Historia

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La maldición de los Orleans

Luis Felipe II corrió igual suerte que su primo Luis XVI, al que había condenado tres meses antes a la misma pena: la guillotina

Luis Felipe II de Orleans, en un retrato pintado por Joshua Reynolds
Luis Felipe II de Orleans, en un retrato pintado por Joshua Reynoldslarazon

¡No perdamos más tiempo! ¡Me quitaréis mejor las botas cuando ya esté muerto! ¡Terminemos cuanto antes!», fueron sus últimas palabras. Instantes después, la cabeza del desgraciado Luis Felipe II de Orleans, de 46 años, rodaba como una calabaza bajo la guillotina instalada en la plaza de Luis XV.

La maldición de los Orleans se cumplió así una vez más de modo inexorable el 6 de noviembre de 1793, en pleno Reinado del Terror. Curiosamente, a manos de los mismos verdugos que habían guillotinado el 21 de enero anterior a Luis XVI, rey de Francia desde el 14 de mayo de 1774, y de los franceses entre 1789 y 1792. Detenido en Varennes-en-Argonne, Luis XVI fue conducido de nuevo a París, donde sancionó la Constitución de 1791. Pero el 20 de agosto de 1793, tres meses antes de su ejecución, fue arrestado tras el asalto a las Tullerías.

Por increíble que parezca, Luis Felipe de Orleans, el hombre que acababa de ser ejecutado en el cadalso como un vulgar criminal, había votado meses atrás la condena a muerte en idéntico patíbulo de su propio primo Luis XVI, motejado Luis Capeto por los revolucionarios. El único crimen que la Historia puede imputar justamente a Luis Felipe de Orleans. Cuando llegó su turno en la Asamblea francesa, todos los demás diputados le escucharon pronunciar su increíble sentencia: «La mort». Aquella misma noche, Robespierre en persona se despachó a gusto con el felón en casa de unos amigos: «¡Desgraciado Igualdad –una vez abolidos todos los privilegios de la nobleza, fue despojado de su título de duque de Orleans y convertido en un ciudadano cualquiera bajo el apodo despectivo de Felipe Igualdad–! Pudo abstenerse de votar, pero no quiso o no se atrevió. La nación hubiese sido más magnánima con él...».

Luis Felipe desoyó incluso el perdón implorado para Luis XVI por sus propios hijos; entre ellos, su primogénito, llamado igual que él y proclamado años después rey de los franceses. ¿Cabía acaso un oprobio mayor? Semejante traidor de sangre azul llegó a ser, al final de su vida, partidario de la Revolución francesa nada menos. Firme defensor de los celebérrimos jacobinos Marat y Robespierre, enemigos a su vez de los Borbones y de los Orleans, Luis Felipe llegó a pensar con pasmosa ingenuidad que su poder no se había extinguido del todo.

- Diferente linaje

Por mucho que se empeñase incluso él mismo, Luis Felipe de Orleans no era igual que los demás. Al menos, en cuanto a linaje se refiere. Hijo de Luis Felipe de Orleans, duque de Chartres, y de Luisa Enriqueta de Borbón, miembro a su vez de la rama colateral Borbón-Conti, descendía del mismísimo rey Luis XIV, del cual era tataranieto. Antes de fallecer su padre, llevó con verdadero orgullo el título de duque de Montpensier y a continuación el de duque de Chartres.

La maldición se cebó ya con su hermana mayor, fallecida con sólo seis meses de edad; y también en 1769, tras desposarse él con Luisa María Adelaida de Borbon, única hija del duque de Pentiebre, al nacer muerta su primera hija.

Ambas desgracias fueron premonitorias de la fatalidad con que Luis Felipe de Orleans culminaría su vida iniciada en la corte de su primo Luis XVI con un puesto relevante en la Marina Real francesa, del que luego fue relevado, según algunos historiadores, por influencia indirecta de la reina María Antonieta. De ahí, entre otras razones, su odio visceral a los monarcas y en especial a su primo Luis XVI.

Designado teniente general de la Marina en 1777, muy pronto se le negó el ascenso al almirantazgo, nombrándosele por el contrario coronel general de húsares, lo cual consideró él un gran insulto atendiendo a su nacimiento y a sus servicios prestados en la Marina.

Convertido en duque de Orleans tras la muerte de su padre, conservó semejante agravio en espera de poder vengarse de quien consideraba responsable último del mismo: su primo el rey Luis XVI. Miembro de la Asamblea Nacional, fue elegido presidente de la misma por una abrumadora mayoría, pero rehusó el cargo. Poco después, se incorporó como diputado a la nueva Convención, adoptando el nombre de Felipe Igualdad. Su simpatía por los jacobinos le granjeó enseguida el odio de los girondinos. Llegado el momento de votar la condena a muerte de Luis XVI, señaló con el pulgar hacia abajo sin saber que poco después él se convertiría en víctima de los revolucionarios, acusado de alta traición. La Historia encierra a menudo tan extrañas paradojas.

La última ironía del destino

Encarcelado en la Abadía, Luis Felipe de Orleans fue confinado a continuación en la prisión de Marsella y conducido finalmente hasta París para comparecer ante el tribunal revolucionario. La única gracia solicitada, después de serle leída la inapelable sentencia de muerte, fue que ésta se ejecutase sin pérdida de tiempo. Pero el destino le reservó aún otra ironía cruel: cuando la carreta que le trasladaba al patíbulo para ser guillotinado pasó por delante del palacio de Orleans, se detuvo frente a la fachada unos instantes por órdenes superiores. Para colmo de males, pese a ser un hombre muy rico debido en buena parte a la generosa dote de seis millones de libras aportada por su esposa al matrimonio, además de una renta anual incrementada luego a 400.000, con diversas tierras, títulos y palacios, Felipe Igualdad fue también muy desdichado en su vida conyugal, deteriorada sin remedio tras sus numerosas infidelidades.

@JMZavalaOficial