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Los asuntos pendientes, un clásico de septiembre / Foto: La Razón
Los asuntos pendientes, un clásico de septiembre / Foto: La Razónlarazon

Dos películas pendientes de la cartelera, una en realidad porque la otra fue retirada hace un par de semanas de las salas por su escaso tirón comercial; un concierto que ya se paladea gracias a las entradas compradas, con previsión de intendente militar y ansia de fan irredento, hace más de un año; queda pendiente la tradicional consulta de la programación de la temporada teatral y el propósito de no despistarse como ocurrió el otoño pasado con «Luces de bohemia»; una citación del juzgado para declarar como testigo sobre un suceso que no recuerdo haber presenciado; un inquilino con la ducha atascada por la felonía de una comunidad de sociópatas; tres colaboradores nuevos que deberán familiarizarse con mi obsesión por los plazos de entrega o, a lo peor, deberé acostumbrarme yo a su ritmo de trabajo; graduarme la vista; el vano propósito de trasnochar menos; el vano propósito de compartir más tiempo con gente querida; más pasta para mis amigos del golf a costa de inversiones que eran prometedoras, pero no; una hoja de cálculo para gestionar las nóminas de una plantilla, qué vértigo, que se ha multiplicado; el pádel matutino; el viaje a Japón de dentro de tres semanas; la visita de los jueves a Juan, el profesor particular que más me enseña sobre la vida; un tema sobre el que escribir de domingo a jueves; mi padre se fue y no volverá; la fusión bancaria ha despoblado la sucursal de caras conocidas y será mejor ir pensando llevarse los recibos a otra parte; se rompió el mando a distancia de la tele satelital; la cabeza, siempre con lo mismo, dando vueltas como una centrifugadora... No sé si estoy encantado de que el futuro ya esté aquí o me invade esa íntima satisfacción del que está a punto de mandarlo todo a la mierda. (Igual debería haber escrito esto la semana pasada, ¿no?).