Historia
La verdad sobre la masacre de San Valentín
Unos hombres vestidos de policías irrumpieron en el garaje de la banda de «Bugs» para matar a balazos a los presentes en aquel garaje del Chicago de los 20
Unos hombres vestidos de policías irrumpieron en el garaje de la banda de «Bugs» para matar a balazos a los presentes en aquel garaje del Chicago de los 20
Pocas veces un hecho real ha dado tanta rienda suelta a la leyenda del crimen organizado como el que ahora vamos a referir. Sucedió el 14 de febrero de 1929 y ha pasado a la historia con el nombre original en inglés de St. Valentine’s Day Massacre (la Masacre del Día de San Valentín). Alrededor de las diez y media de aquella terrible mañana, el deseo de venganza, sin pizca de enamoramiento, hizo irrumpir a dos hombres uniformados de policías de Chicago en un garaje de la North Clark Street de esta ciudad. Armados hasta los dientes, ordenaron a siete rivales suyos de la llamada banda de «Bugs» Moran, dedicada al contrabando de alcohol en la North Side de Chicago, que se pegaran a la pared sin pestañear.
Aquellos hombres colocados ante el improvisado paredón aguardaban a su jefe «Bugs», dispuesto a hacerse cargo de un envío de bebidas alcohólicas, pero su inesperado retraso le salvó la vida. Mientras la pareja de falsos policías les apuntaban con sus armas, surgieron tras ellos otros dos hombres con sendos bultos bajo sus abrigos. De repente extrajeron sus metralletas y agujerearon sin piedad los cuerpos de aquellos infelices. Después salieron como si tal cosa del garaje, subieron a un coche y desaparecieron entre las brumosas calles infestadas de alcantarillas.
- Rostros desfigurados
Poco después, se personó en la escena del crimen uno de los escasos funcionarios insobornables de la Policía de Chicago, el inspector Herman N. Bundesen, quien halló seis cadáveres, un moribundo y más de setenta vainas de cartuchos desperdigadas por el suelo. Lo que vieron sus ojos ya nunca más se borró del disco duro de su cerebro: rostros desfigurados en el mejor de los casos, cráneos desprovistos de la tapa de los sesos y éstos desparramados como gruesas lombrices por el suelo, boquetes de entrada y salida en cuerpo y extremidades...
Bundesen se preguntó enseguida quién era el responsable último de aquella horrible matanza. Para averiguarlo, constituyó un jurado especial, formado por personas independientes, el cual reclamó la presencia en el lugar del crimen del mejor de los sabuesos: el coronel Calvin Goddard, el hombre que desarrollaría la balística forense, el método para identificar el tipo de arma de la que procedían los disparos. Cuando Goddard salió de Nueva York, no sospechaba que poco después fundaría el primer laboratorio balístico forense en Evanstone, sobre los terrenos de la North Western University, bautizado con el nombre Scientific Crime Detection Laboratory. Tras examinar primero cada uno de los proyectiles y vainas, así como todos los cuerpos exánimes, Goddard emitió su veredicto: el crimen había sido perpetrado con dos ametralladoras de la Casa Thomson del calibre 45; una de ellas era de repetición, y la otra, de tambor. La primera admitía una carga de 20 proyectiles, y la segunda, de 50.
Había localizado ya el arma homicida, pero faltaba desenmascarar a los asesinos. La resolución del caso debió esperar aún diez meses exactos. El 14 de diciembre del mismo año 1929, en San Joseph, Michigan, el conductor de un automóvil asesinó a un policía, que lo había detenido por infringir las normas de tráfico. El número de la patente, anotado por la víctima, permitió localizar luego el domicilio del criminal evadido de la Justicia. La casa registrada por la Policía pertenecía a un tal Dane. Los agentes descubrieron un arsenal de armas en el interior de un armario empotrado. Curiosamente, entre ellas figuraban dos metralletas Thompson, las cuales se enviaron enseguida a Goddard. Al investigador le faltó tiempo para analizarlas con minuciosidad. Disparó primero ambas armas empleando como blanco varias cajas rellenas de algodón. A continuación, se inclinó sobre su microscopio y permaneció así horas enteras en busca del gran hallazgo... ¡Hasta que lo consiguió! Aquellas armas analizadas eran exactamente las mismas que las empleadas en la Masacre de San Valentín.
- Siempre Al Capone
Pocos días después detuvieron al fugitivo. Era Fred Burke, uno de los gánsters a las órdenes de Al Capone. La casa había sido su vivienda habitual, registrada con nombre falso. Condenado a cadena perpetua, Burke se libró de morir cosido a balazos por la mano vengadora de «Bugs» Moran, como sucedió con sus compañeros Freddie Goetz y Jack McGurn.
Al Capone, apodado «Scarface» (Cara cortada), el más célebre gánster de Chicago, había querido librarse de su competidor «Bugs» Moran y de sus mejores hombres, aunque debió pagar él también un alto precio. Desde entonces, Goddard investigó nada menos que 1.400 casos con armas de fuego en un período de tan sólo cuatro años.
De cardiólogo a experto de armas
Calvin Goddard (1891-1955) tenía 38 años cuando se hizo cargo de la investigación de la Matanza de San Valentín. Era un hombre alto y fuerte, de pelo negro como el azabache. Procedía de Baltimore, y como todos los grandes pioneros americanos, había llevado una vida agitada. ¿Pero quién iba a decirle a este eminente cardiólogo, que trabajó en el famoso John Hopkins Hospital, que se convertiría en el padre de la balística forense de su país? En 1916 ingresó en el Ejército, y llegó a vestir el uniforme de mayor en el Cuerpo de Sanidad. Cuatro años después, regresó a América, tras servir en Francia, Bélgica, Alemania y Polonia, y cambió el distintivo de sanitario por el de maestro armero. Desde los quince años se había aficionado a los revólveres, y hasta fabricó sus primeras armas. La armería militar le permitió vivir en arsenales y fábricas de armamentos.
@JMZavalaOficial
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