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Besos no... gracias
El 1 de agosto cumplí años, no voy a decirles cuántos, aunque podría presumir de ellos. Cumplir años me parece una bendición y me gusta celebrarlo. Espero seguir haciéndolo por lo menos hasta los 103 que, no sé por qué, pienso que serán el momento de decir adiós. El día de mi cumpleaños es un momento de reflexión para hacer balance de lo que ha sido este año; intenso y fuerte, muy importante para cuestionarme algunas actitudes ante la vida. Esta reflexión es una disciplina que se debe hacer cada cierto tiempo si no queremos quedarnos atrapados en algún momento de nuestra existencia, colgados de la melancolía, o lo que es todavía peor, de los prejuicios.
La muerte de mi madre la semana siguiente de regresar de «Supervivientes» me dejó completamente descolocada. Con una enorme tristeza y desconcierto en medio de una locura mediática y platós de televisión a los que debía ir por obligación y responsabilidad, pero que era lo que menos necesitaba en ese momento. Lo que necesitaba y necesito es paz para tomar tierra, pensar en todo lo experimentado, volver a la realidad de una vida civilizada y urbanita en la que abro una nevera y encuentro comida. También tengo espejo, cremas, una confortable cama y, ¿soy más feliz? Me lo pregunto cada día y no sé qué responderme. La felicidad es un estado del alma transitorio que, desde luego, no consiste en tener, sino en ser.
Otro aspecto que sale a relucir en nuestra mente cuando cumplimos años es el físico. ¿Realmente somos conscientes de cómo envejecemos? Yo no mucho. Me observo con ojo crítico, pero creo que soy demasiado benevolente y vivo encantada, pensando que tengo una salud de hierro. Mantengo una actitud perenne de adolescente que se ilusiona por todo y que adora enamorarse. Siempre pienso que habrá un nuevo amor de verano. Sólo eso, de verano, sin mucho compromiso, en esa actitud del no hacer, que nos permite volver a encontrarnos después del huracán y cada vez con menos miedo al que dirán y a lo que los demás esperan de nosotros. Si vivimos queriendo satisfacer a todo el mundo no tendremos vida, y la que tengamos será más aburrida y menos auténtica.
Un síndrome que me está atacando últimamente es la fobia a esos «besos sociales», que nunca me han gustado y que este verano con el calor bochornoso ya no soporto. ¿Por qué cada vez que voy a una fiesta, reunión social o simplemente a la playa la gente tiene que darte dos besos sudorosos? Es una moda absurda y para mi gusto de mala educación. Da lo mismo que extienda mi mano para saludar, aunque ven que estoy acalorada o con un maquillaje impoluto se lanzan a plantarte los dos ósculos sin darme tiempo a reaccionar. En la gala contra el Cáncer en Marbella me ocurrió una anécdota graciosa: harta de tanto besuqueo le dije a un señor que se acercaba a saludarme «me niego a dar más besos». «Soy el nuevo alcalde de Marbella», me contestó. Me disculpé y le di dos besos mientras hacía todo tipo de elogios de la ciudad y le deseaba que el nuevo Gobierno municicipal trajera lo mejor.
Mañana tenemos en esta adorada Marbella la Súper Gala Starlite con nuestro más insigne malagueño, Antonio Banderas. Ya me estoy mentalizando para el momento beso. De momento intentaré ponerme divina y dejar a la Carmen reflexiva en casa para sacar de paseo a la social y hasta cierto punto frívola. Lo que sí les prometo es que bailaré como si no hubiese mañana.
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