Sevilla

La conspiración del miedo II

La Razón
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Después de ríos de tinta, de infinitas reuniones, de autoridades y expertos, se llegó a una verdad oficial, digamos que pactada y que muchas veces, como todo pacto, busca algo aceptable para todos porque entrar en el fondo de la cuestión puede ser desestabilizador. Por ello, el final de tanta reunión dio para que un comunicado nos dijera a los ciudadanos que todos los sucesos se debieron a una pelea que se produjo en la calle Arfe y que produce un efecto dominó por todo el centro, no apreciándose que existiera ningún plan organizado de antemano. Todo zanjado. Pero igualmente sabemos que este diagnóstico es muy difícil de creer. Por mi experiencia, la que viví desde un balcón de la calle O'Donnell con Campana, todavía más increíble. Presencié, como ya escribía ayer, cómo al tiempo que se producían los alborotos también los hubo en la plaza del Salvador –por imágenes de televisión en directo– en O'Donnell, Campana y plaza del Duque. Por tanto, el efecto dominó tendría que ir a la velocidad del sonido. Organizado o no, lo cierto es que lo sufrido en la Madrugada de 2017 ha generado «un antes y un después». Hasta la máxima autoridad religiosa, el arzobispo, declaró que de producirse hechos parecidos, la noche más larga y deseada de Sevilla tendría los días contados. Conviene recordar aquello de que el cielo no se gana, se asalta. Ahora que ya estamos en cuaresma, se podría uno preguntar: ¿No estaríamos viviendo un hábil asalto por la vía de una especie de «kale borroka» juvenil? Por eso hay que medir al centímetro todas las medidas que impidan que llegara un momento que la suspensión de salidas procesionales se convirtieran en un escenario posible. Sabemos que hay formaciones que por la vía de las urnas tienen muy difícil conseguir el poder, pero en la calle, en el alboroto, se manejan como nadie. Claro que Sevilla seguiría existiendo sin sus procesiones, pero perdería su corazón y su alma. Así que disfrutemos de estos 40 días que nos instalarán en el ansiado Domingo de Ramos y convirtámonos todos en una especie de vigilantes de la Semana Santa para preservarla siempre de los ataques, sean organizados o espontáneos.