Barcelona
El Fonoll, el pueblo donde todos van desnudos
Está a 110 Km. de Barcelona y es el paraíso de los naturistas. No tienen Wifi y usan su propia moneda. Si quiere probar la experiencia, una noche allí cuesta 50 euros.
Está a 110 Km. de Barcelona y es el paraíso de los naturistas. No tienen Wifi y usan su propia moneda. Si quiere probar la experiencia, una noche allí cuesta 50 euros.
«Te veo muy textil». Así da la bienvenida Emili Vives a quien no llegue a El Fonoll desnudo. El municipio, un pequeño valle privado situado en el interior de Cataluña –en la frontera entre la provincia de Tarragona y la de Lérida, a 110 kilómetros de Barcelona– y envuelto por un frondoso bosque, se ha convertido en el primer pueblo nudista de toda España. Por allí pululan y conviven los vecinos y los turistas en cueros.Con una capacidad para algo más de 130 personas –hay 44 viviendas y 132 habitaciones–, la localidad alberga una población muy heterogénea con hasta 20 personas censadas que viven allí permanentemente. No hay cobertura telefónica en El Fonoll, pero eso no impide que cohabiten desde una joven «instagramer» de 26 años hasta una jubilada de 80, pasando por un artista absorto en la elaboración de sus cuadros «surrealistas».
La reconstrucción de este pueblo milenario ha sido idea y obra de Emili Vives. Ingeniero electrónico y empresario de éxito, decidió dejarlo todo en los 90 para resucitar de sus cenizas un lugar que había sido abandonado en 1348, tras una oleada de peste negra. Las ruinas que quedaron pasaron a ser propiedad privada –pertenecen administrativamente al municipio de Pasanant– hasta que, en 1998, Vives, a pesar de sus iniciales reticencias, se lanzó a comprar la finca y empezó a restaurar todas las ruinas y edificar, con sus propias manos y esfuerzo, una utopía que, 20 años después, ha conseguido materializar. No sabe precisar la inversión económica que ha supuesto porque no lleva ninguna contabilidad, pero sí que admite que ha tenido que vender el amplio patrimonio que tenía en Barcelona, pisos, principalmente.
Ahora, el municipio cuenta ya con una tienda, una biblioteca con más de 20.000 volúmenes, un parque, moneda propia (el coel), acuñada con energía solar, una piscina, sauna, sala de cine y un albergue con 32 camas, entre otras cosas. Todo ello tras remar contra un mar de adversidades burocráticas procedentes de la Generalitat y del Ayuntamiento de Pasanant. Si bien, inasequible al desaliento y a su filosofía de vida – «me da asco la administración, al final me he hecho anarquista», asegura a este diario tras haber tenido que lidiar con pugnas judiciales–, Vives continuó desarrollando su proyecto. Y eso que el listado de trabas no ha sido menor: durante la fase inicial de la construcción, les llegaron a requisar camiones y material, y tiene que pagar un IBI de 4.000 euros, pese a que no llega a la finca ningún tipo de servicio público, ni limpieza ni recogida de basuras. Para paliar todas estas dificultades, el promotor ha diseñado una red de voluntarios que se encargan de conservar el municipio en perfectas condiciones. No hay nada externalizado, es un pueblo concebido para ser autosuficiente, incluso a nivel energético. Vives distribuye las tareas, que pueden ir desde el mantenimiento del huerto a las labores de limpieza o de cocina –hay un bufet vegetariano en el centro del pueblo–, y controla que todo vaya según lo previsto.
Trabajos comunitarios
Los voluntarios reciben hospedaje gratuito a cambio de los trabajos para la comunidad. Es el caso de dos chicas de Sabadell de 23 y 29 años que han descubierto este verano la existencia de este pueblo y se han lanzado a la aventura, aunque ahora todavía reciben instrucción de Vives para conocer cómo deben desempeñar sus labores. Otro ejemplo es el de una austriaca, treintañera, que descubrió ya hace unos años El Fonoll cuando hacía el Camino de Santiago. Según explica, decidió dejarlo a medio camino y, por internet, encontró este lugar al que ya acude verano tras verano. Este año pasará un mes, donde tiene asignado el mantenimiento del huerto y la recogida de los huevos de las gallinas. Vives asegura que está muy satisfecho con su trabajo, algo que le recompensa con más coeles.
