Azul.
Tomando el té con el eterno heredero
LA RAZÓN acude a la Royal Tea Garden Party en el Palacio de Buckingham junto al príncipe Carlos de Inglaterra
Apesar de que de vez en cuando se cuelan espontáneos en el palacio de Buckingham y aparecen en el dormitorio de la reina, lo cierto es que acudir a la Royal Tea Party, una fiesta para tomar el té con la familia real inglesa en el jardín de palacio, no se improvisa. Dos meses antes hay que enviar el DNI y la dirección de la vivienda que uno habita. A 15 días de la fecha, te envían un texto de seis folios con las instrucciones para acudir regia y correctamente a Palacio. Son necesarias dos identificaciones oficiales con foto, justificantes del domicilio que uno previamente facilita, domiciliaciones bancarias, recibos y la invitación nominal. Además, no se pueden llevar cámaras, el teléfono tiene que estar en modo avión e incluso te advierten de que preveas paraguas y gabardina por si llueve, porque el espacio para cobijarse es limitado, y que no hay sillas suficientes para todo el mundo, por lo que los miembros de las embajadas, los discapacitados y la gente mayor tienen preferencia. Las mujeres deben acudir con traje de día y tocado y los hombres, con traje y corbata. El que sea militar puede ir de uniforme y también se aceptan trajes regionales, especificando que los «kilts» (faldas escocesas) están permitidos. Para los británicos la puntualidad es ley y de ahí que envíen un horario exacto. Las puertas del palacio se abren a las tres de la tarde y a las seis en punto la banda militar, tocando el himno nacional, anuncia que la «tea party» ha terminado.
16 hectáreas y un pasodoble
El jueves hacía un calor inusual en Londres mientras los invitados aguardábamos en una fila de más de un kilómetro ante la puerta principal, esa de enormes barrotes con escudo XXL dorado que todo el mundo inmortaliza. Un guardia a cada lado comprobaba la invitación y el pasaporte: ni facturas del banco, ni dos carnés, ni registro de bolsos, ni nada de nada. Por un endiablado suelo lleno de piedras rosas, nos introdujimos en palacio, donde hay otro patio por el que se accede al núcleo duro de Buckingham, que atravesamos por una sucesión de salones tapizados de alfombras rojas y de armarios-vitrinas con cientos de vajillas de porcelana. Finalmente, desembocamos en el jardín. 16,2 hectáreas nos contemplaban con su paseo de árboles plantados por miembros de la familia real con su lago y su isla. Una inmensa carpa alargada acogíió el té para todos y al fondo, a orillas del lago, otra más regia y pequeña albergaba la zona real y diplomática, custodiada por «beefeaters». Allí también se situaba una de las dos bandas militares que amenizaron el té y que, curiosamente, entonaron en primer lugar un pasodoble español. Cerca de las 16:00 h un grupo de seis «beefeaters» en formación colocó a los invitados, se desalojaron las escaleras del palacio, las enfermeras de la Cruz Roja se alinearon, los invitados más vip ocuparon su zona y el resto formamos dos largas calles desde las escaleras hasta la carpa real. Unos acordes del himno nacional avisaron entonces de la llegada del príncipe Carlos al jardín. Con traje cruzado gris, totalmente canoso, muy moreno y portando un paraguas azul, Carlos de Inglaterra hablaba y posaba con las enfermeras, introduciéndose en el pasillo humano para ir saludando a derecha e izquierda. Reía, daba la mano, charlaba y pedía a su secretario que tomara notas. Carlos, acompañado de seis escoltas, estaba entregado, pendiente e interesado, nada de ansiedad o nervios por llegar a su carpa. Curiosamente no sudó, a pesar del sol que hacía, y eso que nadie le protegió con una sombrilla. Al llegar a su carpa se bebió el té en su vajilla especial. Simultáneamente, sirvieron té y 6.500 sándwiches de rosbif, pepinillo con menta, huevo con berros y pastel de limón, chocolate y «plum cake» con pasas. Todo preparado en las cocinas del palacio. La gente se sentó en el césped, sacó sus libros y comenzó a leer junto al lago, mientras las dos bandas militares amenizaban la tarde. La mezcla resultó multicolorista: personas de todas las razas, unos con saris, otros con túnicas; militares, enfermeras de Cruz Roja, invitados en sillas de ruedas, jóvenes en minifalda... Se hacían fotos, los teléfonos funcionaban y las dudas por la rigidez protocolaria se disipaban al observar cómo muchos andaban descalzos por la hierba. Las normas, quizá, están para saltárselas. Tras una exhibición de danzas zulúes, el príncipe Carlos se dirigió andando, franqueado por los «beefeaters», hasta su coche. Esta vez, casi no se detuvo a saludar y la orquesta de la Marina Real le despidió con «I could have danced all night», de la obra «My Fair Lady», y a las 18:00 h, el palacio cerraba sus puertas.
Con esta Royal Tea Garden Party se quería agradecer los 150 años de labor humanitaria de Cruz Roja, que no habría sido posible sin la colaboración de Land Rover, su aliado desde hace 60 años, que propició la movilización de los 3.000 invitados. Coincidiendo con este evento se ha conocido que Land Rover donará 19 millones de euros para ayudar a 12 millones de personas sin recursos.
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