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Rociíto: dos maridos detestados por su madre
La Jurado compartía rechazo por Antonio David, que le producía dentera, y por Fidel, al que nunca le perdonó el accidente de coche que casi le cuesta la vida a la niña de sus ojos.
La Jurado compartía rechazo por Antonio David, que le producía dentera, y por Fidel, al que nunca le perdonó el accidente de coche que casi le cuesta la vida a la niña de sus ojos
Aunque Rocío Carrasco parece empeñada en borrar el pasado y a familiares que se lo recuerdan, en el momento del segundo «sí, quiero» echó mano de personas vinculadas a ese ayer que parece molestarle. Me refiero a su apadrinador tío Antonio, un hermano de Pedro que sigue viviendo en Alosno, cuna del fandango donde el boxeador celebró su boda con Raquel Mosquera. Un enamoramiento, más bien recurso o paripé, inexplicable para la mayoría. No le pegaba nada. No entendieron ese flechazo por la ex peluquera, algo repetido en la familia porque Amador –el chipionero tío proscrito– también se prendó de Rosa Mohedano con la que se casó obligado por su hermana y mentora, una segunda madre, al verla embarazada de ocho meses. Recordemos cómo la toreaba con las ganancias y ella se dejaba engañar con un resignado «para que se lo lleve otro, mejor que sea mi hermano». Era lo que siempre me decía ante los desajustes y ganancias que nunca correspondían a lo cobrado. Se encogía de hombros, incluso en casos tan evidentes y difundidos como intentar cobrar dos veces 80.000 pesetas por maquillaje y peluquería a Rosa Villacastín y Amalia Enríquez. Entrando y saliendo se advirtieron mutuamente de «ya pagué yo lo que pretenden volver a cobrarte a ti».
La Mohedano, rulo en mano, se justificaba con «ese es mi precio». Me lo repetía cuando le sacaba tal consentido aprovechamiento. Conmovió esta exhumación como urgencia del tío Antonio. Necesitaban populares postineros que mejorasen caras televisivas recién amigadas. Son de segunda sin el morbo del físicamente recuperado José Fernando, la tremenda Gloria Camila, Ortega Cano o el «tito Amadó». Lara Dibildos rivalizó televisivamente –ella en plató; Larita, de inexperta reportera callejera– lanzadas por María Teresa Campos. Pero a una boda no se va, como desafortunadamente hizo la hija de Laura Valenzuela, con espalda desnuda hasta la cintura. Imperdonable incluso a 40 grados de temperatura. Destacó frente al acertado modelazo rojo bordado en cristales de María Teresa, esbelta con siete kilos menos tras su operación de vesícula, o el arte coplero de Miguel Poveda, la mejor voz actual de la tonadilla. Previamente le cantó emocionado «Rosío, ay mi Rosío».
A todos los invitados veremos al detalle, como a su prima Chayo Mohedano, única presencia de familia tan deshecha y trincadora, que también iba de rojo. Los repasaremos lupa en mano en la exclusiva que veremos mañana, tan pagada por la revista como el hotel a 120 kilómetros de Madrid, y el convite nunca banquete sin tarta ritual en casamientos. Sólo fue un picoteo.
«¿Qué pintaba allí el campeonísimo Ángel Nieto?», no dejan de comentar ignorando que, con el hoy desaparecido doctor Abril, fue amigo entrañable de Pedro Carrasco. Formaron en tiempos un trío jaleado, admirado y hasta envidiado ante lo bien que se llevaban pese a tener físicos, gustos, caracteres y profesiones tan dispares. Ser tan opuestos los unió en lazo irrepetible. De ahí su presencia de mito perenne.
Y todo teniendo de oportunista fondo los gimoteos de Antonio David. No ha hecho más que empezar. Lo veremos de padrazo vengativo de plató en plató, aunque no en las tertulias más zurradoras. Por amistad apoyarán a los recién casados. No entrarán a saco y David deberá desahogarse sin salvamento alguno, o mucho me equivoco. Ya lo hizo con ese folletinesco «ella se casa mientras sus hijos lloran». Parece melodrama aprovechado, envuelto en un blanco tan roto como el Hannibal Laguna en estilo infrecuente sobre su 1,72. «Rocío es muy Carrasco, pero también muy Jurado. Quise realzarla con traje romántico pero sensual», me cuenta el modista que la vistió por primera vez hace veinte años cuando bajo abrigo rojo, ella recogió en Nueva York un premio a su madre. Tiempos de un Antonio David que producía dentera a su suegra, rechazo después repetido con Fidel, a quien «la más grande» tampoco perdonó el accidente de coche que casi le cuesta la vida a la niña de sus ojos al poco tiempo de su mal admitida relación. No resultó capricho y sí futuro hoy ya rematado matrimonialmente. Ojalá sigan como hasta ahora.
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