Pero si los voluntarios ofrecen mano de obra a cambio de la subsistencia y poder pasar unos días de balde, Vives consigue recuperar parte de su inmensa inversión con el alquiler de las viviendas, aunque en base a modestos precios. «Aquí no se trata de enriquecerse. Esto no es rentable, lo que quiero es que venga gente que comparta esta filosofía», asegura. Por ello, precisa que el alquiler mensual de una habitación ronda los 200 euros, mientras que el de un día puede ascender hasta los 50. La prueba del éxito es que Vives las tiene ya todas las habitaciones reservadas para este mes. Parte de ellas, es cierto, estarán ocupadas por sus cinco hijos y trece nietos. Él vive solo a lo largo de la semana y su mujer, que está en Barcelona, viene a verle todos los fines de semana.
Sin embargo, la gran mayoría de habitaciones están ocupadas por personas muy asiduas. Es el caso de un hombre en la sesentena, que no quiso revelar su identidad y que suma ya siete años consecutivos viniendo a pasar sus vacaciones estivales. Asegura que en El Fonoll, donde va a estar dos semanas, encuentra un lugar para desconectar completamente del día a día. «Aquí la gente viene a eso y yo suelo hacerlo una o dos veces al año», afirma, recién llegado de San Sebastián. Allí, en la playa, fue donde descubrió el nudismo y se aficionó, lo que le ha llevado a descubrir El Fonoll. Un caso idéntico al de una pareja recién jubilada también muy apegada a la práctica del nudismo. Ellos llevan ya 17 años visitándolo, aunque en esta ocasión solo pasarán una noche. Eso sí, al llegar al pueblo en coche ya lo hacen desnudos. La mayoría, sin embargo, siempre se adentran vestidos.
Todos los turistas dan vida al pueblo, aunque quienes le dan sentido son aquellas personas que lo habitan permanentemente. Por ejemplo, Sandra Martos, una joven de 26 años, que hace de su cuenta de Instagram su fuente de ingresos como «influencer» sobre comida «crudivegana, es decir, veganismo en su versión cruda. Lleva viviendo desde mayo. Nació y creció en Barcelona, aunque movida por su deseo de residir en zonas rurales (además, le gustan mucho los animales, tiene hasta ocho mascotas), se marchó a Figueras. Cuando descubrió este lugar, no lo dudó ni un segundo, y en dos días se trasladó. Es soltera y trabaja online. «Aquí no hay cobertura, pero a un kilómetro existe una zona desde la que me puedo conectar a internet», asegura. Ahora acaba de volver de visitar a su familia en Barcelona. Ella pasa los siete días de la semana en El Fonoll. Salvo el lunes, que es el día que se desplaza a los municipios circundantes para comprar todo aquello que no está disponible en la tienda del pueblo, sea comida u otros utensilio. Como ella, también vive Pepe, un sevillano que llegó en febrero, o Fina, una mujer de 80 años que lleva ya siete viviendo en cueros, aunque elude hablar con cualquier medio de comunicación por una mala experiencia en el pasado. Todos ellos coinciden en una percepción, y es que consideran que estar desnudos da mayor libertad. «Vivir con ropa es una barrera», afirma Pepe. En El Fonoll no hay ropa ni en invierno, cuando las temperaturas pueden alcanzar los siete u ocho grados bajo cero.
El aislamiento físico del lugar, reforzado por el conjunto de carreteras secundarias y caminos mal pavimentados que deben recorrerse para llegar al pueblo, se acentúa con la ausencia de televisión. Solo hay una, la que dispone Vives. Las demás viviendas no tienen debido a los problemas que plantea la Generalitat y el coste que conlleva (hasta 450 euros por instalar una antena). Sin embargo, también es cierto que este apagón informativo no les impide estar al tanto de la actualidad política con el «procés» o futbolística, por ejemplo. Ellos se buscan el modo alternativo de informarse. En cualquier caso, allí imperan otro tipo de actividades lúdicas para el entretenimiento: un paseo de todo el pueblo a las 19.00 horas o los concursos de poesía o de pintura.
CONILL, EL NUEVO FONOLL DE EMILI VIVES
Emili Vives no se ha dado por satisfecho con El Fonoll. Ahora, ha empezado a reconstruir Conill, una pedanía de Tàrrega (Lérida), a escasos kilómetros. El lugar, también en ruinas, pretende erigirse en un sitio para alojar a artistas aunque Vives no descarta que también puedan convivir en cueros, como ocurre en El Fonoll. En todo caso, la adquisición de la nueva finca se produjo en 2015 y ahora está a expensas de la administración para que le dé permiso y se inicien los trabajos de restauración.
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