Inmigración
Mar podrido en los Caños de Meca
Es una ilusión creerse valientes frente al mar. El océano siempre vence, por agotamiento o a base de latigazos. Lo atestigua la curvatura del canto rodado que le sirve a Daniel de lápiz con el que describe sobre la arena de la playa el accidente que segó la vida a veinte inmigrantes en la playa barbateña de Los Caños de Meca: «Los supervivientes, veintidós en total, han contado que salieron entre 42 y 45 de Kenitra, pero no se ponen de acuerdo. Por tanto, al menos uno está todavía en el mar».
Daniel fue voluntario de la Cruz Roja en Cádiz y en Barbate es un visitante habitual. Su «conciencia», cuenta, le impone dictados morales de los que, reconoce, no está orgulloso. «Ver a esos dos surferos en el agua me provoca no sé qué», dice antes de entrar en materia: «Se han cumplido recientemente treinta años de la llegada de la primera patera desde África; lo hizo cerca de aquí, en Trafalgar, y lo que no se entiende es que no se haya hecho nada en este tiempo por evitar esta tragedia». Posiblemente, estas viscosas aguas de otoño retengan ahora mismo al menos una tragedia más.
El suceso es conocido. Una patera procedente de Marruecos encalló contra una roca a 150 metros de tierra. La madera se resquebrajó, el bote zozobró y sus pasajeros, todos marroquíes, se fueron al agua. El mar había embravecido horas antes. Los más afortunados, con salvavidas, se mantuvieron a flote. Sin flotadores había quienes sabían nadar y quienes no. El martes pasado identificaron al decimonoveno cadáver. Los últimos ocho no habían pagado el suplemento del chaleco salvavidas y sus cuerpos han ido llegando mansamente a la orilla. Habían pasado tres días del naufragio, el tiempo que pasa antes de que un muerto salga a flote, las horas que permite a la putrefacción crear los gases necesarios.
Daniel es biólogo y está empleado en una academia que imparte clases particulares. En sus ratos libres, explica, intenta «estar al tanto de las cosas». Las humanidades, en general, y la demografía y el fenómeno migratorio, en particular, son sus aficiones. Y, aunque se considera una persona comprometida, tener dos hijas, una de dos años y otra de cuatro, le impide moverse lo que le gustaría. Desde lejos, desde el papel, Daniel subraya el aumento de inmigrantes magrebíes llegados en patera. Hacía décadas que no pasaba. «La crisis, además, ha sido el muro más alto de todos. España ha empezado a ofrecer acaso algo de futuro sólo de unos años hacia acá».
Marruecos pasa tiempos convulsos. A las ausencias de Mohammed VI y a las acusaciones de corrupción a ministros del gobierno se ha unido el Rif, que vuelve a ser un polvorín casi un siglo después del Desastre de Annual. La contención de las manifestaciones ha sido calificada de «represiva» principalmente en aquella región. A los problemas del paro, la desigualdad, el desfalco público y la política de acero, el rifeño añade la reivindicación de cuestiones de identidad y autonomía.
Salua El Omari, de Alhucemas, vive en Almería y dirige la Asociación Sociocultural Rifeño-Andaluza. Pasear hoy por su ciudad es desolador, asegura El Omari. «Muchos jóvenes que hace unos años estaban en las calles jugando o bicheando con sus móviles están ahora encarcelados. El resto está con miedo en las casas». Al parecer –cuenta– sigue habiendo detenciones arbitrarias. La situación es crítica. Y más de uno le pierde miedo incluso al mar.
El Rif se apropia del origen de la última oleada migratoria de marroquíes y los problemas se remontan a las primaveras árabes. «Hasta hace tres años, había una esperanza de que habría verdaderos cambios y hubo quien pensó en un proceso democrático», explica El Omari, quien habla de «propaganda» para referirse a las promesas del gobierno de Rabat que «nunca se hicieron realidad». La actuación de la Policía sobre una manifestación ocasionó la muerte de un pescador. Aquello provocó más protestas. Y el Rif era ya un viscoso caldo de cultivo. El Omari cita a una asociación de Derechos Humanos que trabaja in situ para cifrar en 2.200 las encarcelaciones desde aquel suceso. Hay cuatro centenares de condenados a varios años de cárcel. De ellos, unos 150 son menores.
La humedad puede enfriar la brisa hasta la incomodidad. Y si una nube cubre el sol, el agua de los Caños de Meca se vuelve verde oscuro. A lo lejos, el mar aparenta hoy pastosidad, como si fuera mercurio. Daniel se sacude las botas al alejarse de la playa y levanta la nariz. A ráfagas huele a huevos podridos.
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