Espectáculos

Colgados del alambre

El circo, como lo conocemos ahora, roza la extinción. Su taquilla se ha reducido en un 60% desde la prohibición del uso de animales.

Fotos: José Antonio Díaz
Fotos: José Antonio Díazlarazon

El circo, como lo conocemos ahora, roza la extinción. Su taquilla se ha reducido en un 60% desde la prohibición del uso de animales.

Cuando en febrero de 2016 el fotógrafo José Antonio Díaz capturó estas imágenes, probablemente los trabajadores del Gran Circo Mundial, una de las caravanas circenses más prestigiosas de Europa, no preveían que, dos años después, copasen las primeras páginas de conocidos diarios españoles. Primero, por los retrasos en los pagos de la gerencia. Segundo, por anunciar que sus últimas actuaciones servirían para pagar parte de los sueldos que adeudaban a artistas y a técnicos. A día de hoy tratar de localizarles se convierte en una titánica tarea. Ni siquiera el Ayuntamiento de Torrejón de Ardoz, donde estuvieron afincados por última vez, sabe dónde se encuentran. Nadie conoce el paradero del Gran Circo Mundial ni qué es de sus trabajadores, solo que algunos de ellos volvieron a sus países de origen una vez se les pagó lo acordado (o parte de ello). Tampoco se intuye si volverán a actuar aunque Justo Sacristán Antolín, gerente del Gran Circo Holiday, comenta que en septiembre puede que vuelvan a correr la cortina de su carpa pero, esta vez, para abrirla de nuevo. No corren los mejores tiempos para el arte circense entendido desde el punto de vista del circo tradicional, el itinerante con carpa. Justo, de 40 años, forma parte de la sexta generación de la empresa que dirige, el Gran Circo Holiday, con 42 empleados a su cargo con los que cada semana se traslada de una ciudad a otra con el único objetivo de devolver la ilusión a grandes y a pequeños. «Hace 20 años la gente se pegaba por ver hasta cómo montábamos la carpa. Sin embargo, hoy en día cuando llegamos a la ciudad el pensamiento es ''ya están aquí los gitano''. Antes hacíamos hasta cuatro funciones diarias y, en la actualidad, hay veces que no llenamos ni veinte localidades en el único pase diario. Fíjate cómo ha cambiado el mundo del circo», cuenta ahora que están instalados Medina de Pomar (León). El Gran Circo Holiday lo fundaron los bisabuelos de sus padres, quienes comenzaron trabajando como titiriteros en plena calle pasando la bandeja y yendo de pueblo en pueblo para representar sus funciones. En tiempos del padre de Justo, seguían trabajando en la calle. No fue hasta los años ochenta, cuando Justo y sus hermanos comenzaron a crecer, cuando esta familia se decidió a comprar su primera carpa. Así se inició una historia que, con el paso de los años y a base de trabajar muy duro, les ha llevado a ser uno de los circos más conocidos del país. «Hemos pasado por todas las etapas: de no tener nada y trabajar en la calle como titiriteros, a gestionar un circo con 280 animales de todas las especies entre los que se encontraban reptiles, elefantes, tigres, leones, jirafas, búfalos, cebras, bisontes, etcétera».

Hasta principios de los 90 que un circo se instalase por unos días en un pueblo o ciudad se convertía en todo un acontecimiento. Los circos tradicionales, los que todos hemos conocido y visitado de pequeños, son empresas, profesiones y formas de vida que han sido heredados de padres a hijos como «modus vivendi». Una manera de subsistir tan nómada cómo bonita pero que en la actualidad ha dejado de emocionar –en cierta parte– a sus asistentes. Quizá por la prohibición del uso de animales. Quizá por la evolución de la consciencia y la ética humana. Tal vez por los tiempos que corren. «Al circo de hoy día no se le puede llamar como tal, es simplemente un espectáculo, porque un ''show'' sin animales es como un jardín sin flores. Tenemos payasos, gran variedad de luces y sonidos, magia, trapecio y malabares pero nosotros no podemos llamarlo circo», dice Justo afligido, y añade: «Fuimos los primeros en dejar de trabajar con animales y, por suerte, los hemos podido llevar a diferentes zoológicos donde les van a cuidar y a mantener». Sin embargo, desde hace seis años, de tener animales a no tenerlos, su taquilla ha descendido entre un 50 y un 60%.

