Historia

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Veraneo en Kabul

En 1839, Gran Bretaña inició la Primera Guerra Anglo-Afgana con una invasión preventiva del país que acabaría en desastre.

El bazar de Kabul durante la ocupación británica, dibujo de James Rattray (1818-1854), alférez en el Ejército de Bengala durante la ocupación de Afganistán. Foto: National Army Museum
El bazar de Kabul durante la ocupación británica, dibujo de James Rattray (1818-1854), alférez en el Ejército de Bengala durante la ocupación de Afganistán. Foto: National Army Museumlarazon

En 1839, Gran Bretaña inició la Primera Guerra Anglo-Afgana con una invasión preventiva del país que acabaría en desastre.

Kabul, la ciudad que acababan de conquistar, se encontraba en su momento de máximo esplendor. Con una población de setenta mil almas, era el mayor enclave comercial de Asia Central, punto en el que confluían las rutas caravaneras de la región, lugar de paso para los comerciantes hindúes y hogar de comunidades de judíos, georgianos y armenios.

Los estrechos callejones acababan en mansiones de grandes patios con fuentes borboteantes, donde, bajo los árboles, se extendían alfombras y almohadas. Y bajo los emparrados, los jefes pasaban las noches ociosos, fumando pipas, escuchando a los músicos y a los poetas. Entre las hermosas mansiones se extendían kilómetros de bulliciosos bazares, que separaban por gremios a los comerciantes de chales, a los vendedores de especias y agua de rosas y a los que importaban seda de Bujará, té ruso, añil de Lucknow, pieles tártaras, porcelana china o los famosos puñales de Isfahán. «No existen palabras para describir la enorme cantidad de productos, frutas, presas de caza, armaduras y cuberterías que se pueden encontrar. Las mercancías se apilan en montones que llegan hasta el techo. Las calles son tan estrechas que una fila de camellos cargados tarda horas en recorrer la densa y variada multitud, siempre en movimiento y que nunca descansa. Las mujeres, cubiertas con velos que parecen sudarios, se abren paso como pueden entre la gente, aunque es mucho más sencillo para ellas cuando van a caballo. De repente, una columna de infantería se abre paso entre la multitud: era la avanzada de algún jefe importante y cabalgaba con orgullo, seguida por un escuadrón de jinetes, todos ellos engalanados con capas y arreos bordados y blandiendo sus lanzas y mosquetes. Después de estos aparecieron los elefantes del sah, balanceándose y derribando a su paso los canalones de agua que sobresalían de los tejados planos y algunas de las tiendas de hielo o fruta del bazar». A pesar del alboroto y el gentío, siempre era fácil reconocer un «¡Ab! ¡Ab!», el grito de los vendedores de agua, o los lamentos de los mendigos ciegos pidiendo limosna, y, al final del verano, el reclamo de los vendedores de ruibarbo, «¡Shabash rawash!» («¡Excelente ruibarbo!»). Después de todas las penurias que habían pasado, los soldados británicos estaban encantados con lo que les rodeada, tal y como describe el historiador William Dalrymple en «El retorno de un rey»: «Admiraban los estanques y las cisternas de mampostería fina, los jardines, equiparables en belleza a los del paraíso, los elegantes edificios y las tiendas de la capital, repletas de mercancías. Las tropas inglesas, numerosas, habían pasado dificultades en su marcha hacia Jorasán y ahora descansaban en Kabul, donde disfrutaban de carne con arroz, almendras, mazapán, faluda, brochetas, multitud de frutas variadas, y uvas sahebi, khalili y la más exquisita de todas, la khaya-e ghu-laman o “testículos de mancebo”». Los soldados daban rienda suelta a su lujuria, lo cual ilustraba a la perfección el famoso refrán: «Del mismo modo que la harina de trigo de Peshawar está siempre mezclada con harina de maíz, todas las mujeres de Kabul tienen amantes».

Para saber más

«EL RETORNO DE UN REY»

William Dalrymple

Desperta Ferro Ediciones

496 págs.

27,95 €