Javier Ors
Miguel Falomir: «Me encantaría ser invisible y colarme en el estudio de los grandes pintores»
Las vocaciones son caminos singulares, que uno encuentra donde menos espera. Miguel Falomir acudió por primera vez a las salas del Museo del Prado buscando su pintura histórica, el relato de los hechos que reflejaban las obras, y acabó estudiando Historia del Arte. Hoy, en un salto inesperado del destino, es su director.
–¿Cuando visitó por primera vez el Prado?
–A los ocho o nueve años. Vine a Madrid a pasar un tiempo con unos tíos míos y me trajeron. Me sorprendió el mero hecho de estar en el Prado, que era un templo para mí. Se me han quedado cosas, entre ellas, que debí ser de los últimos que vio «Las Meninas» con su montaje anterior. Es decir, en la sala pequeña, con el espejo y la ventana abierta lateral. Se ha convertido en un hito de la museografía. Ahora no se puede hacer por la cantidad de visitantes que tiene el Prado.
–¿Qué más se le quedó?
–Lo que mejor recuerdo es la sala de «Las meninas» y el cuadro que más me gustaba por entonces y que sigue siendo uno de los que más me gusta: «Carlos V a caballo en Mühlberg», de Tiziano. Es el que quería ver cuando vine, porque aparecía en las enciclopedias. No sabía que luego me dedicaría a Tiziano y al arte. También se me quedó «La rendición de Breda». Como a cualquier niño, me gustaba jugar con espadas y eso lienzos tenían esa clase de elementos que me atraían.
–¿Qué le enseñó el arte?
–A lo largo de la vida encontramos cosas diferentes. De pequeño me interesaban los aspectos más narrativos: los cuadros que hablaban de batallas, guerras, mitologías. Ahora, los aspectos estéticos de la pintura. Es una evolución natural.
–¿Cuándo descubrió su interés por la pintura?
–De niño me interesaba la historia. A los ocho años, ya sabía que quería estudiar Historia. Decantarme por la Historia del Arte y el Renacimiento ocurrió más tarde, durante en la carrera.
–¿Qué misterio de la pintura le atrae más?
–No me gusta la sobreintelectualización del arte. Y esos misterios provienen de una hipertropfia interpretativa. Me interesa la capacidad del arte para apelar a los sentidos. Sentir con él algo que no sientes delante de otras realizaciones humanas. Hay miles de cosas que me gustaría que se supieran de los cuadros, pero lo que cada vez me atrae más es cómo funciona la mente del artista. Por eso me interesan los bocetos de Rubens. Ves su cerebro en acción. Me encantaría ser invisible y colarme en el estudio de uno de estos grandes pintores y observar cómo plasma sus ideas.
–¿A cuál de ellos le gustaría espiar así?
–La minuciosidad de Vermeer me interesa poco, pero debe ser increíble ver a Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, asistir al cómo afronta un reto de semejantes dimensiones intelectuales y físicas. Fue uno de los grandes desafíos del arte.
–Lo de Miguel Ángel y Leonardo es como lo de los Beatles y los Rolling Stones.
–Sí, pero si me viera obligado, insisto, prefiero a Miguel Ángel. Lo que sentí la primera vez que entré en la Sixtina no lo he sentido con otro artista. Fue uno de los momentos que más me han impactado en mi vida.
–Ahora la gente no vive así el arte...
–Debido a la sociedad en la que vivimos, la sensibilidad respecto al arte se pierde. Compite con otras formas de expresión. El cine ha ocupado el lugar de la pintura decimonónica, y el cine, a su vez, está siendo superado por el videojuegos. La pintura no ocupa la posición de privilegio que tuvo. ¿Cuál fue el último gran cuadro que tuvo repercusión? ¿El «Guernica»? La pintura, durante los siglos XVI, XVII, XVIII o XIX tenía una plasmación inmediata en la sociedad. Ahora está circunscrita a círculos de conocedores y coleccionistas. Hay otras manifestaciones artísticas que tienen mayor alcance social, qué duda cabe.
