Cádiz

Arena o rocas, a granel o singular: todo perfecto

En las «Islas» o las «Punta» los hoteles se llenan; en la sierra de Aracena los alojamientos únicos –y aislados– proliferan en pueblos de bar e iglesia

El interior onubense es una opción segura y relajada; en la imagen, Valdelarco
El interior onubense es una opción segura y relajada; en la imagen, Valdelarcolarazon

La provincia de Huelva juega con los extremos. Del pueblo de pescadores y complejos hoteleros inmensos a las casas rurales enclavadas en un risco en las que la palabra «aislado» adquiere otra dimensión. Empecemos por las segundas. Las opciones menos radicales pasan por habitaciones –ocho, diez, no más– y zonas comunes con estilo campestre. La comarca serrana que vive del influjo de Jabugo tiene el añadido de que desayuno, almuerzo y cena –de la merienda se encarga «Rufino» si no hay problemas con el azúcar– están resueltos con productos derivados del animal del que se aprovechan hasta los andares. Alájar, Linares de la Sierra, Valdelarco o la más urbana Aracena.

Una iniciativa curiosa y arraigada con el consenso de sus habitantes, es la promovida por Bauksar: viviendas rehabilitadas en consonancia con su entorno externamente y con materiales y gusto contemporáneo en su interior, en poblaciones de calle única. Si se quiere, cuenta con la opción de no disponer siquiera de conexión a internet. Y sin necesidad de abonar ningún extra.

Independientemente del campamento base elegido, lo ideal es moverse por todos esos parajes buscando lo mejor de cada uno. La Gruta de las Maravillas es ir sobre seguro, pero no van a faltar ríos, veredas y sombras bajo las que echar el rato. Y si el bolsillo da, traerse algún «souvenir» apto para el consumo humano.

Acerca de la primera opción, las «Islas» –Canela, Cristina y Antilla– o las «Punta» –Umbría o del Moral– permiten escoger entre cadenas hoteleras y buffets libres con parecidos más que razonables. La elección, a falta de tentadoras ofertas de última hora, queda en manos de las dimensiones de la piscina cubierta o el jacuzzi. Porque el mar aporta la misma calma en toda la Costa de la Luz.

Siguiendo la línea de la playa, donde Huelva y Cádiz se tocan, en la de Doñana –Matalascañas para los viejos conocidos– se encuentra un recodo sin signos visibles de ocupación, un territorio cuasi virgen perfecto para una excursión de un día. Y cerquita, el Parque Nacional se extiende hasta Sevilla sin restricciones. Para comer, bocata o a la carta; para perderse en lo salvaje, a pie, en autobús todoterreno o a caballo –incluso hay camellos dispuestos, aunque el recorrido es por los aledaños–. Buena la mañana o la tarde, que se habrá aprovechado si consigue otear alguna de las especies protegidas que, dicen, habitan en sus más de 77.000 hectáreas. Si no hay suerte, los contenedores a pie de carretera son inmejorables «cabañas» de avistamiento de linces mimados y con los instintos para la caza mermados a base de filetes cortados a cuchillo.