Andalucía
Expaña centrifugada
Justo el día en el que Vox, formación más que respetable en los capítulos jacobino y centrípeto de su ideario (en otros no tanto), anuncia su candidatura a las elecciones para gobernar una autonomía de la que abomina, dando ejemplo de estricta incoherencia, me convoca Dani Pinilla para una gala en Cádiz, donde me ha cabido el honor de presentar su libro sobre lo que él llama, en un alarde de lúcido pesimismo, Expaña. Oportunamente subtitulado «Crónica de un viaje por las costuras de la piel de toro», la obra no adoctrina pero sí reivindica a esa heterodoxia tercerista que encarnaron desde Prisciliano a Chaves Nogales (por mencionar dos referencias claras del autor) y que también conforman la esencia de lo español en igual medida, como poco, que las dos facciones que llevan veintitantos siglos atrincheradas en sus respectivas posiciones. O tal vez sean menos españoles, es verdad, por causa de su incapacidad para profesar ese odio acerado al vecino. Después de visitar diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas, se puede extraer acaso sólo una conclusión, pero bien alentadora: existe un país que funciona al margen del griterío político y que permanece unido por la argamasa más potente posible, un idioma en constante expansión. No es casualidad que la corrupción del lenguaje sea el arma más dañina de cuantas esgrimen sus enemigos ni que, por consiguiente, tengan en su punto de mira a la RAE, la institución que mejor vertebra a la nación junto a la Corona y a un sector, por desgracia menguante, de la judicatura. Sabemos desde la Roma clásica que «bárbaro» es onomatopeya para designar a quien no emplea con diligencia la lengua y que su antónimo más directo es «civilizado». Esta dicotomía continúa vigente, como nos recuerdan a diario tantos analfabetos y tantas analfabetas.
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