al parecer esta última acusación es de 2016, y según asegura el «NYT» el Met estaba al tanto.

Resulta complicado describir las dimensiones del golpe. Incluso a pesar de que vivimos una suerte de crepúsculo de los dioses sin precedentes. Con innumerables personalidades del mundo del espectáculo y la cultura defenestrados a cuenta de posibles abusos sexuales cometidos. Pero la caía de Levine torpedea la línea de flotación de una de las instituciones más respetadas y poderosas de Nueva York. Una mezcla de templo musical y todopoderoso engranaje de facturar dinero. El MET, su ópera, sus auditorios presididos por los amantes de Chagall, gobierna en la vida de la ciudad como una presencia colosal. Cierto que Levine ejercía ya como director emérito, retirado de la primera línea, pero que el tipo que heredó la batuta de Gustav Mahler, Bruno Walter y Rafael Kubelik, entre otros, acabe arrastrado en un caso tan sórdido tiene a la intelligentsia neoyorquina en un estado que va de la repugnancia al pánico y de ahí todo recto hacia la estupefacción sin remedio.

Dice el «NYT» que el MET habría «designado a Robert J. Cleary, socio del bufete de abogados Proskauer Rose para dirigir su investigación». En el reportaje del pasado domingo, se habla de un supuesto caso de abusos que habría llegado a oídos de la dirección y el patronato del Met en 1979. En aquella ocasión la institución no creyó las acusaciones. Y como escribe Michael Cooper, autor del reportaje del «NYTimes», ahora el Met tendrá qué indagar no sólo en la conducta de su célebre empleado, si no también, y de forma imperativa, en las posibles negligencias de quienes habrían podido mirar hacia otro lado para evitar cualquier tipo de escándalo. madura para su edad y su madre sabe perfectamente que no es amiga de «hacer locuras».