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Una muñeca rota
El entorno de Arantxa malpiensa que Santacana quiere quitarle los hijos, más que por amor, por una pensión que le arregle el futuro
El entorno de Arantxa malpiensa que Santacana quiere quitarle los hijos, más que por amor, por una pensión que le arregle el futuro.
Ni los mejores folletines ofrecen tal cúmulo de desdichas. La realidad supera a la ficción: engañada y estafada, es lo que dice, descubre, asegura y difunde su gente amiga. Engañada y estafada repiten cual eco. Conocí a Arantxa Sánchez Vicario, entonces una niña, tras su consagración mundial en París, donde la proclamaron «mejor tenista del mundo». Con el éxito recién ganado, en horas saltó a Montecarlo, siempre controlada por la dominadora doña Marisa,de pelos siempre tan ala de cuervo erizada como su humor. En Mónaco la esperaba una exhibición ante la princesa Carolina, Alberto y «family» –entre ellas la singular «tietta» Antoniette, que cantaba en el grupo como un grillo– firmada antes del éxito. Fue en una soleada mañana, en la que Rainiero tras saludarnos se lavó las manos en bandeja de plata, lo que a todos, quintaesenciado grupo de vips catalanes, encabezado por los Mateu y Samaranch, nos resultó hortera, pero divertido. Volví a coincidir, ya codo con codo y sin protocolo, semanas después yendo a inaugurar en Colonia la primera tienda internacional de Tous, firma para la que aún colabora. Noche de muchas risas, desinhibición y bailes, ausente todavía «el temor desconfiado que ahora prodiga de entrada», según me dice Alberto Cerdán, su peluquero barcelonés: «Arantxa fue cambiando hasta hacerse desconfiada». Cualquiera lo haría en su caso, no solo ante los dos engaños, yo no los llamaría estafa. Estaba advertida de cómo eran y qué gustaba realmente a sus chicos y las constantes y repetidas presiones ejercidas por sus padres buscando lo mejor.
«Y no lo son ni uno ni otro», advirtieron a su debido tiempo, incluso ante dos candidatos tan distintos de físico. Insisto en el talante de doña Marisa, señora de armas tomar, que así me pidió ser tratada al presentarnos Conchita Vilella, que fue uno de sus ángeles de la guarda, siempre facilitándole la vida a la tenista.
«Aún impresiona su impacto mundial. La veneran como a una diosa», insiste Cerdán. Aunque ha pasado mucho tiempo, para su segundo «sí, quiero» siempre enfrentada a los padres, dulcificó su aire deportivo a veces hombruno. Al contrario que para engalanarla como señora de Joan Vehils,una relación que merece punto y aparte por las mismas descalificaciones, hasta íntimamente, que diez años después, como si el tiempo no pasara, aplicaron despectivamente a Santacana. Cerdán la transformó con melena larga de puntas rubias «en el mismo tono que sus ojos». Fue un renacer físico que rompió los modelos de su profesión, siempre tirando a rudas sin posible estilización. Mudó más el carácter y luego evolucionó su cara bonita desde aquel ceremonial casadero en el castillo de Cerdanyola y, años más tarde, la unión ahora deshecha, en la magnificencia desplegada en el imponente castillo de Perelada.
Dos bodas muy distintas
Estuve en las dos bodas y recuerdo el menú del ampurdanés Durán, digno de sus veteranos cinco tenedores. Y de la devoción que les tenía Dalí. Insistieron, acaso por trauma, en la espectacularidad ambiental, algo que luego chocaba con la sencilla novia a la que nunca envanecieron sus campeonatos. Otra cosa era, ¿es?, su autoritaria mamá. En las bodas intuyeron que no aguantarían «hasta que la muerte los separe». Así ha sido, y ahora su tristeza llena más portadas que en sus años campeonísimos, donde más que raqueta en mano guerreó para imponer unos sentimientos que su entorno rebajaba. En el amor no la tenían por número uno.
Hay sorpresa entre su gente, aún conociendo cuán distintos son la campeona y el aparentemente frágil Santacana. Pura apariencia, él también lucha y quiere quitarle los dos hijos, de 7 y 9 años. Malpiensan, quizá avisados, que más que por amor del bueno actúa así ante la posibilidad de una pensión que le arregle el futuro. Un desgraciado caso de muñeca rota. Y si al principio sus padres la asfixiaban con su interesado cuidado, nada adelantó al casarse con uno y otro. «Esos diez años con Pep nos parecían inacabables. Estaban como fundidos», me aseguran. Parecían una pareja modélica, prueba de que las apariencias engañan. Todos opinan que una tercera persona llevo a Pep a un traumatizador adiós, que puede ser solo el principio de males mayores. Ya comentan, dando señales de incierta situación económica, desde abusos administradores paternos a tres años de impagos a la Seguridad Social. El caso solo está empezando. Y me duele por ella, tan humana y campeonísima.
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