Pintura
Contemplar a Esteban Vicente
La Galería Marc Domènech dedica una completa exposición al artista con una selección de 40 trabajos
Barcelona todavía no le había dedicado la gran exposición que se merece a Esteban Vicente. Su luminosa mirada, con una obra que se mueve desde la figuración y la abstracción, es una de las más interesantes en la pintura española del pasado siglo.
Barcelona todavía no le había dedicado la gran exposición que se merece a Esteban Vicente. Su luminosa mirada, con una obra que se mueve desde la figuración y la abstracción, es una de las más interesantes en la pintura española del pasado siglo. La Galería Marc Domènech abre el próximo día 28 una muestra que viene a suplir la ausencia de esa retrospectiva tan necesaria.
Un total de cuarenta piezas, entre óleos, collages y dibujos permiten poder conocer de primera mano los intereses creativos del autor, así como las diferentes etapas por las que pasó a lo largo de su larga carrera. Pero son el color y las formas los verdaderos ejes de este repaso expositivo por el mundo de Esteban Vicente, un académico que se entrego a las vanguardias. Porque hablamos de un pintor al que desde pequeño le gustaba mirar y remirar las obras de Velázquez, Zurbarán y Goya, sus primeros maestros. Los grandes nombres de las colecciones del Museo del Prado serían decisivos para su pintura, la misma que también llevaría hasta el París de los años veinte, la Barcelona de los treinta y el Nueva York de los cincuenta.
Vicente se mueve en la misma estela que muchos de sus compañeros de generación. Su caso es parecido al de Dalí, Bores, Mallo o Palencia al trasladarse a París. Pero a diferencia de ellos, estar en la capital francesa no le hace romper con su pasado porque, por ejemplo, no abandonará su fascinación por el paisaje. Es también un pintor con un hondo sentido literario, como lo demuestra su aproximación a poetas como Lorca, Alberti, Salinas, Guillén y, fundamentalmente, Juan Ramón Jiménez.
La exposición se abre con una serie de piezas de los años treinta y que el pintor ejecutó entre París y Barcelona. Son paisajes y bodegones en los que Vicente se inscribe en la misma línea de la escuela de París, hecho que lo hace próximo a otros camaradas pictóricos como Bores o Viñes. Con el estallido de la Guerra Civil, en 1936, busca refugio en Estados Unidos, país del que obtuvo la residencia en 1940 y donde falleció en 2001.
Fue la ciudad de los rascacielos uno de los más importantes escenarios en su carrera, hasta el punto de ser el único pintor español que formó parte de la primera generación de expresionistas abstractos en Nueva York. Eso hace que pueda codearse con pintores que también pasarían a ser sus amigos, como Mark Rothko, Pollock y De Kooning, todos ellos habituales de las sesiones de The Club, una asociación nacida para dar apoyo a artistas. De aquí surge su participación en la exposición «9th Street Show», organizada por los pintores en los sotanos de un edificio que estaba a punto de ser derruido.
Para conocer las bases del pensamiento pictórico de Esteban Vicente es importante su texto «La pintura tiene que ser pobre», aparecido en 1964 en la revista «Location». En él reivindica la paleta reducida, el orden compositivo, la fiscalidad de los materiales, la importancia de la historia del arte y su sentido unamuniano de la vida. En este sentido, el pintor dice que «lo más importante es ser capaz de soñar. La única manera de soñar es ser consciente de lo real. El sueño sin sentido de lo real conduce al artista al romanticismo».
En ese mismo texto, Esteban Vicente apunta algo que salta a la vista en cada una de las piezas de esta exposición: «Trabajo mucho tiempo en cada cuadro y pasado un tiempo, la pintura se espesa: tiene que hacerlo para que yo llegue a conseguir lo que quiero. Intento evitar las pinceladas siempre que puedo».
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