Andalucía
¿Hace falta una Greta en la Bahía de Algeciras después del Brexit?
Gibraltar ha interpretado a su manera el marco legal europeo con visitas de submarinos nucleares y prácticas de bunkering. Sin normas europeas, los abusos medioambientales pueden ser atroces
Gibraltar ha interpretado a su manera el marco legal europeo con visitas de submarinos nucleares y prácticas de bunkering. Sin normas europeas, los abusos medioambientales pueden ser atroces
Cuando, el 8 de junio de 1969, Franco echó el candado de la verja que separaba a España del Peñón, cansado de esa estrechísima relación entre linenses y llanitos que propició que a este lado del mapa se viviera con una libertad inédita en la meseta, modificó el futuro del Campo de Gibraltar para siempre. Hay mucha literatura al respecto pero hay hechos objetivos que hoy, 50 años después, conviene traer a la memoria. Para paliar el desempleo que generó el cierre de la frontera en la comarca, el caudillo ordenó poner en marcha un plan de desarrollo que mitigara el desastre económico: varios miles de campogibraltareños emigraron a Reino Unido, otros miles a Cataluña y algunos pocos se pudieron emplear como bedeles y conserjes por colegios, hospitales y centros públicos, pero el paro azotaba una tierra falta de iniciativas empresariales. ¿Cuál fue la solución? La dictadura mandó instalar en la Bahía de Algeciras, una curva perfecta de agua clara y arena fina que mira al Peñón, una serie de industrias –en el polígono de Palmones y el Polo Químico de San Roque– que modificaron para siempre el paisaje y la calidad del aire y las aguas de la comarca. ¿Paro y hambre en una tierra sin salida o un paraje idílico con playas sin atisbo de alquitrán? Cualquiera que se haya asomado por la zona, conoce la respuesta. De noche, si se conduce desde Algeciras hacia San Roque impresiona esas torres iluminadas echando humo en una suerte de Gotham gaditano. Dan miedo. Ése es el aire que se respira en la zona desde hace medio siglo, donde el cáncer tiene una incidencia mucho mayor que en el resto de Andalucía. «Esto sería precioso, pero mira esas chimeneas». Señala con su mano robusta Manuel, 80 años, recto como un junco mientras da un paseo por el Rinconcillo, la playa en la que Paco de Lucía echó los dientes.
«Aquí no se podía decidir. Cuando cerraron el Peñón, había que comer: pusieron las industrias y los más listos se colocaron ahí y los que no, se marcharon para el norte y para Francia para emplearse de lo que pudieron», señala. Ahora, cuando ya ha pasado una vida entera y algunas de esas industrias están planteando unos ajustes de plantilla que mandarán a paseo a un buen pico del personal, como Acerinox, es cuando muchos se lamentan de la falta de una Greta Thunberg campogibraltareña. La deslocalización de las empresas llevará estas plantas de producción a otras latitudes, el paro será insostenible y el desastre medioambiental ya será irrevocable. Gibraltar tampoco ha ayudado. Desde los años de bloqueo, la colonia aprendió a hacer de su capa un sayo en todos los ámbitos, incluido el medioambiental.
Con Reino Unido dentro de la UE y por tanto, en teoría, con el Peñón bajo las mismas directrices que el resto de los territorios de la UE, se han sucedido innumerables episodios de tensión ecologista con España. Uno de los más sonados, que movilizó durante semanas a las poblaciones de Algeciras y La Línea –poblaciones, es necesario subrayar, con poco apego a las manifestaciones aunque ante la gravedad del Brexit miles de personas se sumaron ayer en La Línea a la manifestación convocada para protestar por los efectos negativos y para pedir medidas que subsanen las consecuencias para los trabajadores españoles–, fue el de la estancia del submarino nuclear Tireless en la base naval del Puerto de Gibraltar. Fue en el año 2000, con Aznar disfrutando de su mayoría absoluta, y la reparación del submarino atómico en la Roca de Su Graciosa Majestad se eternizó once largos meses. Todas las plataformas ecologistas imaginables salieron a la calle (se recuerda una manifestación de más de 60.000 personas) y hablaron con las autoridades que se pusieron a tiro para advertir de que un simple reventón en una de las tuberías de esa mole supondría un desastre medioambiental que ríete tú de Chernobyl. ¿Pasó algo? «El submarino se fue cuando quiso Gibraltar y luego ha venido más veces ése y otros muchos más, pero ya se ha hecho menos ruido, a nadie le importa esto, de aquí para arriba se está todo el día con el Gibraltar español, Gibraltar español, pero nadie piensa en nosotros», explica Manuel al abrigo de la terraza de casa Bernardo, un histórico de la hostelería algecireña. Si se repasa la hemeroteca, aparecen escalas técnicas y reparaciones de submarinos del mismo tipo y decenas de denuncias por bunkering (gasolineras flotantes) anunciadas a bombo y platillo por el servicio de prensa llanito, como si fuera la parada de un crucero lleno de guiris rollizos con el fajo de billetes en la mano. A hacer caja y ya si eso pensamos en el mañana. «Y no seré yo un defensor de la capa de ozono. Y es verdad que la niña Greta, con esa permanente cara de cabreo, da grima... pero si esto ha sido así con las reglas del juego que aplica la UE a sus socios, ¿qué ocurrirá cuando Reino Unido esté fuera del club?». Es una más de las incógnitas que se ciernen sobre el Campo de Gibraltar. Pero, no nos engañemos, el Brexit agudizará lo que ya existe. Y lo que existe es un absoluto olvido de esta tierra. En casi 40 años de gestión socialista, la Junta ha anunciado decenas de planes: de desarrollo, de mejora medioambiental, de mejora de calidad del aire... Y todos han caído en saco roto, no hay voluntad. No hay manera, que cantaba Coque Malla. O se va con Gibraltar de la mano, con Brexit o sin él, o el fracaso está asegurado.
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