Déficit público

Ángel Villarino, Sam Spade a la española en el misterio chino

Nuestro hombre en Pekín publica «¿Adónde van los chinos cuando mueren?»: el saldo de dos años de investigación sobre el origen y las costumbres de los chinos en España

«Mientras sigan mejorando sus condiciones materiales de vida, no creo que el pueblo se levante por mucho déficit de libertad que haya»
«Mientras sigan mejorando sus condiciones materiales de vida, no creo que el pueblo se levante por mucho déficit de libertad que haya»larazon

Los chinos son literatura de costumbres por escribir, arrumbados, como están, en la tienda de la esquina. Un costumbrismo uniforme, repetitivo, monótono, de importación universal, que no mejora un diálogo entre indios y vaqueros (yo-pago;tú-cobra) para comprar unas bragas y un bote de especias. El imperio no deja de mandarnos vainas gigantes, como en «La Invasión de los Ultracuerpos», y quizá un día recordemos aquella fábula cuando despertemos hablando en mandarín. Ante tal exhibición migratoria, los chinos no nos han interesado ni para un diálogo de teleserie. Han emprendido la conquista de la necesidad y «cuando llueve, en lugar de buscar cobijo, venden paraguas». No entran en la columna de costumbres y sigue pendiente que alguien los relate. No se empieza, ni en los blogs ni en ningún formato efímero, hablando de la hoy oriental mercería galdosiana. Comprobamos como, habiendo desaparecido los cerilleros del café Gijón, los betuneros, los reventas, los soldados sin licenciar y la tienda de montañés, ni siquiera encuentra su literatura el espacio urbano que ahora ocupan los chinos. Y algo pensarán, aunque nadie se lo pregunte, hombre. El chino, según se comprueba, es un elemento robótico; se percibe como un servicio que se apaga al cerrar la tienda. No hay affaires chinos, ni poemas, ni coplas bajo sus ventanas. Y ante esta presencia palpable e ignorada, China sólo se detecta en la amenaza callada y en su gigantismo. Mil millones de habitantes, de divisas, de prohibiciones: el vientre de tuercas del planeta. Este esquematismo es el que trata de desescombrar desde hace años, Ángel Villarino. Nuestro hombre en Pekín se gana la vida desmadejando el ovillo chino, en una vivencia asiática que le ocupa ya más de un lustro. Hace un rato que entregó en las librerías «¿Adónde van los chinos cuando mueren?» (editorial Debate), cuya respuesta, no es gastronómica (van al plato), sino universal (van al hoyo). «Hace años –nos dice por correo electrónico, antes o después de uno de sus viajes por el continente– que la sinóloga francesa Marie Holzman, se preguntó en el periódico 'L'Asie á París': '¿Consumen tanto gingseng que se convierten en inmortales? Nada de eso. Lo que ocurre es que en lugar de declarar a sus muertos, se deshacen del cadáver y revenden los documentos'. Como todas las leyendas urbanas, parten de una apreciación real y es la baja tasa de mortalidad de los chinos y el hecho de que una minoría alquile o venda pasaportes. Cuando surge el tema, prefiero callarme. Al ver el libro, mi abuelo me llamó diciéndome: '¡A mí sí que no me engañas. Yo sé que estos chinos se comen a los muertos'».

Al corresponsal de este diario le interesa tanto China como los zombies. «Es un engendro casi desconocido, con un punto misterioso y tan monstruosamente grande que, a la vez que muta, está cambiando el planeta...». Lo sometemos a una ráfaga de preguntas escritas y contestadas por correo electrónico. Estas son algunas:

– Branco Milanovic sostiene que nadie predijo el desmoronamiento de la URSS. ¿Es posible un desmoronamiento de China?

–El Partido Comunista Chino ha estudiado mucho el desmoronamiento de la URSS para que no les pase a ellos. Mientras sigan mejorando sus condiciones materiales de vida, no creo que el pueblo se levante por mucho déficit de libertades que haya.

–De las leyendas, en el libro se cita la del tráfico de órganos de niños chinos en España.

–Hay millones de sitios en el planeta donde conseguir impunemente un cuerpo al que sacarle los órganos. Es relativamente sencillo, empezando por China. A veces incluso se pacta, como pasa en Pakistán. En China también hubo un caso hace poco: un chaval vendió un riñón a cambio de dinero para comprarse un Ipad. En fin que raptar niños en las tiendas de chucherías en España no llega ni a argumento de película de serie B.

–Si la esposa fallece, ¿el marido puede deshacerse de las hijas menores de 5 años?

–Tradicionalmente en las familias chinas, las niñas son una carga porque es el varón el que «hereda» la familia y se queda a cargo de los padres cuando envejecen. Las mujeres se casan y pasan a pertenecer a la familia del marido: mal negocio. Existe de hecho un desequilibrio de sexos importante ahora mismo en el país. Por cada 118 chinos hay 100 chinas. ¿Por qué? Porque con la ley del hijo único nadie quiere quedarse sin su varón, por lo que muchas familias abortan tras la ecografía que revela el sexo (que por cierto está teóricamente prohibida en China) o cometen infanticidios hasta que consiguen fecundar un hijo.

Villarino se ocupa de entregar material al grupo mejicano Reforma y vende sus servicios después de hacer las cuentas, abarcando cuatro veces Europa. Se llevó el amor desde Roma –su anterior casa de corresponsalía– primero hasta Bangkok y luego hasta la capital china. Su señora es serbia y se comunican, por mantener el idioma de la conquista, en italiano. La explicación sobre el enamoramiento y los idiomas, está en la propuesta laboral que le hizo Ingrid Bergman a Roberto Rossellini: «Si necesita una actriz sueca que hable muy bien inglés, que no haya olvidado el alemán, a quien apenas se entiende en francés y que en italiano sólo sabe decir 'ti amo', estoy dispuesta a acudir y hacer una película con usted».

FICHA DE CONTEXTO

Este retrato, lejano, empezó con la Operación Emperador, que trajo consigo un fogonazo de interés público sobre los chinos entre nosotros. Villarino ya tenía ultimado su libro, sustentado en entrevistas, indagaciones y material propio: «Currar en China es particularmente complicado por la presión del Gobierno, el idioma y el abismo cultural. Tengo contratada una traductora/asistente/hada madrina que me facilita mucho las cosas (es china, obviamente) y nos comunicamos en inglés».