Lucas Haurie
Por su seguridad
Los ingenieros de almas de la posmodernidad, sacamantecas como los de toda la vida, han refinado sus métodos para enriquecerse a través de la mala conciencia y el miedo ajenos. Ya no exigen el óbolo para evitar arder el averno ni el diezmo a cambio de unas rogativas benéficas, pero conservan idéntica intención extractiva con el falaz argumento de que si tu dinero acaba en su bolsillo, es por tu bien. Un trayecto corto, apenas 80 kilómetros, para trasladar a unos parientes del aeropuerto a la playa se ha convertido en una hazaña logística a causa de las llamadas «medidas de seguridad» que las industrias auxiliares de la automoción imponen a los padres temerosos. Si Napoleón hubiese contado con expertos en intendencia del calibre del abuelo coraje que me ha entregado a los críos, seguro que habría ganado la campaña de Rusia. Ha sido emocionante contemplar la exhibición gimnástica y manufacturera tan notable que ha realizado este joven pensionista, ora genuflexo para enganchar las sillitas al asiento del coche ora en cuclillas para trabar un correaje como de travesía trasatlántica. El precio del material empleado (repito: para un trayecto de ¡¡80 kilómetros!!) excedía con generosidad el sueldo mensual de un profesional cualificado, un pastizal que el buen hombre había tenido que gastar porque, de lo contrario, pareciera que desea ver a sus nietos despanzurrados en la autopista. Por no hablar de la sevicia que supone para los pasajeros adultos el tener que apiñarse en los escasos resquicios del habitáculo que no están ocupados por los tronos de los infantes, gesta más propia de contorsionistas que de cuarentones henchidos por la molicie vacacional y la cerveza. Yo he viajado con mi padre al volante y siete niños, tres en el maletero de la ranchera. Era seguro y divertido.
✕
Accede a tu cuenta para comentar