Huelva
Fuegos que atacan el corazón
Estuve la semana pasada pasando unos días en Montegordo y Praia Verde. Regresé el sábado porque mientras puedas evitar las invasiones del fin de semana, con estos calores, sales ganando en todos los aspectos. Para mí, como para muchos, las playas y los pinares del Algarve que divide el Guadiana son los mismos que amo y además disfruto desde siempre en la costa de Huelva. Llegaba encantado después de andar horas por esas inmensas playas, por los baños en aguas limpias y transparentes, con unas atenciones de sus gentes que te hacen la vida intensa, rica y con unas comidas deliciosas. Todo lo escrito sirve para cualquiera de las dos orillas del Guadiana. De pronto salta la noticia del pavoroso incendio. Me caían lagrimones como si estuviera quemándose una finca mía, y es que en el fondo así era. Son muchos trozos de mi vida los que se han producido en esa misma zona que estaba ardiendo. Desde toda mi vida, aunque mi costa familiar ha sido la gaditana –ya les he contado que mi madre era del Puerto de Santa María y de sentimientos atávicos con Zahara de los Atunes–, mis continuas visitas a Matalascañas y toda su zona son parte de mi cotidianidad. Esos días magníficos de inviernos que coges el coche en una hora estás en la playa. Bajada por el faro, si la marea está baja, y a caminar hasta la altura del parador. Ya en primavera se puede incluir hasta el baño. Cuántas visitas al Coto, en grupo y privadamente, cuántos caminos rocieros y cuántos recorridos desde Sanlúcar por toda la playa. En fin, cuántos buenos momentos de una larga vida por esos decorados portentosos que Dios regaló a estas benditas tierras andaluzas. Por todo ello, es normal que las lágrimas afloren. Entre las llamas se han perdido vivencias que le han dado sentido a mi propia vida. Por eso, como si se tratara de un familiar muy cercano que ha sufrido quemaduras graves, rezo a la Reina de todas las marismas, con sus playas, pinares y fauna, para que expanda su Rocío por todo lo dañado y para que tenga la gran fortuna de ver restablecido en su gran belleza todo el entorno. Convencido estoy de que la Señora así lo quiere.
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