–Una defensa del arte.
–Nunca hay que decir a la gente «hay que...». Lo que tenemos que hacer es brindar a las personas la posiblidad de que accedan al arte, pero no se puede obligar a nadie a que le guste. Y no pasa nada. Puedes ser muy culto y que no te guste la música clásica. Lo que le diría a la gente es que se dé la oportunidad y que cuando entre en un museo de arte clásico lo haga libre de prejuicios. Es posible que el 95 por ciento de los cuadros no le digan nada, pero habrá cuatro o cinco obras que conecten con él. No nos tiene que gustar la pintura y si nos gusta no nos tienen que gustar todos los artistas y todos los periodos. Hay que reivindicar la parte más intuitiva y pasional del arte.
–¿Intuición? ¿Pasión?
–Tengo una parte profesional y mi intuición está mediatizada por mis conocimientos de la historia del arte, pero creo que se puede disfrutar de la pintura sin un conocimiento específico previo. Yo no sé nada de música y me gusta. No creo que haya que saber solfeo para disfrutarla. Aunque quien sepa composición y solfeo disfrutará más.
–¿Es elitista la pintura clásica?
–Al revés. Sí lo es la más abstracta e intelectual. Pero tiene la ventaja de que cuenta historias y a todos nos gusta que nos las cuenten. Esta capacidad narrativa la hace más democrática.
–El turismo llena los museos ahora...
–Han aumentado las visitas en los últimos 40 ó 50 años. Se ha producido democratización de la pintura, pero no es verdad que todos estén saturados. Solo los que han adquirido un estatus especial y la gente considera que tiene que verlos. Hay museos muy buenos que están casi vacíos.
–¿El gusto de la gente se mueve por hitos?
–Hay que asumir que determinadas obras sirven de gancho. La mayoría de las personas que vienen al Prado es para ver una docena de obras.
–¿Los españoles conocen el Prado?
–Lo respetan y están orgullosos de él, pero tengo dudas de que lo conozcan más. Hay que lograr eso. La gente a veces le tiene demasiado respeto y el respeto excesivo provoca distanciamiento. Sería importante que el público tuviera una relación más afectiva con la pinacoteca.
–¿Por qué el Estado debe apoyar más la financiación del museo?
–Es importante que las instituciones culturales no dependan solo del Estado, pero también que éste participe de ellas. Es su obligación constitucional. Un 50 /50 sería una relación adecuada.
–El Salón de Reinos requiere 42 millones del Estado. Poco si tenemos en cuenta que se pagan 105 por jugadores de fútbol.
–Es la oferta y la demanda. Lo que pido es que todos compitamos en igualdad de condiciones. El Prado no tiene que pagar impuestos, pero estaría bien que los equipos de fútbol estuvieran al día con la seguridad social, porque de eso nos beneficiaríamos todos. Lo que no deben tener es un tratamiento privilegiado respecto al resto de ciudadanos y empresas.
–¿Cuál es el desafío del Prado?
–Hacer compatible el aumento de visitantes con el disfrute de la visita. Hay que ser consciente de que el aumento de esa cifra puede ir en detrimento de la experiencia de visitar el museo. Es un desafío y no sé muy bien cómo se hace. Los museos clásicos también tienen que actualizar su atractivo para la sociedad. Hay otro desafío. Cuando estudias los visitantes de un museo enseguida ves su extracción social. Y tienden a concentrarse en una franja social determinada. Hay que abrir ese sector.
–¿Y captar jóvenes?
–La pintura no es el arte en que alguien joven del siglo XXI piensa. A través de los hijos te das cuenta de que para los jóvenes, educados en el videojuego y miles de canales a su disposición, concentrarse delante de una imagen estática es un reto. Incluso cuando ven películas de los 70 creen que hay muchos diálogos. Ellos están habituados a otros estímulos. Pero en cada generación hay gente que descubre que le gusta el arte. Lo que hay que hacer es darles facilidades.
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