Jaén
Vacaciones de lonas y piquetas
Ni los grandes complejos turísticos que ofrecen comodidades inéditas en la vida cotidiana, ni los apartamentos a pie de playa que prometen un segundo hogar en los meses estivales, ni esos resorts de pulserita que venden relax y el todo incluido han conseguido disminuir un ápice la ocupación de los campings andaluces. Por el contrario, la actual situación económica y la búsqueda de experiencias de ocio más libres e imprevisibles han incrementado más esta opción de vacaciones de lona y piquetas que permite romper por completo con la rutina entre cuatro paredes.
Los amantes de esta modalidad de veraneo se mantienen al margen de las entregas de llaves, las fianzas y los horarios de salidas de trenes o las mil incomodidades aeroportuarias, demostrándose, aunque sólo sea por unos días, que lo que se necesita para ser feliz cabe en una mochila. La estancia en el camping representa, de algún modo, la vuelta a la forma más primitiva de vida: la que obliga a buscar un refugio donde dormir, a pensar en qué se va a comer cada día o a crear comunidad con quienes te rodean.
Dicen que salir al campo una mañana es como estrenar el mundo y se puede decir que algo similar es lo que experimentan los campistas. Siempre que no haya sido llevado a rastras a un camping, cuando uno se despierta cada día con la luz del sol, y algún mosquito, da el primer paso de la mañana sobre hierba fresca y se cobija bajo la sombra de un árbol, no le queda más remedio que sentirse más libre. La posibilidad de conocer gente, convivir y compartir las pertenencias con vecinos que, en ocasiones, están a menos de un metro, hace que esta opción se convierta en una de las favoritas, sobre todo, para jóvenes y familias con hijos. Y de hecho, estos recintos enfocan su oferta de actividades a este público que ganaría, de existir, el mundial de relaciones sociales. Pocas horas tienen que pasar para que los vecinos de parcela compartan saludos, tintos de verano, confidencias y risas.
En realidad, a pesar de que en estos espacios mantienen el encanto de la vida a la intemperie –cocinar en un hornillo, lavar la ropa en piletas o iluminarse con focos y velas–, lo cierto es que la mayoría de los campings andaluces cuentan ya con unas instalaciones modernas y cómodas con todas las prestaciones para sus exigentes clientes. Así, criterios como las medidas de las parcelas, el número de lavabos, los accesos, los servicios, la limpieza, el buen servicio, la atención personal o el programa de ocio (conciertos, cine de verano, payasos, ludotecas, senderismo, alquiler de bicis...) son fundamentales para el éxito de un camping. Igualmente, el campista dispone de un equipamiento cada vez más completo: basta pasear por alguno de ellos para descubrir que cada temporada se añaden aparatos nuevos que facilitan la cotidianidad de la clientela.
De hecho, la imagen de los usuarios de estas instalaciones ha variado bastante en las últimas décadas. Las antiguas tiendas de campaña con habitaciones están siendo desbancadas por las autocaravanas, las cabañas y los bungalows que se alquilan en el propio camping a precios de economía de guerra. Lo cierto es que el éxito de este tipo de veraneo tiene mucho, muchísimo, que ver con lo menguado de nuestros bolsillos en la actualidad: el precio de un terreno en un camping dista mucho de lo que pagaríamos por alquilar un apartamento en la playa. Por ejemplo, por unos 35 euros de media al día una familia de cuatro personas puede acampar en una parcela con luz y toma de agua.
En cualquier caso, en lo que coinciden todos estos espacios es que, en su mayoría, se encuentran situados en parajes naturales sin competencia, ya sea a pie de playa o en plena montaña. En el caso de Andalucía, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, existe una red de 136 campings, que se traduce en unas 80.000 plazas, repartidas por toda la riqueza paisajística de las ocho provincias: desde la belleza del Puente de las Herrerías, en pleno corazón de la Sierra de Cazorla en Jaén, a la de La Rosaleda, sobre la fina arena de Conil o el cámping del complejo turístico Los Escullos-San José, en el Cabo de Gata, éste un destino de vacaciones muy solicitado por enclavarse en uno de los rincones más espectaculares del mar Mediterráneo. Unos parajes todos ellos inalcanzables para los defensores a ultranza del hotel.
Eso sí, para optar por esta forma de pasar los meses de calor es imprescindible tener en cuenta que el ser campista es una actitud vital que requiere, sobre todo, de buenas dosis de tolerancia y de una mentalidad abierta a posibles, no incomodidades, pero sí a una visión distinta del confort. Lo que en casa consideraríamos intolerable, no pasa de ser un gaje del oficio de campista. A partir de ahí, se recomienda desprenderse de casi todo y aprender que pocas cosas son realmente imprescindibles. Y menos que ninguna, el teléfono móvil con sus mil diabólicas formas de no desconectarse jamás.
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