CUANDO EL CIRCO SE CONVIERTE EN ARTE

Pero el oficio circense tiene también otra cara: la de una profesión entendida como Arte, en mayúsculas y en cualquiera de sus sentidos, que muta a la vez que lo hacen los tiempos. Hablamos de lo que se entiende por «Nouveau Cirque», un movimiento originado en los ochenta con el objetivo de aunar las prácticas del circo tradicional con una propuesta estética mucho más cuidada en la que, en la mayoría de los casos, se prescinde del uso de animales. Esto no quiere decir que la crisis o el paso del tiempo no hayan echo mella en ellos, sin embargo, han logrado salir a flote con más fuerza que nunca para hacerse notar y demostrar que el arte circense también es una rama de nuestra cultura. Porque en el circo, para ser titiritero, malabarista, trapecista, monociclo o payaso, se necesita técnica, disciplina, equilibrio, habilidad, destreza y, en la mayoría de los casos, fuerza. Unas habilidades que no cualquiera posee.

Para Alfonso De la Pola, coordinador del Circo Mediterráneo, su profesión es sinónimo de arte, de espectáculo y de cultura. Él, al igual que sus compañeros, pertenece a una nueva hornada de artistas de circo formados entre los años 80 y 90 haciendo representaciones en la calle y en teatros, sin ningún tipo de infraestructura, aunque desde hace unos años para acá han tendido a reivindicar su espacio natural: una carpa de circo en la que construir sus número tomando como base a un espacio circular. Un circo que pasa por tener menos infraestructuras y más números de acrobacias, equilibrios sobre cuerda, malabares y trapecios, una visión bastante más artística de lo que hasta ahora ha sido el tradicional. Esta perspectiva del mundo circense es la que le ha valido para llevarse el Premio Nacional del Circo en 2017, por pensar en un espectáculo más integrador y aglutinador que evolucione a la vez que lo hacen sus tiempos y sus ciudadanos. «Creo que el circo está que revienta, está de moda. A la gente le encanta. Cuando una persona ve que algo está en decadencia es porque no se ha adaptado a los tiempos que corren. En todo. Yo soy artista de circo y espectador, y hay algunos circos que tienen que entender que si no saben evolucionar van a dar imagen de caducos», explica De la Pola.

En la actualidad, las diferentes formas de entender el circo se asemejan, como bien dice De la Pola, a la gran variedad de tipos de danzas: moderna, contemporánea, clásica o académica. Los hay para quienes el circo no se entiende sin animales; para los que, aunque decrépito, mantiene ese «no sé qué» que no se sabe qué le confiere pero que le aporta la esencia de lo que fue en otra época; para los que aun sin animales sigue manteniendo su esplendor de antaño, y también para los que teniendo en cuenta los tiempos que corren han sabido adaptarse al compás de la nación y entienden que estos «shows» son una soberbia vertiente de la cultura que se sirve de las artes escénicas para su representación. Cada cual, en función de sus conocimientos, vivencias, edad, y nivel cultural, entiende este arte a su manera. «El circo debe evolucionar y ésta es la forma. Es su desarrollo natural. Han cambiado algunos aspectos pero esto ha ocurrido porque la sociedad ha progresado. La construcción de cómo hacer determinados números sigue siendo la misma pero, por ejemplo, una cosa en la que hemos avanzado es en la visión que ahora se tiene de la mujer dentro del espectáculo», comenta de la Pola. Este artista también explica cómo ha visto a la sociedad sensibilizarse frente a determinados temas, «¡y menos mal!», espeta. «Ha ocurrido con el tema de la mujer –aunque todavía nos falta una barbaridad–, con los animales y con los mismos trabajadores. También nosotros estamos aquí para cambiar esas cosas. Que evolucione la sociedad y, además, que se haga con la dignidad al frente», concluye.