Andalucía
De cotorras en cotorras
En estas fechas prenavideñas que tan naturalmente propician el ameno paseo callejero, uno extraña las cotorras de Kramer que con tanto desparpajo se habían adueñado de las copas de los árboles urbanos. Suyas eran las más altas palmeras, suyos los decibelios más notables, suyas las más fértiles tasas de reproducción. Estas exóticas aves, huidas una vez de las jaulas de sus exóticos dueños, supieron adaptarse al ecosistema del sur mejor que ninguna otra especie y, de tan hábiles colonizadoras, comenzaron a expulsar de los parques y jardines a una especie arraigada de murciélago, un animal muy entrañable para los sevillanos, como es bien sabido. El problema estaba servido. Algo había que hacer. Estos mamíferos alados no podían someterse a los caprichosos dictados reproductivos de las hegemónicas cotorras. Se convocó una comisión de expertos, que arbitró la solución: el tiro al blanco. Los ecologistas y animalistas criticaron solamente con la boca pequeña, pues para ellos lo autóctono suele ser un bien superior; así que fue la población pensionista, que lo mismo alimenta a una paloma que a una cotorra, la que protestó con más ardor por el uso de carabinas. Llegaron a barajarse alternativas: se habló de la esterilización y hubo quien pensó en una suerte de flautista de Hamelín aviar. Sea lo que sea a lo que se haya procedido, lo que es evidente, y uno lo comprueba a mínimo que se dé un paseo, es que los chillidos de las cotorras han dejado de ser el hilo musical prenavideño. Pero que no cunda el pánico. Las cotorras y los cotorros volverán. Y lo harán tan pronto como reparen en que el Tribunal Constitucional obliga a Andalucía, como ha hecho antes en otras administraciones, a reponer las 37,5 horas semanales de trabajo. ¿No oyen ya sus graznidos?
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