Literatura

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José Delfin Val rescata las andanzas y penurias de Cervantes por Valladolid

El escritor y periodista vallisoletano recupera las facetas más secretas del autor de «El Quijote»

El escritor y periodista vallisoletano José Delfín Val
El escritor y periodista vallisoletano José Delfín Vallarazon

¿Aprendió Cervantes a leer y a escribir en Valladolid? ¿Estuvo a punto de dejar de novelar el autor manchego la obra cumbre de las letras españolas, El Quijote? Además de manco, ¿era tartamudo? ¿Pasó numerosos agobios económicos a lo largo de su vida? Estas dudas y muchas más se pueden conocer en el último libro publicado por el periodista y escritor José Delfín Val, «Cervantes en Valladolid» de la editorial Castilla Tradicional.

«La génesis del libro surgió en el año 2005 cuando redacté unos pequeños artículos que se editaron en un librillo y que un diario regaló a sus lectores un 23 de abril. Una obra que sólo tuvo un día de vida y por la que se interesaron numerosos lectores y libreros, en especial de Sevilla», señala el propio autor a LA RAZÓN.

Han tenido que pasar once años, coincidiendo con el aniversario que se dispensa este año al autor machego, para que Delfín Val haya retomado aquellas «100 paginillas», aumentando sus contenidos así como el «número de ilustraciones» con una edición de lujo y cuidada al milímetro. «En 2005 era un libro periodístico, que no salió en las librerias. Y enseguida me di cuenta de que nos habíamos quedados cortos y seguí investigando hasta ahora para conocer más detalles de la vida de Cervantes», manifiesta.

Uno de los nuevos documentos que aparecen en estas páginas es el de compraventa de las casas del conjunto del edificio donde estaba la morada de Cervantes. Un original que se encuentra en Nueva York, en la Hispanic Society de América, y cuya copia sale reflejada en esta obra.

Delfín Val asevera que el autor de El Quijote «tenía un espíritu periodístico antes de que el periodismo se inventara». «Utilizaba hechos reales para introducirlos en sus novelas», y pone como ejemplo el capítulo 19 quijotesco de «El cuerpo muerto», donde bien pudo reflejar el traslado cierto de San Juan de la Cruz desde Úbeda hasta Segovia. O que los canes más famosos, Cipión y Berganza, protagonistas de «El coloquio de los perros», son literariamente humanos y vallisoletanos de nacencia, cuyo propietario, Luis de Mahudes, existió en realidad.

Un paso por la capital vallisoletana, fructífero en lo que se refiere a la vida literaria, pero lleno de calamidades en su día a día. «Era un hombre con poca fortuna. Estaba señalado», afirma el autor. «En su infancia, su familia lo pasó mal, con graves penurias económicas que se repetirían años más tarde ya en su etapa adulta». Y a todo ello hay que unir su cautiverio en Árgel, donde pidió al Consejo de Castilla que se le concediera alguna de las plazas vacantes en el Reino. «Si le hubieran dado ese privilegio, lo más seguro es que nunca hubiera escrito El Quijote», duda Delfín Val.

El periodista también es de la opinión que la primera parte de la obra cumbre de las letras hispanas estaba destinada a ser una de sus Novelas Ejemplares más. «Da la sensación de que Cervantes se conformaba con la primera salida de El Quijote sin Sancho Panza, pero cuando introduce a este último, le da la sensación de que la historia es interminable, porque en realidad es un libro de viaje». Una obra que fue redescubierta por los «críticos ingleses» y de ahí su carácter universal.

Han pasado 400 años desde su edición y de Cervantes nos queda «su obra», aunque Delfín Val se atreve a señalar que aún faltan originales por descubrir. «No es un autor investigado y cerrado si no que a día de hoy tiene muchas posibilidades para ahondar más en su figura», arguye.

Y Valladolid recuerda esta gran figura literaria por distintos lugares de la ciudad. En la plaza de la Universidad se alza una estatua. A ello se suman sendas lápidas en la Torre de San Lorenzo, al igual que en la Plaza de Ochavo, mientras que en el petril del Puente Mayor están granados versos de «La Galatea». También hay bajosrelieves interesantes en el jardín de su casa y a todo ello hay que unir calles cervantinas, centros de enseñanza e incluso un teatro que llevan el nombre del gran Miguel de Cervantes Saavedra.