Andalucía
El centrifuguismo rural ya tiene festivo
Que El Palmar de Troya se haya disgregado de Utrera y convertido en el pueblo número 786 de Andalucía no parece provocar conflicto entre los ex convecinos. No hubo cañonazos cantonales ni nadie dejó de hablarse. «Es que yo no conozco a ninguno», aclara Rafael, que confiesa no haber salido desde hace más de una década de la que fue pedanía utrerana, «un poco antes de jubilarme», detalla. Desde el 2 de octubre, El Palmar es un municipio independiente. El día anterior, el 1-O, en Cataluña hubo quienes conmemoraron el aniversario de la saca de las urnas.
La Junta de Andalucía ha obrado mediante decreto el milagro de la multiplicación. Pero, en lugar de panes y peces, el Gobierno andaluz, en eterna campaña electoral, consagró la multiplicación de pueblos, burocracias y costes. La nómina de los elegidos ha sido San Martín del Tesorillo, separado de Jimena de la Frontera (Cádiz); Fuente Carreteros, de Fuente Palmera (Córdoba); La Guijarrosa, de Santaella (Córdoba); Fornes, de Arenas del Rey (Granada); Torrenueva Costa, de Motril (Granada); Tharsis, de Alosno (Huelva); La Zarza-Perrunal de Calañas (Huelva); y El Palmar, de Utrera (Sevilla).
Desde 2003 lleva El Palmar pidiendo la «autonomía municipal, que no independencia», matiza Diego, de ese magno municipio que no sólo puede presumir de mostachones. Diego, como su padre y como su abuelo, vive del campo. «La aceituna está tontorrona», avisa Diego a la puerta del bar Periquín, refiriéndose al extraño frío de agosto y el extraño calor de septiembre. «Hace un mes estaba menuda, menuda», dice gesticulando con los dedos índice y pulgar.
Diego, aunque haya quien no esté de acuerdo, está convencido de que «es mejor ser pueblo». Cree que así «vamos a salir en los mapas», celebra este palmareño que, como sus 2.400 paisanos, consagrarán con su voto a nueve concejales y un alcalde, los primeros propios.
Y de municipalismo diminuto a mastodonte autonómico. La presidenta de la Junta, Susana Díaz, vino a El Palmar a concelebrar la convocatoria de las elecciones el mismo 2 de octubre, un día ya histórico para los habitantes de lo que había sido hasta ahora una sencilla Entidad Local Autónoma (ELA). Y Susana Díaz, quien reinó por un día en el mismo lugar donde Clemente se creyó Papa, sabe que hay otras 32 aldeas andaluzas que aguardan la resolución de sus solicitudes. Los municipalistas están por doquier.
Facinas, Tahivilla, San Isidro de Guadalete, Torrecera, La Barca de la Florida, Guadalcacín, El Torno, Estella de Marqués y Nueva Jarilla son todos aldeas de la provincia de Cádiz que mantienen una leve turra en busca de su independencia. Tienen un faro. San Martín del Tesorillo, el municipio gaditano número 45, ha sido uno de esos ocho afortunados que solicitaron la centrifugación administrativa antes que la ley de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local de 2013 impusiera un umbral mínimo de 5.000 habitantes para demandar la segregación.
San Martín del Tesorillo, explica Fernando, tiene 2.662 habitantes, menos de lo requerido. «Pero nuestra municipalidad está solicitada antes que se aprobara la ley», explica para denunciar a posteriori lo que era una «cacicada». Que Tesorillo, un pueblo agrícola que vive del clásico cítrico y del prometedor aguacate, se haya hecho pueblo era una simple cuestión de «justicia histórica», define.
Tampoco agradó a Fernando, maestro de escuela, que se gastara dinero en fuegos artificiales lo que debió ser un mero acto administrativo. «Espero que no sean desagravios ni motivo de futuros agravios», razona Fernando, que cuenta cómo en el pueblo hay gente ambiciosa de capital. «Estepona, Sotogrande... En los alrededores hay turistas, hay campos de golf y hay dinero», dice. La Policía Local y los sellos del coche, próximos deberes competenciales de Tesorillo, son para estos municipios lo que una armada y un caja propias serían para una región secesionista.
La plaza del Reloj es el ágora de El Palmar. A la hora del almuerzo apenas hay una mujer en la calle. Y, aunque llovió ayer, el sol pica como el sudor en un ojo. Diego, el joven agricultor, ha hecho la vendimia en la ampulosa Francia y recolectado fresas en el verde de Huelva. «¿Celebrar el día de la independencia los 2 de octubre? Bah, eso es una tontería». En el interior del bar Periquín, con oídos en las paredes, alguien ha comenzado una discusión sobre si cambiarle el nombre de la plaza del Reloj: la plaza de la Independencia. «Ni que fuéramos catalanes», sentencia alguien. Para salir del pueblo, al fin, sigue tomándose la avenida de Utrera.
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