Televisión
Con la más absoluta idiotez por bandera
Un presunto criminal dice que solo confesará si recibe inmunidad; la policía acepta, e inmediatamente lo vacuna. Un hombre pregunta a otro: «¿A qué viene esa cara larga?», y el otro responde: «Nací con fórceps». Si este tipo humor no le hace ni pizca de gracia, deje usted de leer y búsquese entretenimientos de mayor cociente intelectual. Bajo ningún concepto vea «Angie Tribeca», una parodia policial que luce sus chistes malos y «gags» tontunos como un general del ejército sus medallas. Probablemente desde los años de «Aterriza como puedas» y «Agárralo como puedas» –que por cierto se basaba en otra parodia policial, «Escuadrón de policía»– no haya existido una ficción tan orgullosamente idiota. Y eso hace que la serie, creada por Steve Carell y su mujer Nancy Walls Carell precisamente a modo de homenaje de esos títulos predecesores, sea tan anticuada que casi resulta transgresora.
El éxito de aquellas producciones del trío Zucker-Abrahams-Zucker, recuérdese, se basaba en el manejo de centenares de momentos cómicos de todo formato –juegos de palabras, dobles sentidos, «slapstick», «gags» visuales– combinados en perfecto equilibrio, y lanzados al espectador sin descanso y con un promedio consistente de dianas. Ese mismo método da razón de ser a «Angie Tribeca»: chistes, chistes y más chistes. Aparentemente convencida de que cuanto más mejor, la serie no desaprovecha una sola oportunidad para la ocurrencia y el chascarrillo.
La inmensa mayoría de esos chistes, hay que insistir en ello, son ejercicios rigurosos de estupidez, el tipo de bufonadas que te convertirían en el adulto favorito de tu sobrino de 7 años. Y muchos de ellos, además, son el tipo de golpe cómico que anuncia con tiempo su llegada. De hecho, buena parte de las escenas funcionan precisamente porque sabemos adónde van: basan su efectividad menos en la capacidad de sorpresa que en hacernos cómplices.
Por todo lo dicho, quizá no haga ninguna falta añadir que la complejidad argumental no es uno de los ingredientes esenciales de esta serie. Pero su «showrunner», Ira Ungerleider, en todo caso se asegura de que cada episodio posea suficiente miga narrativa como para que la máquina expendedora de chistes no deje de funcionar. En ese sentido «Angie Tribeca» lo hace de forma parecida a otro de los títulos en los que obviamente se ha inspirado, «Superagente 86»: no solo funciona como parodia sino también como una muestra de aquello que parodia: está estructurada a la manera de un misterio policial, de modo que nos implicamos en la intriga y al mismo tiempo nos reímos de los clichés a los que saca punta.
Para ello cuenta con la ayuda de una imponente sucesión de apariciones estelares de celebridades que no solo le otorgan un plus de relevancia cultural –qué serie no querría tener a Bill Murray paséandose por uno de sus episodios– sino también aportan suspense –¿qué famoso aparecerá en el próximo episodio?–. Uno de los más ilustres de la tercera temporada, por ejemplo, es el de Natalie Portman, que aparece embarazada en la piel de una científica que se dedica a preparar galletas y trasegar cócteles en el centro de operaciones de la NASA.
Pero la mejor noticia que ha traído consigo la nueva remesa de episodios es que los signos de agotamiento esperables en una serie tan concienzudamente dedicada a los «gags» simplemente no están ahí. Quizá sea gracias a la adición de un gran misterio central relacionado con un asesino en serie que funciona como telón de fondo de toda la temporada; o quizá tenga que ver con la ambición y el afán de experimentación que sus responsables parecen haber desarrollado desde el final de la temporada anterior: las tramas incluyen estilizados homenajes cinematográficos, historias de amor con robots y hasta misterios que resolver fuera de la atmósfera terrestre. Sea como sea, «Angie Tribeca» sigue encontrando nuevas y gozosas formas de idiotizarnos.
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