Papel

Luna muy muy lejana

Armstrog hizo historia poniendo su pie sobre el satélite en uno de los acontecimientos más seguidos de la historia. Curioso es que desde 1972, tres años después, no se haya repetido tal hito

El astronauta Edwin Aldrin, junto a la bandera de EE UU, en suelo lunar
El astronauta Edwin Aldrin, junto a la bandera de EE UU, en suelo lunarlarazon

Armstrog hizo historia poniendo su pie sobre el satélite en uno de los acontecimientos más seguidos de la historia. Curioso es que desde 1972, tres años después, no se haya repetido tal hito

No hay nada que podamos contar de aquello que no esté contado. Ni una sola imagen de lo que ocurrió ha dejado de ser vista millones de veces por prácticamente todos los seres humanos del planeta. Nadie es ajeno a que a las 20 horas, 17 minutos y 40 segundos (hora internacional) del 20 de julio de 1969 el módulo lunar «Eagle», de la misión espacial «Apolo 11», se posó con éxito en la superficie de la Luna. Cinco horas más tarde dos hombres, Neil Armstrong y Edwin E. Aldrin fueron los primeros seres humanos que pisaban el regolito lunar.

Se ha dicho muy a menudo que aquella aventura, más que una misión científica, fue una locura. La nave que llevó a aquellos hombres más lejos de lo que cualquier ser humano ha estado jamás tenía menos capacidad de cálculo que un teléfono móvil actual. El agua potable que portaban era un subproducto sin filtrar que sabía a rayos. El módulo aterrizó 6,4 kilómetros más lejos de lo previsto porque un fallo de presurización generó una pequeña explosión en vuelo (menor que el descorche de una botella de champán, pero suficiente para desviar una nave espacial).

Cuando tocó Luna, el «Eagle» tenía combustible para sólo 25 segundos más. Los ingenieros de la NASA habían previsto que el suelo del satélite sería blando y que clavar una bandera de Estados Unidos sería tarea de coser y cantar. Pero Aldrin y Armstrong se encontraron con roca dura y tuvieron serias dificultades para plantar la enseña.

Tan incierto era el resultado de la misión antes de ponerla en marcha que los invitados al lanzamiento tuvieron que verlo desde seis kilómetros de distancia. El cohete propulsor generaba energía suficiente para que, en caso de explosión accidental se arrojaran restos de la nave a cinco kilómetros a la redonda.

Aun así, 600 millones de personas en todo el planeta pudieron contemplar los primeros pasos de la humanidad sobre otro mundo. Por cierto, a pesar de la famosa frase de Armstrong, su paso no fue tan «pequeño», un fallo en los amortiguadores del módulo de aterrizaje situó la escotilla a más de un metro de altura y el pequeño paso para el hombre realmente fue un salto considerable.

Hoy ningún Estado del mundo podría volver a poner en marcha una locura así. Sin la presión de la Guerra Fría, sería difícil convencer a ningún parlamento de que dedicase el 0,8% del Producto Interior Bruto de Estados Unidos a mandar a tres astronautas a un incierto futuro allá arriba. Eso es lo que costó la misión «Apolo» en su conjunto. Por eso la Luna (hay quien dice que para siempre) no ha vuelto a recibir visitas desde que el comandante Gene Cernan culminara la última misión «Apolo» (la número 17) en 1972.