Crítica de libros
Paloma San Basilio: «La relación con el Rey es una leyenda urbana falsa»
La nostalgia puede convertirse en una estación interminable, por eso ella prefiere contemplarla como ese paisaje de recuerdos que observas conmovido desde la ventana de un vagón en marcha. En alguna ocasión negó que tuviese en mente escribir unas memorias y quizá por eso se resiste a acuñar «La niña que bailaba bajo la lluvia» (Aguilar) con esa etiqueta demasiadas veces hostil. Se siente más cómoda calificando este libro como el «diario íntimo» de «una madre y abuela que intenta reencontrarse con la niña que fue», afirma en la introducción Paloma San Basilio. Eso sí, avisa a navegantes: su relato, al que ha intentado despojar «de divismo y mitomanía, digamos que he apagado los focos y sólo he dejado un pequeño cañón sobre mi cara», no está concebido para «vouyeristas» del «cuore». «No he contado todo lo que he vivido durante estos más de sesenta años. No cabría en estas páginas, además de que, sinceramente, creo que no es necesario, ni sería sano. Es un boceto trazado a grandes pinceladas. Hay vivencias y sentimientos que me pertenecen, y también a los míos, y a estas alturas sería una traición convertir mi vida en un mercadillo. Lo siento por los alquimistas del morbo y los buceadores de vidas ajenas. Mis “pecios”, esos tesoros ocultos en el mar, no son negociables, están a salvo en mis aguas, y mis afectos no son moneda de cambio», advierte la artista.
Y es que la discreción ha sido siempre una cualidad que esta «Evita» con acento español ha mantenido sin desentonar a lo largo de una dilatada trayectoria profesional, que culminó este año con su gira de despedida de los escenarios. Pero a sus 63 primaveras, entregada a su vocación artística multidisciplinar (lo mismo canta e interpreta que pinta y escribe), Paloma San Basilio ha descubierto que el riesgo de no contar es que al final uno acaba siendo narrado por los demás y se convierte, casi siempre, en un personaje hiperbólico a merced de rumores. Por eso, pese a las notas iniciales, «La niña que bailaba bajo la lluvia» es un relato en primera persona, lleno de «vivencias, sentimientos, aventuras, música, palabras... de verdad». Y el matiz no es baladí. En este repaso biográfico, la cantante e intérprete no defrauda y pone en negro sobre blanco algunos de los pasajes que han asediado su trayectoria artística. Sin duda, el más esperado, que se pronunciase sobre ese continuo runrún que la relacionó sentimentalmente con el Rey Juan Carlos I. Un vínculo recogido en libros, artículos periodísticos y mentideros sin que su protagonista se haya manifestado al respecto. Ahora que los dos han dejado su trono y que las palabras ordenan sobre el papel heridas y momentos, San Basilio aborda uno de los grandes tabúes de su vida. «Hay algo que creo conveniente aclarar, aunque nunca lo he hecho ni volveré a hacerlo. El motivo es la reciente abdicación de Su Majestad don Juan Carlos (...). El respeto a su figura me ha impedido hacer ningún comentario sobre el tema que ahora, en cambio, creo conveniente sacar a colación. Durante años he tenido que soportar la leyenda urbana que me asociaba sentimentalmente con el que fuera Jefe del Estado español. Cualquiera de mi entorno o que me conozca un poco sabe que es falso y carente de sentido. Supongo que la confusión viene del hecho de que Capi, mi pareja desde hace muchos años, se llama Claudio Rey y es posible que alguien oyera campanas sin saber dónde y propagó ese bulo que, como tantos otros, muchos dieron por bueno y que ni siquiera la Prensa, que se ha hecho eco alegremente del tema, se ha preocupado de confirmar», escribe la artista.
Un rumor «crónico»
«Con esta aclaración en primera persona espero dar por zanjada una historia a la que, por otra parte, nunca he querido dar mayor importancia ni alimentar con demandas judiciales que, a buen seguro, acrecentarían esa clase de popularidad que nunca he necesitado en mi carrera», añade la intérprete de «La fiesta terminó», quien, según aclara, no ha podido ignorar los comentarios maliciosos porque se trata de «un rumor tan prolongado a lo largo del tiempo que podría hacerse crónico, cosa que me parece innecesaria». Sus relaciones con la Familia Real «se reducen a algunas audiencias y a visitas a los musicales que yo he protagonizado y a las que ellos, sobre todo Doña Sofía, han querido asistir», explica.
Despejar las dudas sobre este asunto no es sólo una cuestión de limpiar su honor, se trata también de una forma de devolver la dignidad que los rumores le han arrebatado a quien, desde finales de los años 70, es su verdadera pareja sentimental: Claudio Rey «Capi». La narración de este diario, por su estructura temporal, con continuos saltos del pasado al presente, aborda también el especial vínculo que le une a él, a quien define como «mi ángel de la guarda». Lo conoció interpretando «Beso a beso dulcemente». Él estaba en el patio de butacas, al igual que otros hombres claves en su vida, como José Ramón de Aguirre, que se convertiría en su director artístico, y Fernando Albares, quien acabaría ejerciendo como su mánager. «Capi sería mi compañero y amigo durante el resto de mis días», escribe.
Antes hubo otro hombre crucial en su biografía: Ignacio, el padre de su hija Ivana. La artista apenas se ha pronunciado sobre esta relación que naufragó en un mar de desidia. «Empezamos a salir a pesar de que había pruebas evidentes de nuestra incompatibilidad. Éramos dos críos inmaduros viajando a lomos de un amor adolescente, romántico, bonito, también es verdad, pero que tenía más de ciclogénesis emocional que de relación sana. Yo era insegura y posesiva y además, creía en los cuentos de hadas. Él se tomaba todo a broma y no tenía mucha afición a asumir responsabilidades. Nos enfadábamos y reconciliábamos constantemente». A pesar de las señales de peligro, la relación se prolongó durante años y acabó ante el altar para «que el bebé que ya estaba dentro de mí tuviera una estabilidad», relata la autora. Forzados en ese destino, aquella joven Paloma San Basilio –que aún no había conocido el éxito– tenía la esperanza de solucionarlo todo con su «varita mágica», pero aquel día de septiembre del «sí, quiero» estaba nublado e «Ignacio llegó media hora tarde. Siempre llegaba tarde, pero aquella vez quizá lo hizo con la esperanza de que yo me arrepintiera y lo liberara de un futuro que no tenía nada claro». Resisitieron los envites de quien se resiste a caminar por un camino que no es el suyo. Pero el tiempo –y la madurez– los acabó separando. Y aquella niña que bailaba bajo la lluvia se convirtió en una mujer que entonó las notas de su propio destino.
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