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Aquí nació el chiringuito
En este local de Sitges fue donde nació la palabra más utilizada del verano y que más tarde sirvió para identificar a todos los «bares a pie de playa». la idea la propuso el periodista González Ruano en referencia al modo en que los cubanos piden un café
En este local de Sitges fue donde nació la palabra más utilizada del verano y que más tarde sirvió para identificar a todos los «bares a pie de playa». la idea la propuso el periodista González Ruano en referencia al modo en que los cubanos piden un café
En la playa de Sitges, junto al antiguo club náutico y al pie de la iglesia que mira al mar, se encuentra el primer chiringuito de la Península que fue bautizado con ese nombre. Terrazas cubiertas de ese tipo ya existieron en nuestro país desde siglos atrás, no solo junto al mar, sino también al lado de los cursos fluviales. En el mar Mediterráneo tuvieron su origen en los lugares de descanso de los pescadores que realizaban su trabajo. Por tanto, es imposible a día de hoy que nadie pueda atribuirse individualmente haber sido el primero en haber dado solaz de esa manera a los paseantes. Pero sí que hay algo perfectamente datado de lo que el chiringuito de Sitges puede presumir. Y es de haber sido el primero en usar y popularizar esa palabra para darles nombre. Ocurrió cuando el escritor César González Ruano vino a vivir a la población tras la Guerra Civil. Sitges tenía fama, desde finales del XIX, de albergar a artistas y escritores que querían alejarse del bullicio diario. Su cercanía a la capital barcelonesa, y el hecho de que fuera uno de los primeros lugares costeros que estuvo comunicado por tren con la ciudad, contribuyeron a facilitar ese propósito.
La distancia que separaba al pueblo de la urbe (apenas cincuenta kilómetros) lo convertían en el lugar ideal para cierto turismo de clase alta el cual, a principios del veinte, era el único con acceso al automóvil. Enseguida, el pueblo gozó de una selecta y reducida población de veraneantes, pero además la distancia era la perfecta para que las familias importantes retiraran allí de la vista a aquellos de sus vástagos más heterodoxos, teniéndolos a mano, pero evitando que se visibilizaran demasiado con sus extravagancias en la vida cotidiana de la burguesía ciudadana. De esa manera, habitaron la población los bohemios como Santiago Rusiñol o Ramón Casas, ampliándose la costumbre en los siguientes años hasta alcanzar a los residentes ocasionales de lo internacional: Buster Keaton, Chesterton o Camilo José Cela pisaron las piedras de su paseo en sucesivas épocas de retiro.
Por ese mismo camino llegó González Ruano a la población y enseguida se adaptó estupendamente a su ritmo y su luz. Durante cinco años, estuvo levantándose por las mañanas y dirigiéndose a aquel establecimiento playero, que había sido fundado en 1913, donde junto a un café y sentado en una mesa mirando al mar le gustaba escribir sus artículos para «La Vanguardia». Entre columna y columna, desde la misma mesa, dio forma también a un libro de prosa poética, dedicado a la localidad, titulado «Huésped del mar». No es extraño que los propietarios, al observar que tenían un escritor conocido entre su clientela habitual, cuando quisieron bautizar de una manera definitiva el local le pidieran un nombre. González Ruano propuso «chiringuito» que, según aseguraba, era la forma en que en Cuba se pedía café. Desde su punto de vista, si en Italia y en Francia los locales que despachaban esa bebida eran nombrados con la palabra de origen turco «café», bien podíamos en nuestro país bautizar de manera específica los que estaban al borde del paisaje acuático con un palabra que tuviera origen caribeño. La misma tradición (de evocación migrante y tropical) que hizo posible los cantes de ida y vuelta en el flamenco y las habaneras en el Mediterráneo provocó, de la mano de la imaginación de Ruano, que en 1949 la designación de «chiringuito» entrara por primera vez en nuestro vocabulario.
El nombre hizo fortuna en los años siguientes para designar esas edificaciones minimalistas pero muy eficaces, que permiten alimentarse e hidratarse al borde del mar contemplando el espectáculo de las olas. Un estilo precario y funcional, quizá desaliñado. Una arquitectura en manga corta, por así decirlo, pero muy efectiva. La velocidad constructiva con que brotaban en las playas (sobre todo a partir de que la nave del desarrollismo dejara caer sobre nuestro país su lastre de beneficios económicos en forma de innumerables turistas) provocó que el campo semántico de la palabra se ampliara y sirviera incluso para designar los pequeños chanchullos de la política o la actividad económica de la cosa pública. Pero la deriva de ese significado, de la cual no son responsables los propietarios que lo fundaron, fue totalmente ajena a los que siguen regentado familiarmente el establecimiento de Sitges desde que se levantó hace cien años. No así la labor de investigación y rescate del origen de la palabra, porque a la vista de la popularidad y extensión que tomaba la palabra, su curiosidad les empujó a preguntarse si habían sido ellos, con su pequeño episodio, los que realmente habían echado a rodar el término por el mundo. Dado que el lugar seguía siendo frecuentado por artistas, pintores y escritores, decidieron consultar de nuevo a la facción más técnica de estos últimos: los filólogos. Por allí seguían circulando nombres como un joven Fernando Lázaro Carreter, Díaz Plaja o los descendientes de Martí de Riquer. Toda esa vocación se puso al servicio de la curiosidad textual y, efectivamente, descubrieron que, previamente al bautizo de 1949, no había sido usado nunca con ese significado. El chiringuito de Sitges se conserva pequeño y manejable. Guarda una mesa acristalada donde están los útiles de escritura de González Ruano, una selección de algunos de sus libros de la época e innumerables recortes de prensa sobre la historia del local. Por las paredes están enmarcados los retratos de los bisabuelos fundadores e incluso la carta oficial de la RAE, en la que Lázaro Carreter les comunica que la palabra va ser incluida con su actual significado en el diccionario oficial, confirmando que nunca antes había sido usada en ese sentido.
El espacio interior es pequeño y casi lo dobla en superficie el número de mesas exteriores que pueblan su terraza. Las puertas y ventanas francesas con vidriado de cuadrícula le dan un aire como de Belle Epoque. Aunque el nombre, en origen, lo que pretendía es una evocación tropical, caribeña, de música rítmica y calor pintoresco, los toldos azules y los marcos pintados de blanco refulgente lo que nos dan es un pacífico eco náutico. Las gaviotas venidas de Cerdeña se miran esos colores desde lo alto. Estamos en el Mediterráneo, ese formidable decantador que lo admite, absorbe y mezcla todo sin complejos. Hay un momento dulcísimo cuando la luz del atardecer decae pero la oscuridad aún no ha llegado y empiezan a encenderse las luces de la población que se duplican en el reflejo de las olas. Puntos de luz mandarina reflejados sobre un líquido que vira desde el verde Turquesa al azul Prusia. Temperatura tibia y atmósfera diáfana. Uno termina pensando que, a la postre, si ha inventado un lugar como éste, donde poner un instante de pausa mientras disfrutas de la brisa marina, la luminosidad y libaciones refrescantes, ese animal llamado humano no puede ser en verdad tan completamente nocivo como algunos pretenden.
Un museo en la playa
En El Chiringuito están enmarcados textos y libros de González Ruano. Incluso se puede ver la carta oficial de la RAE, en la que Lázaro Carreter les comunica que la palabra va a ser incluida con su actual significado en el diccionario oficial.
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