Cádiz
Sotogrande: el dorado gaditano de la jet set
«Es como la Feria de Abril. Si no perteneces a sus círculos, te sientes desplazado», dice una asidua. Los Entrecanales, los Mora Figueroa o los Botín disfrutan de su privacidad
A veces, la mano de la fortuna cae sobre un paraje en concreto. Por azar, por estar en el lugar justo en el momento adecuado, aunque seas tierra y siempre hayas estado allí como un ser inerte y sin ambición que, de repente, es tocado por la suerte y a cambio decide dar al resto lo mejor de sí. En Cádiz, concretamente en el municipio español de San Roque, enmarcado en la comarca del Campo de Gibraltar, se sitúa la que desde hace cincuenta y tres años es una de las urbanizaciones más lujosas de Europa: Sotogrande.
En 1962, Fredy Melián decidió pasar sus vacaciones en España. Su empresa, con sede en Manila (Filipinas), había decidido sortear unos vuelos entre sus trabajadores y él fue uno de los premiados. Claro que aquel viaje contaba con un peaje: un encargo de su jefe, el coronel y empresario norteamericano Joseph Rafael McMicking e Ynchausti. Melián debía encontrar los terrenos oportunos en nuestro país para construir una urbanización de lujo. Eso sí, estos debían contar con, al menos, un kilómetro de litoral y estar ajenos de escaseces hidráulicas.
Esa búsqueda le devolvió con múltiples ofertas bajo el brazo (incluida la isla de Formentera, destino ahora de muchos famosos y adinerados empresarios) que desembocaron en la compra de la finca de Paniagua, sita en la antes citada localización. Tras ésta, se compraron cuatro cortijos de la zona: El Conchudo, Los Cano, Valderrama y Sotogrande. Así, se habían hecho con un área de más de 1.300 hectáreas regadas por el río Guadiaro, muy cerca del Peñón de Gibraltar. Había cuajado, por tanto, el germen de la magna urbanización. Estaba ahí, ya en sus manos, El Dorado gaditano que, contradiciendo a la Historia, no era Tartessos sino un plano enorme que concebía un gran proyecto.
En 1965 se había terminado de construir el cordón umbilical del lugar: su campo de golf (importante imán para despertar el interés internacional), además de algunas casitas que fueron compradas básicamente por extranjeros. Eso sí, por aquel entonces ni un solo gibraltareño podía comprarse una residencia en el lugar. Lo narra Joaquín Santaella en el libro «Cartas de Sotogrande». Ahí se cita cómo el dictador ordenó que se vendieran chalets a gentes de todo el planeta, excepto a los del Peñón. Cuestión curiosa si se tiene en cuenta que, hoy por hoy, son cientos los gibraltareños que residen en Sotogrande mientras, por cierto, se benefician de las ventajas fiscales que aporta figurar como residente en Gibraltar.
Desde el primer momento, la puesta en marcha del lugar contó con apuestas personales de McMicking que con los años han demostrado estar en la buena dirección. Y es que detalles técnicos como el soterramiento de las conducciones y tendidos de electricidad, que seguían el estilo con el que se construían entonces las carreteras estadounidenses, resultaron ser un acierto.
Si en 1964 el mejor arquitecto de campos de golf que había en el mundo, Robert Trent Jones, había terminado ese espacio deportivo, apenas un año después era inaugurado el primer campo de polo: el Santa María Polo Club. Actualmente, este acoge el tercer torneo de la disciplina más prestigioso del mundo, que en 2015 celebra su 44 edición entre el 28 de julio y el 29 de agosto, y que atrae a los mayores valedores de este deporte. Gentes acaudaladas como el banquero venezolano Víctor Vargas o el americano Robert Jornayvaz, en un evento que cuenta cada año con una media de 70.000 espectadores que pueden asistir gratis a todos los partidos, excepto a las finales, donde se pagan 10 euros que son destinados a la Fundación que lleva el mismo nombre del campo.
La catalización de la edificación sobre aquellos terrenos, que pronto pasaron de ser yermos a sostener los más avanzados lujos, entretenimientos y comodidades, atrajeron a algunas de las familias mejor posicionadas de España. Y es que los problemas de fronteras por el régimen establecido en el país fomentaron que Sotogrande se convirtiera, hasta los ochenta, en un lugar que atraía sobre todo a españoles.
En 1975, Franco murió y Europa estaba ahí para recibir la apertura del país al mundo, lo que empezó a lograr levantar un proyecto que pasó por unos años complicados. De esa época nació el mejor campo de golf de Sotogrande (y uno de los mejores del continente): Valderrama, donde en 1997 se disputó la Ryder Cup, ocasión para la que desembarcaron en este cortijo gaditano deluxe en multipropiedad George H. W. Bush y su esposa Barbara. Pero también se crearon otras infraestructuras que iban atrayendo no solo a la jet set tradicional sino a un conglomerado de profesionales liberales (arquitectos, notarios...) que querían pasar allí la canícula.
La urbanización empezaba a coger forma y familias como los Entrecanales, los Botín o los Mora Figueroa encontraban (y encuentran) en el reducto gaditano un buen lugar para descansar con privacidad. Y es que una de las mayores ventajas de Sotogrande es que huye de cualquier tipo de publicidad de la vida que allí se lleva. De hecho, que Marbella la pusieron cerca para que la prensa se fuera a observar allí es una teoría extendida en la zona. Por eso, personajes como Ana Rosa Quintana, Jaime de Marichalar y sus hijos, Fernando Martínez de Irujo, Tamara Falcó e incluso royals como Enrique de Inglaterra se han dejado caer por este lugar.
Ese hermetismo tiene pruebas en forma de testimonio. Así, una conocida celebrity española que lo ha frecuentado en época estival, explica: «Aquello es como la Feria de Abril, si no conoces a la gente o no perteneces a sus círculos, te sientes desplazado».
Otro de los aspectos que distinguen al lugar es precisamente que ese universo cerrado que construye permite que muchos de sus vecinos se sientan relajados para dedicarse a sus aficiones. Es el caso del reconocido abogado Antonio Garrigues Walker, perteneciente a una de las familias que primero probaron estas miles regadas por el río Guadiaro. Aficionado a la dramaturgia, uno de los eventos por antonomasia del verano era la obra que este escribía y dirigía, cuya representación se llevaba a cabo en el jardín de su casa, con actores amateurs que en realidad eran vecinos del lugar.
Y es que todo cabe en Sotogrande si el activo turista evoluciona en vecino, ese que ha entendido que en la intimidad y la fidelidad a esta reside la parcela sin metros cuadrados donde pueden ser ellos mismos.
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