Casa Real
El artículo de Carmen Lomana: El tiempo da la perseverancia
Siempre he sido bastante crítica con ella porque mis expectativas para una Reina eran otras. Quizá porque siempre nos habían repetido que la de España no tenía que tener pasado, que durante toda nuestra historia habían sido hijas de reyes. Letizia nos rompió todos los esquemas, mejor dicho ella no, fue el Príncipe Felipe el que la eligió saltándose su única obligación, que era hacer un matrimonio de Estado que conviniese a la Nación asegurando la herencia por estirpe, razón principal de la Monarquía, institución, por otra parte, obsoleta. Sin embargo, reconozco que últimamente he decidido ver todo lo positivo que hay en ella, que es mucho. Me ganó totalmente y me sentí muy orgullosa de cómo nos representó en Viena durante los actos de la exposición de Velázquez en esa ciudad. Cómo se dirigió ante 400 personalidades de la cultura, la política y la sociedad austriaca en un perfecto alemán, como si acabase de salir de un doctorado en la Universidad de Heidelberg.
Me imaginé que había sido capaz de aprendérselo de memoria con un tesón y fuerza de voluntad que dicen mucho de ella. Habla pausadamente y con una estupenda dicción. En el aniversario de «20 Minutos» coincidimos y me acerqué a saludarla. Las pocas veces que hemos hablado ha sido adorable conmigo, a pesar de mi espíritu crítico. Quise decirle lo bien representados que nos sentíamos la mayoría de los españoles por nuestros reyes y le comenté lo de Viena. Ella, con sencillez y naturalidad, me confirmó que lo había aprendido de memoria con enorme esfuerzo y estaba asustada cuando empezó a hablar. Pensé: por primera vez en años de historia tenemos una Reina que procede del pueblo llano, que ha vivido la vida intensamente y se supone que eso la hace tener los pies en la tierra y comprender mucho más lo difícil que es para muchos llegar a fin de mes dejando a un lado «boato» y gastos inútiles, limitándose a representar dignamente y con una imagen impecable a nuestro país. Gracias, señora, por su esfuerzo, tesón y perseverancia para ser una estupenda reina de una monarquía desprestigiada en los últimos años y que ustedes están dignificando.
Como les comenté en mi última crónica, pasé mi fin de semana en esa magnífica ciudad que siempre invita a soñar y vivir el «dolce farniente» sentada en una terraza sintiendo el abrazo de su sol otoñal mientras tomo una manzanilla de Sanlúcar. Eso forma parte de mi felicidad de igual manera que la magnífica Feria del Caballo que se ha celebrado la semana pasada. Un homenaje al caballo español de pura raza. Este año, en la magnífica exhibición que nos ofreció Ance en el recinto de la Feria, pudimos ver la doma en libertad, llegándome a emocionar ante tanta belleza. ¿Se imaginan lo que hubiese sido nuestra historia sin los caballos? Felipe II ordenó la Cabaña caballar y puso las bases definitivas para que el pura raza español alcanzara su apogeo en años venideros, creando en Córdoba las caballerizas reales donde agrupó los mejores sementales y yeguas de las provincias que bordean el Guadalquivir. Tengo que agradecer a los organizadores del Sicab y a mi amigo Mario Niebla el honor de hacerme embajadora y defensora de nuestros caballos de pura raza andaluza. Gracias Sevilla, gracias, Andalucía, no concibo mi vida sin vosotros. Siempre os llevo en mi corazón.
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