Papel
Guillermo Solana: «Los directores de museo viajamos en turista y nos alojamos en hoteles modestos»
El director artístico del Thyssen niega que su trabajo tenga tanto «glamour», pero vive entre un festín de arte
Rodeado de obras de arte, el responsable artístico del Thyssen le resta «glamour» a su trabajo. Sabe bien que en su mundo está lo más sublime, pero que también existe mucho «postureo»
Despacho aparentemente aséptico para el director artístico del museo Thyssen, una institución en este Madrid privilegiado con mucho arte desde Atocha hasta Cibeles que se va aprendiendo a vender como lo que es: un sitio para perderse hasta encontrarse viendo obras maestras según el criterio de cada cual. Guillermo Solana lo vive como lo que es para él: una rutina gozosa. Mientras hordas de japoneses con cámaras se pasean por las salas, él está unas cuatro plantas más arriba haciendo el papeleo sin perder de vista lo que le espera abajo: un festín de cuadros, de nombres y de hombres que puede que no nos hagan más listos, pero desde luego nos alegran la vida.
–¿Es el trabajo de un director artístico de un museo tan glamuroso como creo?
–No tanto como la gente se imagina. Los museos son de las oficinas para fuera: el hall y las exposiciones. Tienen momentos de gloria como la inauguración de las muestras o cuando bajas a instalar las obras . Pero el día a día es una oficina como otra cualquiera. Viajamos en turista, nos alojamos en hoteles modestos... Y, en ocasiones, el brillo social se convierte en una carga.
–No le voy a decir que no, pero yo entro en el periódico y no me encuentro una obra de arte en cada esquina...
–En eso tiene usted razón. A mí me gusta mucho, y lo hago siempre que puedo, pasar a las colecciones por puertas privadas que tenemos. No son secretas, pero me las imagino como si lo fuesen: unos pasadizos ocultos que te llevan directamente a las colecciones. Esto da bastante subidón. También tiene mucho encanto bajar a cualquier hora y ver las salas a solas. Empiezo a pensar de dónde vienen las obras, dónde han estado esos cuadros porque son ante todo objetos, únicos, valiosísimos y que han tenido y tendrán una vida muy larga. Estás ante criaturas viejas que han vivido y van a vivir más que cualquiera de nosotros.
–Cuando he ido al Louvre, en vez de hacer una foto a la Gioconda, se la he hecho a los cientos de turistas que se agolpaban para verla. ¿He cometido un pecado artístico?
–No, porque el fenómeno ahora son los turistas no los cuadros. Me molesta porque muy cerca de La Gioconda está «El hombre del guante», de Tiziano, que es un cuadro maravilloso y pasa inadvertido. Pero bueno, la cultura de masas funciona así. El público se concentra en cuatro cosas y punto. No les desprecio por ello. Es como funciona la cultura de masas: concentra la atención en unas cumbres artísticas y machaca sobre ellas y de lo que hay alrededor no sabemos nada. Leonardo da Vinci es «la Mona Lisa» y ya está; Edward Hooper es un bar de noche y no te preocupas de nada más. El impresionismo parece que sólo es Monet.
–¿Qué cuadro querría tener en la Thyssen?
–¡Uy, qué pregunta más difícil por el exceso de obras que uno desearía! Probablemente «La noche estrellada» de Van Gogh, que está en el MOMA. ¿Se acaba de dar cuenta? En la anterior pregunta criticaba el afán de crear iconos pero todos entramos en ellos al final.
–¿Hay mucho postureo en el mundo del arte?
–Sí. Sólo el mero hecho de que una obra sea famosa ya nos seduce. El público yo creo que no sabe ni distinguir si le gusta una obra o no, pero como todo el mundo habla de ella tiene su propio magnetismo. En el arte contemporáneo tiene más peso aquello de lo que se habla, lo que está de moda. Y en ocasiones fingimos que nos interesa para quedar bien.
–Suena un poco esnob...
–Es que el esnobismo tiene muy mala prensa porque parece una hipocresía. No creo que sea así. Bien entendido tiene un valor educativo y didáctico porque te obliga a superarte un poco.
–¿Qué pasaría si un día apareciese en la fachada del museo un grafiti de Bansky?
–No dude de que lo explotaríamos. No le digo que arrancaríamos los sillares de la fachada para llevarlo a una sala, pero lo utilizaríamos para la promoción del museo. Es uno de los ganchos para atraer a la gente a que venga a ver arte.
–¿Cuántas veces cruza de acera?, me refiero para visitar el museo del Prado.
–Voy bastante a las inauguraciones. La última vez, a la exposición de Van der Weyden, que es la más maravillosa que he visto nunca. El Prado es deslumbrante. Me encanta la pintura flamenca: el Bosco, Patinir. Eran muy del gusto del rey Felipe II y es para felicitarse porque muchas de ellas, si no hubiera sido por su afán coleccionista, se hubiesen perdido.
–¿Las negociaciones entre los museos para cederse cuadros son tan complicadas como las del Eurogrupo?
–No es para tanto. Todo depende de las relaciones que se establecen entre esas instituciones, de que el interés que tenga uno por determinada obra se corresponda con el deseo del otro por tener un cuadro tuyo... Si hay una relación muy sólida se concede todo lo que se pide, a no ser que el cuadro sea de una fragilidad extrema. Luego hay ocasiones en las que sientes que te están tomando el pelo y otras que forcejeas durante semanas y no logras nada.
–Si el Thyseen le pagara en especies, ¿qué cuadro elegiría?
–«El cristo en la tempestad en el Mar de Galilea». Es una obra de azules y verdes muy intensos. Se ve en medio de la barca a Jesús dormido y los apóstoles aterrados. Es una gran expresión de que el estrés y las situaciones de angustia no merecen la pena.
El lector
«LA RAZÓN es mi periódico porque fui crítico de arte allí. Viví muy de cerca su lanzamiento: lleno de entusiasmo, de gente joven, con pocos recursos... Era y es un proyecto muy romántico. Sigo admirando ese espíritu de haber salido a flote con mucho empeño y esfuerzo. Por supuesto leo las secciones de Cultura de todos los periódicos, no sólo por interés profesional, también por voluntad personal. Pero la verdad es que me interesan casi todos los contenidos. En estos momentos hay que estar bien informado».
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