Sevilla
Au revoir
La visita a Andalucía de Jean-Michel Casa, embajador de Francia en España, será el último acto relevante celebrado en el Consulado General de la república transpirenaica en Sevilla. A partir de agosto, dos semanas después del tradicional copetín de cada 14 de julio, echa el cierre la casona de la plaza de Santa Cruz –el solar donde estaba la iglesia del mismo nombre expoliada por el mariscal Soult– para que la presencia diplomática gala en la región quede reducida a un puñado de despachos honoríficos, dos de ellos vitaminados con un par de oficinistas. Ojalá alguien le haya explicado a este pieds noir nacido en el primer año de la independencia de Marruecos el vínculo indisoluble que un siglo de relaciones ha tejido entre sus compatriotas y los andaluces, o el prodigio que supone toparse con andaluces de pura cepa que también son compatriotas suyos. Je suis désolé, verdaderamente. Claro que el espacio Schengen diluyó la necesidad de asistencia para nacionales de los socios comunitarios, cómo no, pero la economía globalizada ha multiplicado la movilidad de los trabajadores y la comunidad francesa crece exponencialmente con implantaciones como la del consorcio Airbus o el boom turístico, que ha atraído hasta aquí a las mayores cadenas hoteleras de la primera potencia europea del sector. Es un también un signo de los tiempos que el servicio al ciudadano pierda peso a favor de las nuevas estructuras que se controlan desde las embajadas, focalizadas básicamente en la propaganda, que es lo que debe entenderse detrás del eufemismo “política cultural”. Será que Céline o Godard o Rodin o el chef Robuchon o los tebeos de Astérix necesitan las loas de un comisario pensionado que los dé a conocer entre los aborígenes... y que el citoyen de a pie tenga que ir a Madrid a renovar su pasaporte.
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