Teatro

Buenos Aires

Albert Boadella: «Barcelona en manos de Colau es de las cosas más divertidas»

Albert Boadella.
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A Boadella le brillan los ojos cada vez que habla de ópera, como a un montañero frente a una pared vertical desafiante. Aquel lenguaraz juglar ha cambiado, probablemente para siempre, el teatro por la ópera.

A Boadella le brillan los ojos cada vez que habla de ópera, como a un montañero frente a una pared vertical desafiante. Aquel lenguaraz juglar ha cambiado, probablemente para siempre, el teatro por la ópera. Después de «Amadeu» y «El pimiento Verdi», el director de los Teatros del Canal se lanza a su debut al frente de un título completo: «Don Carlo». Ahí es nada. Será la primera vez que la ópera de Verdi, inspirada en Schiller, y que tan mal dejaba a Felipe II, se vea en San Lorenzo del Escorial –en su Teatro-Auditorio, días 25, 27 y 29 de este mes–, donde el monarca construyó su monasterio. Y allá va Boadella, dispuesto a desfacer entuertos históricos y leyendas negras, con Josep Bros como el malogrado infante y John Relyea como su padre. Desde el comienzo saltan las perlas: «Hacienda es la nueva Inquisición»; «los fotógrafos tendrían que levantarme un monumento, porque son la gente a la que más he favorecido. Después de Dalí, soy el que más juego con ellos»... La ópera no ha domesticado su ingenio.

–¿Hay que reinvindicar a Felipe II y poner en su sitio a Don Carlos?

–Schiller recoge perfectamente la leyenda negra que comenzó con Orange y el propio [Antonio] Pérez. Recogió la intención política de los dos. Esto parte de unas falsedades monumentales. Schiller lo puede hacer como un elemento de ficción: le va bien el amor entre Isabel de Valois y Carlos, pero no hay ni un dato sobre eso, es absolutamente falso. Como lo es que Felipe II asesinó a su hijo. Lo que sí es cierto, y yo lo aprovecho, es la locura del príncipe, que está muy documentada.

–Nos persigue esa leyenda negra. ¿La culpa es de la pérfida Albión?

–Hay una parte muy importante, sí. Los ingleses tienen un gran protagonismo. Pero no olvidemos que en España siempre ha habido españoles voluntarios en darle publicidad. Los nacionalismos se han basado en la leyenda negra, la España genocida con Iberoamérica... Felipe II no es un monarca querido por los nacionalistas.

–Qué bien viene lo de alterar la historia cuando conviene. Y qué expertos somos en hacerlo...

–Expertos y también muy bastos, porque las manipulaciones históricas de mis ex conciudadanos son de un nivel infantil. Parece imposible que la gente se llegue a creer la historia que les cuentan.

–Últimamente le oigo hablar menos de Cataluña. ¿Es que está ya de vuelta o algo harto?

–He dicho todo lo que tenía que decir. A partir de determinado momento, tengo que tomármelo ya con cierto sentido del humor. El hecho de que una ciudad como Barcelona, que se cree el ombligo del mundo, haya pasado a manos de la Colau y su equipo es de la las cosas más divertidas. Una parte de la burguesía catalana se ha apuntado al carro nacionalista y la otra se ha sumido en un silencio absoluto. Verla en este ridículo, en esa cosa tan casposa que ahora domina la ciudad, me divierte.

–Ha sido el que acaba un curso político que, desde su perspectiva, debe de dar mucho juego.

–Si hubiéramos estado en febrero del año 36 me habría aterrorizado. No estamos en aquellas circunstancias, espero. España es un país que, a pesar de los altibajos, tiene anticuerpos y muchas capas de civilización detrás.

–A ver si Schiller y Verdi eran ya de Podemos, con eso de darle caña a la Monarquía.

–¡No creo! (risas) A Verdi todo este asunto le habría parecido terrorífico. Era un gran burgués, tenía una finca preciosa, Santa Ágata, cerca de Parma, y vivía como un rey. Es justo: fue un hombre formidable, un músico extraordinario... y un hombre de la buena vida.

–Ya veremos si algunos de los recién llegados no se apuntan también a esa buena vida...

–Yo creo que vamos a ver cosas insólitas. Algunos, yo creo, se llevarán hasta los cuadros de los ayuntamientos...

–Les dará los cien días de rigor...

–En 48 horas han hecho más que en cien días... (risas) Hemos visto ya de todo. No han sido nada taimados, que sería lo lógico.

–Después del estreno, ¿tendrá vacaciones?

–No, a la mañana siguiente de la última función me voy a Buenos Aires, donde ya estarán montando «El pimiento Verdi» mi ayudante de dirección, Martina Cavanas y el pianista, Borja [Mariño]. Estaré tres semanas de ensayos.

–O sea, que no le toca verano...

–He de decir que procuro coger las vacaciones contra la masa.

–Podría haberlo resumido en que lo hace todo contra la masa, ¿no?

–Eso se da por hecho. Sobre todo contra la masa de hoy. La de hace 50 años era distinta. La de ahora tiene un protagonismo muy agresivo. Interviene en cuestiones que sería de prudencia que no lo hiciera. Y te la encuentras en lugares insólitos. Han recibido una propaganda, se meten de golpe cinco mil personas en un sitio y te amargan el día del museo. Es una masa que está reconducida como nunca. Los pastores trabajan con una eficacia extraordinaria: el rebaño va allí donde le indican.

–Debería apuntar sus energías a que vayan todos a su ópera...

–Mal asunto: si sucediera eso es que la obra es una escoria. El teatro, las óperas, todo lo que tiene que ver con las artes escénicas, es y siempre ha sido minoritario, pertenece a una élite en el mejor sentido de la palabra. Una parte minoritaria pero muy preocupada por todo lo que acontece en la vida y con un sentido muy constructivo sobre nuestra propia sociedad. Por eso es una mentira que el teatro no sirve para nada. Tiene una influencia extraordinaria en la construcción de las sociedades.

–Y en septiembre, ¿vacaciones forzosas?

–Yo creo que no... Supongo que lo dices en relación a mi cargo. Mi contrato acaba el 30 de junio [la entrevista se realizó unos días antes]. Si yo quisiera, es posible que pudiera existir una continuidad. Lo que sucede es que ya llevo unos años aquí y sería positivo encontrar la forma de que esta programación, esta forma de entender el teatro, tuviera una continuidad. Esto es lo que me preocupa. Mi vida aquí tiene ya fecha de caducidad.